EL PODER NARRATIVO DEL MONTAJE

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Parte de guerra
Edlef Köppen
Traducción de Rosa Pilar Blanco
Sajalín editores, Barcelona, 2012, 499 págs.

por Anna Rossell
http://annarossell.blogspot.com.es/7
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Del sinfín de novelas bélicas que autores alemanes escribieron tras las dos Guerras Mundiales pocas han pasado a la historia de la literatura. En relación con la primera se recuerdan, contrapuestos, Ernst Jünger, Tempestades de acero (1920) y Erich Maria Remarque, Sin novedad en el frente (1929). De la segunda, además de ellos -Radiaciones (1949) y Tiempo de vivir, tiempo de morir (1954) respectivamente-, han trascendido: Theodor Plievier, Stalingrado (1945); Walter Kolbenhoff, De nuestra carne y sangre (1946), Hans Erich Nossack, Entrevista con la muerte (1948); Heinrich Böll, El tren llegó puntual (1949) y ¿Dónde estabas, Adán? (1951), Hans Werner Richter, Los vencidos (1949), Alfred Andersch Las cerezas de la libertad (1952), Peter Bamm, La bandera invisible (1952), Gerd Gaiser, Die sterbende Jagd (1953), por mencionar sólo algunos más o menos conocidos. A estos hay que añadir, a partir de que en 1993 W. G. Sebald abriera la caja de Pandora sacando a colación el tema tabú de los bombardeos aliados de ciudades alemanas -Sobre la historia natural de la destrucción (1999)-, a los que en los últimos años han saltado a la palestra: Gerd Ledig, Represalia (1956, reeditado en alemania en 1999), que junto a Hans Erich Nossack, El hundimiento (1943) y Alexander Kluge El ataque aéreo de Halberstadt el 8. Abril de 1945 (1977), actualmente se considera la trilogía de una temática largamente reprimida en el país germano.

Ambas contiendas arrojaron numerosas historias triviales que presentaban la guerra como una aventura heroica o sirvieron al desahogo de quienes vieron en el género una posibilidad de justificar su propia actuación o de hacer apología del militarismo para preparar el terreno hacia el rearme. Pero incluso cuando es el realismo lo que conduce la intención del autor, como en Sin novedad en el frente, las novelas de tema bélico han suscitado en alemania una encendida polémica ideológica más que literaria. Seguramente sea ésta la causa de que Parte de guerra, de Edlef Köppen (Genthin 1893-Gießen 1939), publicada en 1930, cuando la de Remarque aún seguía levantando ampollas, cayera injustamente en el olvido. Porque sin duda la de Köppen es desde el punto de vista formal la más destacable; el autor es, junto a Alfred Döblin, Berlín Alexanderplatz, pionero en su país en utilizar el montaje en la narrativa. Siguiendo una técnica que en alemania se había ido abriendo camino en los años veinte en los escenarios de la mano de Erwin Piscator, con quien se formó Brecht -el teatro documental-, Köppen, profesionalmente dedicado al radioteatro y buen conocedor de la escena y el cine de su tiempo, se sirve del documento para conseguir efectos entonces novedosos: comunicados del Departamento de Censura de la Oficina de Prensa de la Guerra, extractos de juicios militares, declaraciones de ministros, del Papa o del Káiser, anuncios publicitarios, noticias de periódicos, entre otros, se alternan con el parco lenguaje de la voz narradora para denunciar, contrastar o desenmascarar, evitándole una toma directa de partido. El laconismo expresivo y el frecuente uso del presente subrayan más aún el dramatismo creciente de las escenas de muerte y mutilación de la guerra de trincheras, presentadas con escueta contundencia, y sólo hacia el final se produce la manifestación decidida del autor a través del protagonista Reisiger, que acaba encerrado en un psiquiátrico militar por declarar “La guerra es el mayor crimen que conozco […] Y no he estado más lúcido en toda mi vida: es un delito participar ni siquiera un segundo más en el asesinato”. A la novela, encuadrada en la Nueva Objetividad, le viene como anillo al dedo el reproche que Max Horkheimer hiciera en 1934 desde su exilio suizo a esta corriente literaria de que no bastaba presentar lo escandaloso sin comentarios, confiando en la fuerza expresiva de los meros hechos. El libro refleja la misma ambivalencia que la propia biografía de su autor: Köppen, que fue cesado de su puesto radiofónico bajo la acusación de pacifismo, trabajó hasta su muerte como dramaturgo jefe en Tobis -junto con la Ufa la mayor empresa cinematográfica de los años treinta en alemania-, que desde 1937 dependía del Ministerio de Propaganda nazi, donde se negó a incorporar en el programa películas antisemitas o propagandísticas.

© Anna Rossell
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