Miroslav Krleža (Zagreb, 1893-1981) es una de las figuras más importantes de la literatura centroeupea y uno de los más aclamados autores croatas. Eso dicen los entendidos, porque para servidora, no deja de ser un agradable y agradecido descubrimiento.
Participante en la I Guerra Mundial y antimilitarista convencido, dicen de él que es autor de explosiones y excesos literarios. Una voz que se eleva fuera de tono y convence más allá de las fronteras que no tiene.
La historia narra el retorno de un artista, en plena crisis creativa, a su tierra, a sus más atroces recuerdos y a cómo revive, pasados los años, la relación con su madre y con el entorno de ella, ahora decrépito y decadente.
El protagonista se siente, recién llegado, como un espectador fuera de si mismo, sobrevolando lo que ve y a quien ve. Poco a poco se introduce de nuevo en la sociedad de la que escapó, una rancia nobleza, pendiente de ocultar sus bajezas, tal vez, para alargar en el tiempo un tiempo ya terminado que no habrá de volver. En su retorno descubrirá, también, a una curiosa mujer que obrará mucho en su vida.
Recurrente es el tema de la crisis, personal, social, política, artística, de valores al fin, que sitúan al lector en la convulsa realidad de los años 30.
Un gran texto, denso, cargado de sensaciones, donde sorprende la delicadeza, la rudeza y la capacidad para describir las imágenes de la realidad que envuelve a un artista del lienzo, de forma que se pueden “ver” los cuadros que se pintan en su propia imaginación, con sus colores y con todos sus detalles.
Jadranka Vrsalovic-Carevic, la traductora, merece el mayor reconocimiento. La traducción al castellano es, sencillamente, espectacular. Se entiende que la materia prima sobre la que ha trabajado es de calidad, pero mantenerla en la forma en que ella lo ha hecho, es de un mérito destacable.
POST CATEGORY : Drama y elemento humano
Orgullo y prejuicio_Jane Austen
En la rígida sociedad inglesa de principios del siglo XIX no cabe, para aquellas muchachas sin demasiados recursos, otra alternativa que la de encontrar un buen esposo. Así ocurre en el hogar de los Benet. Con cinco hijas en edad de casarse y pendientes de que todos sus bienes, a la muerte del patriarca, pasen a ser propiedad de un heredero varón ajeno al propio núcleo familiar, es la propia Señora Benet la que casi obscenamente, casi ejerciendo de madame, trate de arreglar el futuro de sus retoños.
Cada personaje va retratando los vicios de una sociedad, aquella, que no por extinta ha dejado de tener vigor. Una madre inculta e interesada, que es todo apariencia, dejándose en ridículo en la mayoría de sus intervenciones y haciendo que sus propias hijas, aquellas que no han heredado su carácter, sientan vergüenza. Un padre calmado, que parece estar por encima de los estereotipos pero que, sin embargo, se apresura a arreglar el casamiento de una de sus hijas después de que esta se fugase con su enamorado, para evitar, al menos intentarlo, las murmuraciones de sus vecinos.
Unas hijas menores, inconscientes y alocadas, vividoras de su momento, bien por la edad, bien por el especial apego con su madre; y unas hijas, las mayores, más serenas y sensatas que acaban encontrando el amor verdadero al lado de esposos adinerados. Buena moraleja, si lo fuese.
Alrededor personajes variopintos, el afectado primo que busca una esposa porque así ha de ser y rinde pleitesía a Lady Catherine, una adinerada señora embebida de su propia grandeza; la esposa de este, que no lo ama pero con el matrimonio alcanza posición. Bingley y su cohorte, un muchacho formal pero influenciable, rodeado de sus hermanas que le representan y aparentan amistad con aquellos a los que no soportan. Wickhan, el vividor mujeriego, buscador de dotes, que acaba siendo víctima de sus propios engaños y casado con una de las pequeñas de los Benet. Y Darcy, ese personaje altivo y prepotente que solo con el transcurrir de la novela se va convirtiendo en alguien tierno, noble y con un alto sentido del deber.
Nada es lo que parece y nadie es quien aparente, aunque algunos, acaben siéndolo.
«Cuanto más conozco el mundo, más me desagrada, y el tiempo me confirma mi creencia en la inconsistencia del carácter humano y en lo poco que se puede uno fiar de las apariencias de bondad o inteligencia.»
La nave de los necios_Sebastian Brant
Todos, sin excepción, quedamos retratados en esta curiosa nave. Todos somos protagonistas.
Una enorme nave cargada de necios, que da cabida a todos los integrantes de la sociedad, está a punto de naufragar. Una crítica feroz a la sociedad del momento, que de no ser porque su lenguaje la delata, bien podría serlo al momento actual y su necedad.
Se publica en 1494, en la ciudad suiza de Basilea. La nave de los necios (Narrenschiff), o de los locos, está compuesta por 2079 octosílabos pareados, con los que el maestro de la sátira retrata a todos sus contemporáneos.
Ninguna clase social escapa a la vista del autor, que embarca a todos los locos en un viaje por las aguas de los ríos renanos para llegar al reino de la locura, aunque nunca lleguen a desembarcar.
Con minuciosidad, el autor revisa desde la realeza a lo más bajo de la sociedad, siendo todos cómplices del deterioro y la decadencia a la que se ve sometida. Reyes y criados, clérigos y ateos, sin distinción de género ni de clase, son todos ocupantes de esta nave a la deriva; todos aportan algo al declive de la sociedad del siglo XV, en el que se encuadra esta obra de Sebastian Brant.
Ningún vicio, ninguna maldad queda oculta a la vista de Brant, que llega a retratar a más de cien locos, 111 en concreto, pecadores, personajes de carnaval, gente sencilla y hasta el propio Ulises, tratado como un necio más.
Además de la grandísima obra literaria que es, sorprende a los amantes del grabado, con un buen número de xilografías, algunas de ellas atribuidas al propio Alberto Durero amén de otros maestros renacentistas como Haintz-Nar o Gnad-Her.
Los años de peregrinación del chico sin color_Haruki Murakami
¿A qué se enfrenta un hombre sin color, derrotado por la sociedad, por su círculo más íntimo y arraigado? Se enfrenta a si mismo
Y si no es capaz de comprender, de entender, las razones de ese involuntario aislamiento, se enfrenta a algo peor: al vacío. Ese vacío que llevará al protagonista al borde de la ruptura más drástica consigo mismo y con el mundo, que hará que el suicidio y la muerte sea la única alternativa.
A partir de ahí, del fondo del vacío, sólo la voluntad le hace levantarse para ir descubriendo su color en el mundo. Centrado en sus estudios, emerge como un hombre capaz, activo y sobresaliente en su campo.
Durante años, la incertidumbre acerca de lo ocurrido en el pasado le va reconcomiendo; alguna vez buscará la amistad, sin ataduras, y otras veces buscará sexo, sin complicaciones también. Elementos necesarios para caminar sin ver el paisaje.
Sólo cuando necesite entregarse por completo, será cuando se vea apremiado a hurgar en el pasado, a descubrir lo acontecido y a bucear en su propia historia. Descubrirá así, la razón de la segregación a la que se ha visto sometido, sus propias paranoias mezcladas con la realidad que le irán completando los colores de un cuadro pintado en la juventud.
Su pandilla, su sostén juvenil y cordón umbilical con la sociedad, el rechazo al que se ha visto sometido por sus integrantes y todo lo que nunca supo de sí mismo y de lo que él creía el centro de su universo. Los amores adolescentes, las fantasías reprimidas, las curiosas relaciones sociales que se establecen mediante la pertenencia, o no, a un lugar determinado o la solidaridad que une a personas del mismo sexo, por el mero hecho de serlo.
Todo sale a la luz, únicamente, cuando se vuelve al pozo.
El lustre de la perla_Sarah Waters
Nancy, Nan, es una inocente jovencita que trabaja en el negocio familiar, en la costa de Kent, limpiando y vendiendo ostras. Se apasiona por asistir a los estrenos de musicales en una población cercana y en una de las sesiones descubre a una actriz, Kitty, por la que seguirá acudiendo, noche tras noche, durante toda la temporada.
Lo que comienza siendo admiración en la distancia, acabará en amistad y enamoramiento. Kitty propone a Nan acompañarla a Londres, ese Londres victoriano cueva de vicios y crisol de virtudes, donde vivirán con pasión su relación hasta que termina. Vagando por las calles, en las más oscuras zonas de ese Londres, consentirá en dedicarse a la prostitución con caballeros que buscan jovencitos y será el divertimento travestido de una viuda sin inhibiciones que la utilizará para su entretenimiento y el de su entorno.
Finalmente conoce a Florence, una activista socialista, que le dará el calor de un hogar y ante la que Nan desnuda su alma, confesándole su pasado. Florence y Nan comienzan entonces a despertar a un sentimiento mutuo que las mantendrá unidas, a pesar de la reaparición de Kitty.
La autora mezcla, como algunas opiniones ya han dicho, el erotismo y la picaresca. Se trata de una narrativa viva, ágil, que no esconde pero que es capaz de manejar con absoluta fortuna los momentos de erotismo explícito, sin rebajarlos a lo vulgar. Junto a ese erotismo, Nan es una superviviente; es capaz de salir a flote aún en los peores momentos, bien sea a través de la sumisión, bien sea a través del engaño y las artimañas.
Por lo demás, el propio título desvela el tema de fondo de la novela. “Tipping the velvet” es una frase hecha, datada en la época victoriana, para referirse al sexo oral; su traducción al castellano mantiene, con acierto semántico, esa misma intención.