La Isla del Doctor Moreau, Herbert George Wells

[The Island of Doctor Moreau]. Novela de Herbert George Wells (1866-1947), publicada en 1896. Pertenece al grupo de las narraciones fantásticas con base científica a las que el autor debió su primera celebridad en el mundo entero.

La isla del doctor Moreau es un islote, perdido en los mares del Sur en el cual desembarca un tal Eduardo Prendrick, único superviviente de una nave que había naufragado en aquellos parajes. Muy pronto Prendrick se da cuenta de que la isla está habitada no sólo por el doctor Mo­reau y por su ayudante Montgomery, que a disgusto le otorgan hospitalidad, sino tam­bién por una población de criaturas extra­ñas: hombres animalizados, o viceversa, ani­males humanizados. Hablan un lenguaje especial, caminan derechos, y los sirvientes de Moreau y de Montgomery, los primeros con que se topa, llevan vestidos. Estupe­facto, inquieto, aterrorizado por lo que ve y oye, sin conseguir hacerse cargo de ello, Prendrick decide huir de la estrecha vigi­lancia que los dos cirujanos ejercen sobre él y descubre un poblado de cabañas habi­tado por criaturas aún más extrañas y ho­rribles. Éstas se llaman a sí mismas «hom­bres» y parecen estar, al menos parcialmente, regidas por una extraña ley cuyos preceptos se complacen en repetir en una especie de letanía que les ha enseñado Montgomery.

Alcanzado por los dos médi­cos, Prendrick es informado de que aque­llos seres de pesadilla no son otra cosa que animales sobre los cuales Moreau ha practi­cado atrevidos experimentos de injerto y vivisección, llegando a modificar incluso sus cerebros y su laringe para hacerles capaces de un rudimentario pensar y darles la fa­cultad de hablar. Los animales así humani­zados a veces recaen, después de un cierto lapso de tiempo, en su primitiva condición, y solamente el terror y el respeto que Moreau les inspira consigue en parte fre­narlos. Cuando Moreau es asesinado por un gigantesco puma sobre el cual había inicia­do sus horribles y cruelísimos experimen­tos, Montgomery, ebrio de desesperación, precipita aún más las cosas: pronto los hombres-bestias se rebelan. Montgomery es muerto, la casa de Moreau destruida por un incendio y Prendrick se encuentra solo para luchar contra los habitantes de la te­rrible isla, hasta que consigue huir en una barquita y es recogido por una nave que pasaba por aquellas latitudes.

En ningún otro libro de Wells se encuentra tan amarga sátira. En la descripción de la organización de la vida de los hombres-bestias es evi­dente la comparación con la sociedad cons­tituida, con sus leyes y sus principios mo­rales que, según la concepción puramente materialista del Wells joven, han sido im­puestos en interés de unos pocos y por su superioridad intelectual, leyes a las cuales la masa amorfa obedece por temor, aunque intentando sustraerse a ellas todo lo po­sible, pues no consigue comprender su uti­lidad o su valor. De las leyes, y especial­mente de la religión (de la cual Moreau, el hombre-dios, y Montgomery, el sacer­dote, son sus representantes), esta humani­dad bruta no recibe alivio, sino nuevas tor­turas: terror del castigo, infalible cada vez que se abandona a la alegría del instinto, remordimientos, etc. Solamente el hombre- hombre que tenga conciencia de su propia dignidad y del propio poder puede llegar a adaptarse a ellas y comprenderlas. Tam­bién es notable en esta narración, además de la exuberante fantasía, la verosimilitud psicológica de los inverosímiles personajes.

L. Krasnik

La Guerra de los Mundos, Herbert George Wells

[War of Worlds]. Novela de anticipación del es­critor inglés Herbert George Wells (1866- 1946), publicada por primera vez en el «Pearson’s Magazine» (1897) y en volumen en 1898. Wells ya había publicado El hom­bre invisible (v.), que es sin duda alguna su obra maestra, cuando imaginó la fan­tástica llegada de los marcianos a nuestro planeta. La Guerra de los Mundos, según nos cuenta, le fue sugerida por una charla con su hermano Frank. En cierta ocasión que ambos se dirigían a Surrey dando un paseo, Frank le dijo: «Imagina por un ins­tante que los habitantes de otro planeta descendiesen de pronto sobre esta pradera y comenzaran una marcha sobre nosotros…».

La novela acababa de nacer. Cierto día, al llegar la medianoche, puede observarse una nube incandescente en torno al planeta Marte; el fenómeno se repite durante las nueve noches siguientes. Algunos días más tarde un cometa se abate sobre la región de Londres. Inmediatamente puede apreciarse que no se trata de ningún aerolito, sino de un cilindro gigantesco, aproximada­mente de unos treinta metros de diámetro. Es el primero de los diez ingenios seme­jantes que han sido arrojados desde Marte para hacer la guerra a la Tierra. Como quiera que se notan señales de vida en el interior del aparato, una delegación terres­tre, formada por gente notable y precedida de bandera blanca, es enviada para inten­tar parlamentar con los marcianos. Pero mientras la delegación se aproxima al ci­lindro, parte de él un rayo de fuego que la destruye; este rayo es la principal arma ofensiva de los marcianos: se trata de un chorro de fuego, proyectado por un espejo parabólico de tal potencia, que cuanto se interpone en su camino, sean hombres o co­sas, queda inmediatamente carbonizado. A la noche siguiente cae un nuevo cilindro, los soldados son enviados entonces contra los marcianos, monstruos de repulsivo aspecto. Habiendo visto a los marcianos y sus máquinas de guerra, el narrador decide ale­jar a su esposa de la zona de peligro, y la envía a casa de una prima suya. Al quedar solo encuentra a un artillero inglés, único superviviente de una batería que ha sido destruida por los marcianos, que le informa de los sucesos ocurridos durante la jorna­da.

Nuestro hombre queda tan impresiona­do, que decide a su vez huir también, e intentar reunirse con su esposa. Para evi­tar a los marcianos debe efectuar un gran rodeo; por doquier atraviesa las líneas de los soldados que intentan detener a los in­vasores. Por doquier también, la triste mu­chedumbre de refugiados que son implaca­blemente perseguidos por las máquinas de guerra. En Londres reina el pánico, hay una huida general y desesperada de todos sus habitantes: unos intentan dirigirse al norte, otros alcanzar el continente cruzando el Canal. Mientras el narrador procura a través de los campos llegar a Londres es­capando a los marcianos, encuentra a un pastor, y los dos, hambrientos, entran en un pabellón de las afueras, esperando encon­trar algo que comer, justamente en el mo­mento en que al lado mismo cae el quinto cilindro, sepultando la casa bajo toneladas de tierra. El único camino posible para salir de allí está guardado por los marcia­nos. Durante una semana los dos refugia­dos se arrastran entre los escombros de la bodega y de los lavaderos. El pastor, exte­nuado, enloquece, y el narrador se ve obligado a matarle en defensa propia. Logra finalmente escapar y llega a Londres, en­contrando la ciudad completamente desier­ta. Después de haberse reunido sólo unos momentos con el artillero, sale de la ciudad y llega a South Kensington; allí, de pronto, percibe los desgarradores lamentos de los marcianos y, subiendo a una colina, des­cubre, en un enorme reducto, a una infini­dad de marcianos heridos de muerte, enve­nenados por los gérmenes de nuestro pla­neta y casi devorados por los perros… La noticia de la liberación se esparce inme­diatamente. Los refugiados regresan a sus hogares.

El narrador encuentra milagrosa­mente a su mujer. En una palabra, se ha­bían dejado arrebatar por el terror. Esta novela de anticipación es mucho menos optimista que las de Julio Verne. Al con­trario, Wells parece complacerse en aterrorizarnos. La atmósfera del libro, a pesar de la derrota final de los marcianos, es más bien pesimista; los hombres no pueden es­perar gran cosa de la ciencia, en todo caso nuevos peligros, catástrofes mundiales, y nada que pueda contribuir a la mejora de nuestra existencia. Tales horrores del futuro son descritos por el autor con rigurosa pre­cisión. Puede ser también que exista en Wells una cierta satisfacción en asustar, para saciar así, por medio de la ficción no­velesca, su rencor contra la sociedad victoriana, tan segura de su fuerza y de su tranquilidad.

La Fábrica de lo Absoluto, Karel Capek

[Továrna na Absolutno]. Novela del escritor checo Karel Capek (1890-1938), publicada en 1922. En su concepción se acerca a las novelas utópicas de H. G. Wells. La trama se desarrolla en el porvenir, comenzando en 1943. El presidente de la fábrica Meas Bondy lee, en un periódico, un importante descubrimiento del ingeniero Marko, cono­cido suyo. Lo busca y sabe por él que se trata de una máquina llamada «Karburator», capaz de fraccionar los átomos de car­bón, liberando así una enorme energía que podrá ser explotada por las máquinas in­dustriales. Pero con el fraccionamiento (o con la completa combustión) de la materia, se libera de ella la esencia divina, lo Abso­luto (según el «panteísmo» presente por todas partes en la materia); relacionados con la carburación, se producen extraños fenómenos: reflejos religiosos, como la con­versión de los pecadores a la virtud, pre­dicciones, milagros (especialmente fenóme­nos de levitación) y, por fin, manifestacio­nes de fanatismo religioso. La compañía Meas inunda al mundo de carburadores.

Una de estas máquinas se encuentra en la draga de stechovice, y el marinero Kuzenda, que tiene como ayudante al operario Brych, se convierte en profeta de lo Ab­soluto. Otra máquina es propiedad de Binder, propietario de un carrusel. Los par­tidarios del dios de la draga se enfrentan con los que reconocen como dios al Abso­luto del carrusel. Más tarde, el Absoluto de los carburadores invade violentamente toda clase de fábricas, y su consecuencia no es el bienestar, sino la miseria, porque la su­perproducción provoca el derrumbamiento de los precios, con graves pérdidas, dado el alto coste de la producción. Según la sátira del escritor, la situación la salva el campesino checo que no distribuye, sino que vende a precio muy alto sus productos. La Iglesia romana, que desde el principio se manifestó contra el Absoluto, terminó luego por reconocerlo; se desencadena entonces una terrible guerra mundial entre católicos y protestantes. Por fin, un saboyano, el te­niente de artillería Hobinet, salva al mun­do, renovando la gesta de Napoleón, bus­cando por todas partes a los carburadores para destruirlos sin piedad. La novela ter­mina con un idilio matutino en una hoste­ría de Praga, donde se ponen de acuerdo Brych y Binder, antaño adversarios; un guardia lleva la noticia de que hasta el último carburador, que se hallaba en el distrito zizkov, de Praga, donde el Abso­luto producido por los motores era adorado por vagabundos y prostitutas, ha sido por fin descubierto y destruido. La idea de la difusión del fanatismo religioso, en relación con el fanatismo tecnicocientífico, no al­canza en la novela de Capek la evidencia que el asunto merecía, a causa del excesivo tono satírico; sin embargo, la novela puede considerarse como uno de los más origi­nales productos de la corriente utópica tan difundida en Europa después de la guerra del 1914-18, a la que el propio Capek con­tribuyó además con las novelas R. U. R. (v.) y Krakatita (v.). [Trad. de Alejandro

E. Lo Gatto

Ciento Cincuenta Millones, Vladimiro Maiakovski

[150.000.000]. Poema futurista de Vladimiro Maiakovski [Vladimir Vladimirovic Majakovskij, 1894-1930], publicado anónimo en 1920. Maiakovski es el fundador de la es­cuela futurista rusa que señaló el final del simbolismo hasta entonces en gran boga, in­troduciendo en el lenguaje literario el modo de expresarse rudo y vulgar del obrero. «150.000.000 son los artífices de este poema. El proyectil es su ritmo. / El ritmo es fuego que se propaga de casa en casa. / 150.000.000 de hombres hablan por boca mía. / Esta edi­ción está impresa con la rotativa de sus pa­sos / sobre las rudas piedras de las plazas». Sigue un manifiesto que incita a la revolu­ción contra el mundo que está surgiendo en Versalles, y lo firman el hambre, la vengan­za, la bayoneta y la pistola que quieren pasar cuentas con los tranquilos Wilson y Lloyd George, que han dividido el mundo en dos partes: hambrientos y hambreadores. Millo­nes de hombres y de cosas responden a la llamada y se reúnen.

«Nuestros pies son la fulmínea fuga de los trenes, nuestras ma­nos son los vientos que levantan las polva­redas del mundo, nuestras firmas los edi­ficios / nuestras alas los aeroplanos». Así ha nacido el gigante ruso Iván y América tiem­bla. Los boletines meteorológicos señalan la aproximación de un ciclón, la radio habla de una flota que se aproxima a las costas americanas y finalmente los diarios descu­bren la verdad: está a punto de llegar Iván. Sigue una satírica descripción de la vida americana y de cómo el presidente de aquel país pasa el tiempo. A la llegada de Iván todo se revoluciona, Wilson se hace dar ma­saje en espera del combate y «la enorme es­pada brilló y cortó por cuatro kilómetros. / Del gran cuerpo espera Wilson que salga sangre. / Pero salen 150.000.000 de hombres, caballos, casas, acorazados, / cantan y mar­chan al son de la música. / ¡Oh dolor! ¡De la nórdica Troya llegó el caballo car­gado de rebelión!» 150.000.000 dio a Maia­kovski enorme fama haciendo de él el poeta del proletariado, el exponente del nuevo mundo de la máquina y de la materia, el negador de todo principio romántico, senti­mental e individual, el exaltador de la co­lectividad.

G. Kraisky

El Año 2000, Edward Bellamy

[Looking Backward]. No­vela del americano Edward Bellamy (1850- 1898), publicada en 1888. Es una novela utópica que tuvo enorme popularidad y fue leída en todo el mundo. El protagonis­ta se duerme en 1887 y se despierta el año 2000 (de donde procede que su verdadero título Mirando hacia atrás se haya tradu­cido en varias lenguas por El año 2000) y la narración le sigue en sus descubrimien­tos y sorpresas. Ya no hay ricos ni pobres; todos son económicamente iguales. Nadie trabaja más que los demás, ni por obliga­ción ni por salario, sino que todos están al servicio del país y trabajan para los bienes comunes, que están repartidos en partes iguales; incluso los profesionales li­bres, como los médicos, están subvenciona­dos por el Estado.

Todas estas maravillas y otras del mismo orden, han sido consegui­das substituyendo el capitalismo privado por el capitalismo público y organizando el mecanismo de la producción y de la dis­tribución, al igual que el gobierno, como organismos de interés general que no han de estar al servicio de la ganancia del particu­lar sino de la de todos. La novela no tiene pretensiones artísticas; típicamente ochocen­tista en su estilo pseudocientífico, dio origen a los «Bellamy Clubs» para discutir las preguntas y dudas prácticas que hizo sur­gir y se convirtió en el programa del par­tido nacionalista americano. Indudablemen­te hay que reconocer a Bellamy una gran exactitud de deducciones lógicas y una clara visión de los detalles. Sus ideas comu­nistas fueron en parte aplicadas en Rusia después de la revolución de 1917. [Trad. española de Ricardo Francia (Madrid, 1900) y de José Esteban Aranguren (Barcelona, 1905) con el título de El año 2000.]

A. Camerino