ENTRE LA NOVELA Y LA HISTORIA

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Stella Manaut, Enamorada de un cura comunista.
Desde Alfonso XIII al exilio mexicano,
pasando por la URSS y los Niños de la Guerra

Carena Editors S.L., Valencia, 2012, 214 págs.
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por Anna Rossell
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Siempre es un gozo contar con una obra de la que podemos decir que contribuye a mantener viva nuestra memoria histórica, pues los acontecimientos traumáticos de una sociedad exigen un proceso de duelo y de digestión que raras veces se hace como se debiera, precisamente cuando las partes implicadas o sus descendientes directos viven aún y remover el pasado supone para ellas enfrentarse a sentimientos de dolor o de culpa. Sin embargo enfrentarse a los hechos, conocerlos y, sobre todo, reconocerlos es un ejercicio conveniente de catarsis para los antiguos frentes, una necesidad que hace posible el análisis de los errores que condujeron a aquellas situaciones críticas y con ello hace también posible evitar caer de nuevo en ellos, hace posible la reconciliación, al tiempo que lega a las generaciones jóvenes el conocimiento más sereno y objetivo de los hechos.

Por este motivo cumple dar la bienvenida a un libro como el que hoy tengo el gusto de presentarles, la novela que Stella Manaut ha construido basada en hechos y personajes reales, como ella dice “un reconocimiento hacia aquellas mujeres luchadoras que, en una etapa tan difícil de la historia de España como es la de los primeros años del siglo XX, fueron capaces de defender sus derechos, estudiar y amar en libertad”.

Enamorada de un cura comunista. Desde Alfonso XIII al exilio mexicano, pasando por la URSS y los Niños de la Guerra, como reza el título, recoge la historia de España desde principios del siglo XX, aquellos años en que empezó a forjarse la España actual. El título y, sobre todo, el subtítulo anuncian ya los momentos en los que la autora hace hincapié. Así la novela nos ofrece una amplia panorámica de la convulsa historia española más reciente: con mirada retrospectiva hacia la Primera República, la Dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República, el golpe franquista, la Guerra Civil, el envío de niños de familias republicanas a la Unión Soviética, el exilio de los vencidos, el regreso…

Como la propia autora nos informa en el epílogo, la mayor parte de los personajes de la novela son reales –llevan su propio nombre y apellido- y lo son también en lo esencial los hechos narrados. Stella Manaut los conoce bien, a unos y a otros. Porque Manaut glosa en la novela el devenir de una mujer de su familia, una tía suya, por la que la narradora profesa claramente una profunda admiración. Con empatía evidente y el conocimiento que su tía y su propia madre le dejaron de los acontecimientos Stella Manaut construye un edificio ficticio en el que hará encajar la realidad histórica:
Josefina Roca –que así se llama la protagonista-, interna en un geriátrico de un pueblo catalán que sabe su última morada, es consciente de que ha vivido cuanto hubiera de vivir y de que lo ha hecho intensamente. A su avanzada edad y en la soledad de su internamiento en hogar de ancianos lo único que la aferra aún a la vida son sus recuerdos, los sucesos que la marcaron y la sostienen, acontecimientos de unos tiempos difíciles y convulsos que reclamaban de sus protagonistas –mucho más aún si eran mujeres- un posicionamiento claro y exigían definición y madurez. Así Josefina deja de ser una única mujer para pasar a ser un prototipo determinado de mujer de su tiempo: aquella a la que tocó abrir el camino en la lucha de la mujer por sus derechos, unos derechos de los que ella sabía que conllevaban deberes y responsabilidades y que nunca los rehuyó. Por lo mismo esta novela no es únicamente un homenaje a una excepcional mujer, sino a todas las mujeres que, como ella y con ella, asumieron en España la ardua tarea de abordar su vida como ciudadanas de pleno derecho cuando la historia les ofreció un resquicio para intentarlo.

El armazón de la novela parte de esta situación en el geriátrico y de la soledad de Josefina Roca que la lleva a rememorar su vida. La motivación para ello se la brinda la idea de escribir sus recuerdos en una libreta de notas que más tarde alguien pueda encontrar y publicar. Éste es el marco ficticio de la narración.
Así la novela está escrita teniendo en cuenta a un supuesto futuro lector, al que Josefina se dirige de vez en cuando; todo ello condiciona y marca el estilo narrativo, que alterna diferentes registros: la descripción de los sucesos históricos con carácter de crónica “objetiva” con el relato de la vida personal de la protagonista en los momentos históricos concretos y con los comentarios y reflexiones que Josefina aporta desde la actualidad de su escritura, que la autora marca con letra cursiva para distinguir los dos tiempos: el pasado y el presente, y en los que se invoca y se involucra directamente al lector.

La autora opta con decisión por mantener estos registros bien separados probablemente porque su intención es también documental y quiere darle a su obra el sello inconfundible de documento: la novela no está escrita en un único registro en que los hechos históricos pudieran desprenderse indirectamente de la vida de los personajes, sino que Manaut decide describir, aparte, primero el marco histórico, como tal, antes de pasar a continuación a glosar cada momento concreto de la vida de la protagonista, como si necesitara de este marco aclaratorio para que se comprendan en toda su profunda dimensión los retazos vitales de los personajes que el lector habrá de situar mejor después, como si no quisiera perder nunca de vista la importancia que las situaciones socio-políticas tienen para la cotidianidad de los individuos, en su devenir y en su destino. Ello se hace patente a través de lo que se desprende de los títulos de los capítulos, que rezan, por ejemplo: Breve resumen de la Revolución Rusa. Primera parte, al que siguen los títulos Mi vida en la URSS, Breve resumen de la Revolución Rusa. Segunda parte y, a continuación, ¡Por fin llega el permiso para viajar! Me voy a la “Casa nº 5”. Llego a París. Y así sucesivamente.

Esta voluntad de cronista, la de escribir un documento histórico -dirigido tanto a quienes lo protagonizaron como a las generaciones futuras a las que la autora desea dejar un legado- queda subrayada también por el hecho de que Stella Manaut escribe un epílogo en el que nos aclara el cómo y el por qué de la novela y cuyos epígrafes evidencian esta intención. Estos epígrafes son: La verdad, solo la verdad y nada más que la verdad. Devenir de los principales personajes. Familia de Manaut en México y Hablemos, ahora de los demás personajes reales. A esto la autora añade alguna bibliografía –una página- de la que ella ha echado mano para documentarse. Sin embargo se echa en falta la inclusión de más obras de historia española que aborden las diferentes etapas que trata la novela. Y recomiendo mucho su inclusión en una futura segunda edición, pues quien lea esta novela de Stella Manaut habrá de interesarse no sólo por la literatura, sino por la historia de la España de este período. El libro capta al lector por los dos aspectos: el literario y el histórico y suscita avidez de saber más de esta etapa, de la que lamentablemente poco se enseña en nuestras escuelas y que es un deber rescatar del olvido.

© Anna Rossell

LA RAZÓN PERSONAL, ÚLTIMA INSTANCIA DE LA MORALIDAD

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Bernhard Schlink, Mentiras de verano
Trad. Txaro Santoro
Anagrama, Barcelona, 2012, 258 págs.
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por Anna Rossell

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Después de la famosísima novela El lector, que catapultó a Bernhard Schlink a la fama –traducida a 39 lenguas, fue el primer libro alemán que encabezó los más vendidos en la lista del New York Times-, cualquier nueva publicación del autor es esperada con impaciencia y hasta acogida con exagerada generosidad. Es difícil superar o incluso igualar el logradísimo equilibrio entre la acertada selección de ingredientes que reunía El lector: polémico por excelencia, sobre todo en su país, por poner el tema del nacionalsocialismo una vez más en la palestra bajo una óptica osada y renovada, el arte de saberlo prolongar planteándolo en su vertiente filosófica universal, una buena dosis de suspense en el desarrollo y la habilidad para suscitar una porción de mórbido interés a través de la relación sentimental entre sus protagonistas, un joven alumno de instituto y una mujer madura. Mentiras de verano, publicado en alemania en 2010, que desde abril cuenta ya con la segunda edición en España, no ha sido concebido con la ambición de la novela, ni tan siquiera con la algo más modesta de la serie del inspector Selb del mismo autor, de la que el lector hispanohablante puede gozar también en lengua española. El acertado título parece querer no llevar a nadie a engaño, anuncia la intención de una serie de textos sin desmesuradas pretensiones, de fácil lectura y temática desenfadada, ideal como entretenimiento de verano. Y cumple con este objetivo esta colección de siete cuentos, que, con todo, sigue teniendo el sello filosófico que caracteriza todos los escritos de su autor, que tampoco ahora renuncia a plantearse preguntas y a confrontar a sus lectores con la complejidad del comportamiento humano.
Bernhard Schlink (1944, Großdornberg –alemania-), parece querer compensar en la ficción literaria el espinoso realismo de la práctica de su profesión de juez, pues todas sus obras giran en torno a la dicotomía ley versus justicia como dos planos diferentes condenados a no coincidir. Y si bien el autor pretende plantear el tema de modo imparcial y lanzar al aire la pregunta sin arriesgar una respuesta, se insinúa claramente la tesis de que la injusticia es inherente a cualquier sentencia. Así tanto en la serie policíaca de Selb como en El lector la ley se nos presenta como un instrumento inapropiado para administrar justicia y en este último se hace evidente que la moralidad y la legalidad siguen caminos propios y trabajan con materiales distintos. A Schlink le interesa estudiar esta temática, que a menudo le hace plantearse la moralidad de la verdad y la mentira. Ya El lector partía de una mentira en el desarrollo de la trama. En Mentiras de verano Schlink explora las consecuencias de la mentira (o de silenciar la verdad) en la vida de los protagonistas de sus siete historias –algunas algo forzadas- y en sus relaciones. En este caso el autor alemán sale airoso en su intención de no juzgar a sus personajes, la voz narradora se abstiene de cualquier opinión, ni siquiera insinuada, y se limita a su papel de observador imparcial que transmite los hechos tal y como supuestamente sucedieron. Tampoco existe en lo narrado un intento de introspección sicológica, si hay que arriesgar alguna tesis, quizá entonces la de que todos los seres humanos nos servimos en la vida de la mentira, más o menos consciente –también del autoengaño-, para compensar nuestra debilidad y encontrar el propio equilibrio en situaciones de otro modo insuperables o superables sólo con dolor y dificultad. Ante la imparcialidad del narrador cada historia –una breve incursión en la vida cotidiana de individuos corrientes- lleva al lector a plantearse por sí mismo el por qué de la mentira, incluida la propia; a cada lector le corresponderá en cada caso la respuesta. Vistas las Mentiras de verano como una parte del conjunto de su obra, diríase que el autor subraya la motivación personal como único y auténtico referente moral.

© Anna Rossell

DESENMASCARAR LA CONSCIENCIA

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Ödön von Horváth, El eterno pequeñoburgués. Novela edificante en tres partes.
Trad. de Isabel García Adánez,
Marbot Ediciones, Barcelona, 2012, 218 págs.
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por Anna Rossell

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Un acierto la publicación de esta novela de Ödön von Horváth (Fiume –hoy Rijeka-, 1901/París, 1938), autor austrohúngaro de expresión alemana. Sobre todo porque es la pieza que le faltaba al lector español para disponer al completo de lo que nació como una trilogía, de la que El eterno pequeñoburgués, que vio la luz en 1930, es el primer volumen –el sello Espasa había publicado en 2001 y 2002 los otros dos: Juventud sin Dios y Un hijo de nuestro tiempo-. Horváth, que se dio a conocer en los años veinte del siglo pasado como prolífico dramaturgo, dejó sólo cuatro novelas, escritas en los últimos años de su vida, y nos legó con ellas en clave de ficción un documento del ascenso del nacionalsocialismo al poder.

Horváth nunca se afilió a ningún partido político, pero simpatizaba con la izquierda y supo reconocer como pocos los síntomas sociales que propiciaron el caldo de cultivo en el que iba fraguando el nazismo. Él, que había cursado en Múnich estudios en sicología, literatura, teatro y arte, supo captar la sicología de la desclasada clase media emergente, que con su actitud haría posible el proyecto de Hitler. La obra de Horváth, en su conjunto, es una afilada crítica político-social de su tiempo a través de un amplísimo abanico de representantes de la pequeña burguesía. Sus personajes son individuos alienados, casi siempre pobres diablos sin conciencia ellos y seres indefensos ellas, atrapados bajo la opresora mano patriarcal a la que no consiguen sustraerse y a la que a menudo hacen el juego. Horváth, que conocía la obra Die Angestellten –Los asalariados-, del sociólogo Siegfried Kracauer, se propuso retratar a través de sus protagonistas con ojo experto y aguda observación sicológica una sociedad en la que podía medrar y medró cualquier política. A este fin adaptó un subgénero teatral ya existente, especialmente útil a su intención, el Volksstück –pieza de tendencia trivial y gusto popular con protagonistas de raigambre popular-, que él subvirtió, poniendo en boca de sus figuras lo que denominó el Bildungsjargon, una jerga pseudocultivada para desenmascarar la verdadera conciencia de los personajes. Nada de esto se echa en falta en El eterno pequeñoburgués. Ya el título es programático en su intención caracterizadora de un prototipo y el subtítulo, Novela edificante en tres partes, anuncia el registro irónicamente punzante y caricaturesco. Las que en principio estaban concebidas como tres historias independientes –la del señor Kobler, la de la señorita Pollinger y la del señor Reithofer- se nos presentan unidas en una para ofrecer al lector un espectro matizado de caracteres y subrayar el ademán generalizador. Se pierden en la traducción -como bien señala Isabel García en la introducción- las connotaciones que sugiere el sociolecto en que Horváth hacía hablar a sus personajes –elemento también esencial del Volksstück- y la que contiene la palabra alemana Spießer del título original –Der ewige Spießer-, que alude a una actitud más que a una clase social y que en español pudiera recoger mejor el término filisteo, pero la novela sigue conservando su fuerza y su voluntad de ácida delación. Horváth construye su crónica, que transcurre en 1929, principalmente sobre estos tres caracteres: el bobo y egoísta Kobler, vendedor de coches usados, estafador nato y arribista, que viaja a la exposición universal de Barcelona a la caza de alguna millonaria que lo mantenga, su amiga Pollinger, modista, que siguiendo su consejo se vuelve práctica y se hace prostituta, y el señor Reithofer, quien en un arranque de filantropía la devuelve a la vida honrada consiguiéndole por amiguismo un trabajo de costurera. La novela está escrita en un registro extremadamente hilarante de denuncia, los personajes, de trazo caricaturesco, son con todo a buen seguro más realistas de lo que a primera vista pudieran parecer. Del teatro del autor, que en España llegó a algunos escenarios en los ochenta, se han traducido Historias de los bosques de Viena. El divorcio de Fígaro (Cátedra, 2008), en español, y, en catalán, Amor, fe, esperança (Arola, 2007).

© Anna Rossell

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PORQUE SOMOS AÚN NUESTROS ANCESTROS

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José Florencio Martínez,
Teseo no saldrá del laberinto
in-VERSO ediciones de poesía, Barcelona, 2012, 122 págs.
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por Anna Rossell
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“Seguimos siendo griegos”, afirma el autor de Teseo no saldrá del laberinto en su introducción. Y el bello poemario que nos ofrece es el reto que José Florencio Martínez (Trespaderne –Burgos- 1950) asume con el propósito de demostrarlo.
Dividido en tres partes –I De cuando los mitos, II Grecia clásica y III Grecia helenística-, la voz poética recorre los iconos más representativos de nuestros ancestros griegos para evocarlos y rendir agradecido homenaje a lo que el poeta considera, con George Steiner -uno de sus referentes-,” la génesis del ideal griego: entusiasmo por la verdad, hambre de conocimiento, pasión por la libertad”, que constituye aún hoy el sello identitario de Europa. Se alternan en el poemario, de ademán épico, la intención puramente descriptiva con otra más reflexiva y filosófica o la de solazarse en la belleza, cuando la mirada deja de ser contemplativa para devenir sensual y sexual. El autor, quien gusta del endecasílabo blanco y del soneto -aunque no exclusivamente, y siempre con cuidado exquisito de la musicalidad-, deja clara desde el primer momento su adscripción al código filosófico-literario borgiano –su segundo referente-, que introduce una distancia irónica en el poema entremezclando el registro estilístico arcaizante con otro postmoderno -incluyendo el inglés-, amalgama de clasicismo y contemporaneidad. Así hace recordar a la voz poética tiempos pasados: “Tenían, entonces, el tamaño justo / de un hombre las estatuas de los dioses. / Y vinimos nosotros deambulando / por los acantilados, las penínsulas, / […] / El tiempo era un caballo de papel / que perseguía la luna por el agua. / […] / En un claro del bosque recogimos / el legado del pájaro de fuego / y seguimos en la rueda del tiempo / por los barrancos y los tremedales. / A lo lejos siseaban las sirenas: / -‘Paradise now…, paradise now…’ y el eco / dispersaba en la fronda su señuelo. […].” (Congreso de máscaras). O bien invoca al dios: “Zeus, hijo de Cronos, / […] / y jefe del Olimpo, / pues por tus venas corre / toda la mala leche / de la cabra Amaltea / que te crió de niño / […] / ¡Deja esa mala baba / que acarrea tu rostro, / o emplea tu coraje / contra el mal y sus monstruos! / […], vete a echar un buen polvo con una ninfa golfa / […].” ( A Zeus, hijo de Cronos y Rea, desenfadadamente). La herencia griega se manifiesta en el fondo y en la forma, trasciende el espacio y el tiempo para fusionarse en texto de claro cuño borgiano: “Teseo: el laberinto se ha ensanchado. / Tu soledad también, al mismo tiempo / […]. / A las estrellas se abre la ventana / y puedes ver más lejos. Todo el cosmos / […]. / Más juntos y más gente conectando / su soledad alzada a las estrellas. […].” (El laberinto del ciberespacio). El impulso reflexivo gira en torno a eternas preguntas existenciales: “Continuamente te haces, contra el viento, / preguntas sin respuesta: ‘¿Dónde vamos? / ¿Qué somos? ¿Tiene arreglo la injusticia, / el dolor de ser hombre en el costado? // […].” (El silencio de la sirena), la inconsistencia de la actitud narcisista: “[…] / Búscate en otros ojos si no te hallas / en el vértigo azul de tu vacío. / […].” (Narciso), a lo efímero y fútil de la arrogancia, al paso del tiempo, que lo reduce todo a nada: se lamenta el yo poético en alusión a Píndaro: […] / Me creí semidiós e invulnerable / en tu círculo mágico asentado. / Y al colocarme la guirnalda ufana / y coronarme de laurel dijiste: ‘El hombre es sólo el sueño de una sombra’. / Y mi victoria corporal fue humo, / menos que la ceniza de los días. / […].” (Epinicio), a la sensualidad: “Por la entrepierna arriba te sube un ramo verde de luna / y, cuando tu desnudo pide una novia para sus nupcias, / entra en tu pecho el lento mascarón de proa / de Circe sonriendo entre la niebla. / Con sus orondas tetas te ama, te amamanta / -(la noche es una leche caliente de mujer)-, […].” (A favor de Circe), la loanza del poeta, capaz de captar tanta hermosura: “[…] / Catador de belleza, ya tus ojos / dibujan en la niebla la arboleda / y tu voz es silencio de poema. / […].” (El vate provecto escucha la voz del oráculo), la sublime y enigmática evocación de una escultura: “[…] Nunca descifraremos vuestro alado / reposo evanescente ni veremos / fuera de aquí cabezas capiteles / que así miren la tarde y la mañana.” (Cariátides), o el lenguaje: “Mimbres de la verdad son las palabras, / pero el agua en su cesto poco dura. / Resbalan las versiones de los verbos / en un arco iris de significados / […] / La belleza nos es dada en fragmentos, / en sucesión de rostros y vocablos; […].” (Trampas del logos II). Altamente recomendable este poemario, segundo que publica el nuevo sello editorial de in-VERSO, que nace con la clara vocación de acoger la mejor poesía.

© Anna Rossell

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LA VERDADERA HISTORIA ESTÁ EN LOS REPLIEGUES

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Joseph Roth, Job. Història d’un home senzill,
Trad. de Judith Vilar,
L’Avenç, Barcelona, 2012, 174 págs.
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por Anna Rossell
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Magistral esta novela del gran narrador centroeuropeo Joseph Roth (Brody –Galicia del este, Imperio Austrohúngaro-, 1894; París, 1939), que a partir de un argumento sencillo sabe contar un capítulo de la historia con mayúsculas, la de los judíos del este europeo en las primeras décadas del siglo XX. Nada como la buena literatura para documentar unos hechos, un comportamiento, una forma de ser y de vivir, las consecuencias de los sucesos sobre la vida de los individuos. Porque sólo un observador preciso dirige su mirada hacia el detalle significativo, hacia lo sutil y lo inefable, sabe que la verdadera historia está en los repliegues, y sólo una pluma sensible es capaz de transmitirla. La historiografía al uso carece de herramientas para ello. Roth pertenece a ese linaje de escritores de la llamada generación perdida europea del siglo XX que asistió a las grandes transformaciones político-sociales de su continente, acontecimientos que él quiso y logró documentar magníficamente. Nadie como él supo retratar el desmoronamiento del imperio austro-húngaro (La marcha de Radetzky, 1932), nadie predijo, diez años antes, la ascensión del nazismo al poder (La tela de araña, 1923). Coetáneo y amigo de Stefan Zweig -como él, judío-, sus diferencias radicaban en su posicionamiento ante los acontecimientos, en el caso de Roth de simpatía decididamente socialista durante muchos años, antes de que en 1926 -desencantado por su estancia en la Unión Soviética- su escritura diera un vuelco melancólico de nostalgia hacia la desaparecida monarquía. Roth es el narrador por excelencia que dominó y practicó todo tipo de registros (reportaje, glosa, crítica teatral, cinematográfica y literaria). Dedicado tanto al periodismo –trabajó para los periódicos más importantes de su tiempo- como a la ficción literaria, algunos estudiosos valoran por igual la alta calidad de sus crónicas periodísticas y la de su narrativa más estrictamente literaria. La sagacidad y precisión de sus artículos lo sitúan a la altura de otros coetáneos de renombre como Egon Erwin Kisch y Kurt Tucholsky. Este dominio de los géneros, unido a la extraordinaria capacidad de recepción de Roth, cristaliza en una prosa a menudo poética, de gran belleza, magníficamente vertida al catalán por la traductora, que nos permite acercarnos a personajes vivos y a ambientes intimistas, descritos con la profundidad psicológica y la precisión de quien pinta un cuadro tras cuya prolijidad de detalles y gestos se esconde lo verdaderamente importante de una historia. Job, relata como reza el subtítulo, el devenir de un hombre sencillo, un judío –Mendel Singer-, que vive humildemente con su esposa y sus cuatro hijos en la pequeña localidad de Zuchnov, en la Rusia de los zares. Como la figura del Job bíblico, Singer es un hombre piadoso y temeroso de Dios, al que progresivamente asolan todas las desgracias, que, como Job, asume como voluntad divina, hasta que la acumulación de adversidades le lleva a ver en el cielo a su enemigo más acérrimo y a perder la fe. La familia de Singer no se nos presenta como un caso aislado. De la mano de Roth conocemos los avatares que aquejaron a tantas otras familias de su condición y creencias en la Rusia campesina de los años anteriores a la Gran Guerra, la emigración a los Estados Unidos, su acogimiento allí por parte de la comunidad judía, la fraterna cordialidad reinante en el barrio de sus correligionarios, las consecuencias de la campaña bélica, … . Sólo el final, un tanto sorprendente y poco realista, testimonia –la novela vio la luz en 1930- la regresión de Roth a una fe ciega en valores ancestrales como tabla de salvación para el humano.
En España se dio a conocer muy pronto (desde los años treinta del siglo pasado) la literatura de este gran narrador centroeuropeo, en cambio los estudios sobre ella y su vida se han hecho esperar. Pero entretanto al renovado interés por su obra –veinticinco libros sólo a partir del año 2000, doce en Acantilado- se han añadido estudios (dos de ellos, de Géza von Cziffra, también en Acantilado) como los de Pilar Estelrich, Visió d’Àustria a Joseph Roth (Universidad de Barcelona, 1992), Soma Morgenstern, Huida y fin de Joseph Roth (Pre-Textos, 1999, 2008), Géza von Cziffra, El santo bebedor. Recuerdos de Joseph Roth (Trea, 2000; Acantilado, 2009), Claudio Magris, Lejos de donde. Joseph Roth y la tradición hebraico-oriental (Eunsa, 2002, 2003, 2004), Olga García, La obra de Joseph Roth, Liceus, 2006), Géza von Cziffra, Joseph Roth, cuentista extraordinario (Acantilado, 2009) y la biografía de Helmut Nürnberger, Joseph Roth (Alfons el Magnànim, 1995).

© Anna Rossell

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