Sauce ciego, mujer dormida (Haruki Murakami)

Sauce ciego, mujer dormida, de Haruki Murakami

Sauce ciego, mujer dormida es una colección de relatos que toca distintos géneros, desde los simplemente intimistas hasta un cuento dfe fantasmas totalmente clásico, siempre con la facilidad de escritura y el estilo pausado de Murakami.

Quizás lo mejor de este libro sea la diversidad de sus temas y la contundencia con que los trata a pesar de esa suavidad de la que hablaba. Murakami, una vez más, entra en la confusión entre lo real y lo soñado y de nuevo, en repetidas ocasiones, traza conexiones ocultas entre hechos, personas y lugares aparentemente inconexos.

Como lo he leído hace poco, me vino a a la memoria el libro de Schlink «mentiras de verano», pues en ambos casos se trata de colecciones de relatos en los que las impresiones y la ambientación pesan a veces más que la trama del relato. Sin embargo, y aunque Murakami es mucho más trágico y a veces más descarnado, con muertas prematuras, suicidios y terrores,tengo al impresión de que en el fondo es mucho menos siniestro. La soledad de los personajes de Murakami los diluye, mientras que los solitarios de Schlink se reconcentran hasta convertirse en una especie de tiniebla ambulante.

Esta es la lista de relatos que incluye el libro:

  • Sauce ciego, mujer dormida
  • La chica del cumpleaños
  • La tragedia de la mina de carbón de Nueva York
  • Avión… o cómo hablaba él a solas como si recitara un poema
  • El espejo
  • El folclore de nuestra generación: prehistoria del estadio avanzado del capitalismo
  • El cuchillo de caza
  • Un día perfecto para los canguros
  • Somorgujo
  • Los gatos antropófagos
  • La tía pobre
  • Náusea, 1979
  • El séptimo hombre
  • El año de los espaguetis
  • Tony Takitani
  • Conitos
  • El hombre de hielo
  • Cangrejo
  • La luciérnaga
  • Viajero por azar
  • Hanalei Bay
  • En cualquier lugar donde parezca que esto pueda hallarse
  • Una piedra con forma de riñón que se desplaza día tras día
  • El mono de Shinagawa

De todos ellos, probablemente el que más me ha gustado sea «El folclore de nuestra generación: prehistoria del estadio avanzado del capitalismo», un relato sobre la soledad y el amor, a pesar del curioso título. El otro relato que recomiendo y destaco especialmente es «la tía pobre»

No os lo perdáis y, si podéis, leedlo despacio.

 

Javier Pérez

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Djuna Barnes y el bosque de la Noche. Transgresora, onírica y lesbiana.

Djuna Barnes

A veces le da a uno por frecuentar esos autores a los que normalmente se llama «raros» y en esta ocasión le tocó el turno al bosque de la Noche, de Djuna Barnes.
Escribir una opinión sobre esta novela es casi imposible sin hablar primero de la autora, una mujer peculiar y estigmatizada por su época y que, de todos modos, supo rodearse de personajes interesantes, intensos y profundamente controvertidos. En cierto modo, y si se me permite la comparación, considero a Djuna Barnes una especie de alter ego de Franziska von Reventlow, pero mucho más triste y más atormentada que la alemana.

Ambas mujeres, en efecto, se introducen en los ambientes masculinos, escriben, hacen lo que les da la real gana, mantienen relaciones de todo tipo, se codean con los mejores escritores y artistas de su época y crean un ambiente estético a su alrededor que las convierte en únicas. La prusiana, por su parte, se ríe de todo, se casa por dinero con un conde, se divorcia por dinero pero sigue siendo condesa, se muere de risa con todo el mundo y se mata en un accidente de bicicleta.

Djuna Barnes hubiese querido, seguramente, tener ese carácter desapegado, pero no lo consiguió del todo. Viajó por Europa, tuvo grandes experiencias, participó también en la locura de su época, peor pesó demasiado sobre ella el trauma de su origen, y acabó encerrándose en Nueva York durante cuarenta años, donde murió nonagenaria. El caso de Djuna Barnes no podía ser de otro modo: nacida en una colonia de artistas fundada precisamente para servir de inspiración creadora, no acude a la escuela porque su padre (violinista del montón) considera la enseñanza pública una influencia burguesa indeseable. De ese modo, aislada de los demás, es educada por su abuela y por su madre, que no consiguieron evitar que quisiera probarlo todo y no respetase norma alguna. A esto seguramente también ayudó que su padre y su abuela abusaron sexualmente de ella en su infancia y juventud.

Por lo visto, su padre no consideraba que abusar sexualmente de su hija fuese una mala influencia burguesa. Los artistas revolucionarios a menudo son así…

En cuanto a la novela, El bosque de la Noche narra la historia de varios personajes desquiciados moviéndose por la Bohemia parisina, entre borracheras, celos, lesbianismo, relaciones atormentadas y ataques de lucidez absolutamente geniales.

Muy pocas novelas combinan con tanta perfección lo absurdo de la trama, el aburrimiento del estilo, embrollado y pedante, con destellos de fabulosa fuerza narrativa que devuelven de nuevo al lector al corazón de la novela, impidiéndole darle la patada que en la mayoría de los pasajes merece.

El bosque de la noche, por tanto, no es una novela desigual, sino una novela que basa toda su esencia en la discontinuidad, y que precisamente por ello refleja aún mejor a esos personajes sucios, arteros, egoístas y mentirosos, depravados en todos los aspectos y que, aún así, resurgen de vez en cuando de su miseria par convertirse en seres únicos a los que nadie querría conocer pero a todo el mundo le gustaría haber conocido.

La historia principal, consistente en el amor lésbico de dos mujeres por una tercera, es totalmente lírica y me parece una de las historias de amor más destructivas y más enérgicas que he leído. Cuando la lees, no te interesa nada lo que les pase, luego te preguntas si alguien en la novela está sobrio o despierto y finalmente te convences de que borrachos, drogados y suicidas son en realidad la trama del tapiz de este mundo.

Una lectura irrepetible. Aún no sé si para bien o para mal, y eso me obliga ineludiblemente a recomendarla.

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Los tres estigmas de Palmer Eldritch, PHILIP K. DICK

Philip K. Dick fue extraordinariamente prolífico a mediados de la década del sesenta. Sólo en 1964 publicó cinco novelas, la ya men­cionada Tiempo de Marte, otras tres menores, pero muy interesantes, originalmente publicadas en ediciones de bolsillo, Los Simulacra, Clans of the Alphane Moon y La penúltima Verdad. Y, por último, quizá la más importante, Los tres estigmas de Palmer Eldritch (The Three Stig­mata of Palmer Eldritch). Éste fue el libro a través del cual descubrí a Dick (lo digo como un consejo), a los dieciséis años. Entonces no lo comprendí plenamente, y no estoy seguro de comprenderlo ahora, pues aquí aparece Dick en su faceta más salvaje y desconocida. En­tre otras cosas, es una novela sobre drogas, lo que parece hacerla muy apropiada para su década.

Empieza como una sátira a la manera de Pohl y Kornbluth. Barney Mayerson es un vidente; tiene facultad de prever el futuro dentro de ciertos límites. Trabaja como especialista en «premoda» para una compañía de Nueva York llamada Perky Pat Layouts, Inc., donde su tarea consiste en predecir las modas en vestidos, or­namentos y diseño interior. P. P. Layouts fabrica muñecas y casas de muñecas para los consumidores de una droga conocida como Can–D. Todo aquel que consume la droga puede entrar en el mundo de Perky Pat y otras muñecas semejantes, para llevar una vida ilusoria de ocio y erotismo. Este hobby escapista es especial­mente atractivo para los aburridos y nostálgicos colonos de Marte. Aunque es uno de los mejores videntes de la especialidad, Barney tiene problemas. Se siente amenazado por su nuevo asistente, Roni Fugate (se van juntos a la cama poco después de conocerse: «Los dos sois videntes», le explica su psiquiatra computarizado a la ma­ñana siguiente. «Habéis visto con anticipación que terminarías eró­ticamente comprometidos. De modo que habéis decidido… ¿para qué esperar?»). También ha recibido la noticia de su reclutamiento –la exigencia de convertirse en colono de Marte– y a partir de ese momento lleva a su psiquiatra portátil, el doctor Smile, a todas par­tes, con la esperanza de que lo convierta en suficientemente neuró­tico como para no aprobar el test de emigración. Mientras tanto, Nueva York se sofoca bajo una ola de calor de 180 grados de tempe­ratura permanente (supuestamente provocada por el efecto inver­nadero, estamos en el siglo veintiuno), y el grueso de la población vive en vastos «Conapts», donde tienen que pagar una fortuna por facturas de refrigeración.

El jefe de Barney, Leo Bulero, es uno de los pocos privilegiados que pueden permitirse una Terapia de Evolución en una clínica alemana, lo cual lo vuelve poco a poco un «cabeza burbuja». Él se jacta en estos términos: «Debido a que me someto a la Terapia E, tengo un lóbulo frontal gigantesco; yo también soy prácticamen­te un vidente; soy muy avanzado». Pero de poco le sirve cuando se entera de que su rival industrial, Palmer Eldritch, ha regresado de un viaje de diez años a Próxima Centauri con algunos líquenes que pueden servir como base de una nueva droga que compita con Can–D. Bulero vuela a la Luna para enfrentarse a Eldritch y ma­tarlo si es necesario. Pero llega demasiado tarde, pues ya se ha or­ganizado una corporación para comercializar la maravillosa droga de Eldritch, la Chew–Z; y comienzan a llegar a Marte cargamen­tos de la nueva sustancia. A diferencia de la Can–D, la Chew–Z se supone que no crea adicción; ha sido aprobada por las Naciones Unidas, y pronto todo el mundo la consumirá, tanto en la Tierra como en Marte y en las diversas y desdichadas lunas del sistema solar. Pero la nueva droga tiene efectos mucho más poderosos que la Can–D. Como descubren Bulero y Barney Mayerson, puede llegar a hundir a un sujeto en un mundo de ilusión permanente, en un mundo controlado por Palmer Eldritch (cuyos «estigmas» son una mano artificial, ojos mecánicos y dientes de acero), o por algún ente demoníaco que opera a través de Eldritch.

La novela no es tanto una sátira como una comedia negra me­tafísica que termina convirtiéndose en una pesadilla. Al final, es di­fícil distinguir ilusión y realidad; y ése, sin duda, es el objetivo. The Three Stigmata of Palmer Eldritch es un libro desconcertante, pero brillante.

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334, de THOMAS M. DISCH

334

Este libro, que yo sigo considerando como la obra maestra de Disch, no tuvo buena acogida cuando se publicó por primera vez en una edición de tapas duras (excepto una reseña en Birmingham Eve­ning Mail, que lo describía como «Un nuevo mundo feliz, de len­guaje soez, temerariamente fascinante»). La primera edición nor­teamericana no apareció hasta 1974, como libro de bolsillo. Disch era un profeta a quien no se honraba en su propio país.

Es una novela dividida en seis partes, cinco de las cuales fueron publicadas primero como cuentos o novelas cortas independientes. Sin embargo, son algo más que un «ciclo de cuentos», pues las par­tes están íntimamente relacionadas entre sí y hábilmente entrela­zadas. Juntas, constituyen una novela social de una belleza y un poder raros. Utilizo la frase «novela social» con toda premedita­ción, pues el libro trata de las relaciones de unos personajes descri­tos con realismo en un escenario que tiene toda la crudeza de la realidad. Son gente que vive en Nueva York dentro de cincuenta años (el título se refiere al número del gigantesco bloque de de­partamentos que alberga a la mayoría de ellos). El mundo que crea Disch no es una vulgar «distopía», pero está impregnado de una gran tristeza. En muchos sentidos, 334 es una imagen de lo que podría ser el futuro si las cosas fueran relativamente bien: la ex­plosión demográfica se ha controlado gracias a una estricta plani­ficación familiar, la automatización ha reducido la necesidad de trabajo no cualificado, y un estado de bienestar asegura que nadie padezca hambre. En realidad, el mundo de Disch de comienzos del siglo XXI es el paraíso de un planificador social, lleno de maravillas tecnológicas. Pero con un corazón de piedra.

El autor se concentra en los marginados de esta utopía. Son per­sonas como Birdie Ludd, quien fracasa en el test Regents (Acta de prueba genética revisada del 2011), y trata de recuperarse escri­biendo un ensayo titulado «Problemas de creatividad», una tarea bastante penosa, pero termina convirtiéndose, en cambio, en ma­rine de los Estados Unidos. O como Chapel, el portero del hospital, que pasa las horas de descanso mirando insulsas series de televi-sión. O Alexa, la trabajadora social que lee a Oswald Spengler y se entrega a unos sueños diurnos inducidos por la droga en los que vi­sita el Bajo Imperio Romano mientras ella misma se hunde poco a poco. O Boz Hanson, el feliz marido de Milly, que quiere ocupar su tiempo convirtiéndose en madre, cosa que logra con una pequeña ayuda médica. O la señora Hanson, madre de muchos hijos, que cuando la expulsan de su apartamento hace una fogata en la calle con todo lo que tiene y luego suplica a la muerte: «Usted tiene que aprobar mi solicitud. En caso contrario, apelaré… Toda mi familia era una familia inteligente, con muy altos rendimientos. Yo nunca hice nada con mi inteligencia, tengo que confesarlo, pero lo haré. Conseguiré lo que quiero y aquello a lo que tengo derecho».

En su gran mayoría, los personajes de Disch son los desemplea­dos, los ancianos, la gente de bajo CI, los frustrados y los fracasados, la gente que es enviada de una oficina de servicio social a otra, cuya vida transcurre entre el orfanato y el hogar de ancianos. Tienen esperanzas, fantasías, ambiciones, pero una y otra vez se ven recha­zados por una sociedad que no es capaz de comprender o de com­padecer. El poder aparente está en manos de los planificadores, los administradores y los «expertos»: por buenas que sean sus inten­ciones, parecen terminar siempre tratando a la gente como a cosas. El resultado es el enorme y silencioso sufrimiento de millones de personas marginadas de la meritocracia. Gran parte de la ciencia ficción trata de los ganadores; los personajes son inteligentes y ca­paces, se encuentran cómodos en el mundo tecnológico, o en su de­fecto se enfrentan a él con convicción, y si pierden, pierden con no­bleza, con lucidez. No ocurre lo mismo en 334. Disch ha escrito un libro sobre la gente olvidada, y ha producido así una novela her­mosa, sutil y conmovedora.

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¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! (HARRY HARRISON)

La ciencia ficción, más que establecer nuevas tendencias, sigue fá­cilmente la moda. Extrae ideas de las ciencias, de la sociología po­pular y de los suplementos dominicales de los periódicos, las recrea y las exagera hasta convertirlas en imágenes de pesadilla del Fu­turo. Los años cincuenta fueron la gran década de los relatos sobre bombas nucleares, y prácticamente todas las novelas de ciencia fic­ción se referían a las consecuencias de una guerra nuclear, mientras que en la década del sesenta el tema principal fue la explosión de­mográfica y la contaminación. A mediados de esa década la idea de que la población mundial se duplicaría en el año 2000 se trans­formó en un lugar común y esa idea sembró el terror en muchos corazones. ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! (Make Room! Make Room!) es una de las manifestaciones clásicas de ese terror (otra es Todos sobre Zanzíbar, de John Brunner, a la que me referiré más adelante). Ha­rrison agrega a su novela una lista de unas cuarenta «Sugerencias para una lectura posterior», que no son obras de ficción y abarcan desde Malthus a Vance Packard y J. K. Galbraith. De ese material nacieron muchas historias de ciencia ficción.

La novela está ambientada en el año 1999 en Nueva York, ciu­dad en la que 35 millones de personas compiten por agua y espacio. El héroe, Andy Rusch, es un policía. A pesar de tener un sueldo fijo, se ve obligado a compartir un apartamento de un ambiente con otro hombre, Sol Kahn, de setenta y cinco años. Sol es una suerte de filósofo autodidacta, y resulta imposible evitar la impresión de que se trata de un sustituto del autor (en 1999 Harry Harrison rondará los setenta y cinco años). Cuando un adolescente mata a un extorsionador del lugar, Rusch se embarca en la persecución del asesino. Tiene una relación con la antigua novia del muerto, y finalmente la mujer se muda al pequeño apartamento. Sol muere después de participar en un motín callejero entre «Ancianos». Rusch continúa buscando al asesino, pero lo encuentra cuando el asunto ya se ha enfriado. No hay sensación de triunfo. La mujer se marcha, y Rusch tiene que seguir viviendo sin ella y sin Sol, solitario en medio de una ciudad hormigueante.Es una historia sencilla,sin ningún sensacionalismo, sin heroísmo, dignamente narrada, con detalles muy cuidados y conmovedores. No es una novela de misterio, pues desde el primer momento el lector sabe quién es el asesino, pero el autor utiliza la historia del crimen para describir una ciudad per­manentemente en crisis. Es bastante más que Ed McBain en un es­cenario de fin–du–millenium.

La Nueva York de Harrison, donde todo el mundo vive de ham­burguesas y harina de avena Ener–G, y recoge agua de un depósito regulador en la calle, probablemente no esté muy lejos de las reali­dades de una ciudad del Tercer Mundo, como Calcuta, en la dé­cada del sesenta. Es reconfortante ver esas verdades proyectadas en el futuro de la nación más rica del mundo. Incluso aunque en 1999 Nueva York no se parezca a lo que Harrison se imagina, ésta será una novela verdadera.

Harry Harrison (nacido en 1925) es más conocido por sus cuen­tos humorísticos de aventuras, como Estafador interestelar (The Stain­less Steel Rat, 1961), y por sus burlescas travesuras de cf, como Bill, héroe galáctico (1965) y The Technicolor Time Ma-chine (1967). ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! es su obra más seria y comprometida. Fue una pena que cuando se la llevó al cine, con el título Soylent Green (1973), se trivializara la historia agregándole episodios de canibalismo y otras truculencias que no figuran en el libro. Una excelente novela de cf se convirtió en otra película mediocre.

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