A veces le da a uno por frecuentar esos autores a los que normalmente se llama «raros» y en esta ocasión le tocó el turno al bosque de la Noche, de Djuna Barnes.
Escribir una opinión sobre esta novela es casi imposible sin hablar primero de la autora, una mujer peculiar y estigmatizada por su época y que, de todos modos, supo rodearse de personajes interesantes, intensos y profundamente controvertidos. En cierto modo, y si se me permite la comparación, considero a Djuna Barnes una especie de alter ego de Franziska von Reventlow, pero mucho más triste y más atormentada que la alemana.
Ambas mujeres, en efecto, se introducen en los ambientes masculinos, escriben, hacen lo que les da la real gana, mantienen relaciones de todo tipo, se codean con los mejores escritores y artistas de su época y crean un ambiente estético a su alrededor que las convierte en únicas. La prusiana, por su parte, se ríe de todo, se casa por dinero con un conde, se divorcia por dinero pero sigue siendo condesa, se muere de risa con todo el mundo y se mata en un accidente de bicicleta.
Djuna Barnes hubiese querido, seguramente, tener ese carácter desapegado, pero no lo consiguió del todo. Viajó por Europa, tuvo grandes experiencias, participó también en la locura de su época, peor pesó demasiado sobre ella el trauma de su origen, y acabó encerrándose en Nueva York durante cuarenta años, donde murió nonagenaria. El caso de Djuna Barnes no podía ser de otro modo: nacida en una colonia de artistas fundada precisamente para servir de inspiración creadora, no acude a la escuela porque su padre (violinista del montón) considera la enseñanza pública una influencia burguesa indeseable. De ese modo, aislada de los demás, es educada por su abuela y por su madre, que no consiguieron evitar que quisiera probarlo todo y no respetase norma alguna. A esto seguramente también ayudó que su padre y su abuela abusaron sexualmente de ella en su infancia y juventud.
Por lo visto, su padre no consideraba que abusar sexualmente de su hija fuese una mala influencia burguesa. Los artistas revolucionarios a menudo son así…
En cuanto a la novela, El bosque de la Noche narra la historia de varios personajes desquiciados moviéndose por la Bohemia parisina, entre borracheras, celos, lesbianismo, relaciones atormentadas y ataques de lucidez absolutamente geniales.
Muy pocas novelas combinan con tanta perfección lo absurdo de la trama, el aburrimiento del estilo, embrollado y pedante, con destellos de fabulosa fuerza narrativa que devuelven de nuevo al lector al corazón de la novela, impidiéndole darle la patada que en la mayoría de los pasajes merece.
El bosque de la noche, por tanto, no es una novela desigual, sino una novela que basa toda su esencia en la discontinuidad, y que precisamente por ello refleja aún mejor a esos personajes sucios, arteros, egoístas y mentirosos, depravados en todos los aspectos y que, aún así, resurgen de vez en cuando de su miseria par convertirse en seres únicos a los que nadie querría conocer pero a todo el mundo le gustaría haber conocido.
La historia principal, consistente en el amor lésbico de dos mujeres por una tercera, es totalmente lírica y me parece una de las historias de amor más destructivas y más enérgicas que he leído. Cuando la lees, no te interesa nada lo que les pase, luego te preguntas si alguien en la novela está sobrio o despierto y finalmente te convences de que borrachos, drogados y suicidas son en realidad la trama del tapiz de este mundo.
Una lectura irrepetible. Aún no sé si para bien o para mal, y eso me obliga ineludiblemente a recomendarla.
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TÍTULO=»Djuna Barnes y el bosque de la Noche. Transgresora, onírica y lesbiana.»
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