LLARA, La maldición de las águilas. La fe contra la técnica de Roma

Cuando aúllan los lobos, una fibra más antigua que la razón se estremece en cada ser humano. Muchos, la mayoría, sienten un escalofrío y buscan el abrigo de la roca, de la manta conocida, de las llamas de la hoguera que  obliga a la oscuridad a retirarse unos pasos. Para estos es la hora del silencio, de esperar la madrugada rogando porque la fiera pase también hoy de largo.

             Pero hay otros, unos pocos, que cuando aúllan los lobos se levantan y responden. Y sin volverse velludos, sin que les crezcan los dientes como afirma la leyenda, pertenecen a la estirpe de los que huelen la sangre.

            Nadie sabe cómo se llega a ser de una clase o de la otra. No hay herencias, ni enseñanzas, ni madres que transmitan a sus hijas el secreto, ni padres que lo enseñen a sus primogénitos en el claro de un bosque.

            Nadie sabe qué bisagra los divide, y sólo hay un modo de distinguirlos: cuando aúllan los lobos, unos tiemblan y otros ríen.

Una novela que empieza así, no puede dejar indiferente a nadie.

Decía Plinio,  hablando de Las Médulas, que “es menos temerario buscar perlas y púrpura en el fondo del mar que sacar oro en estas tierras.

Las minas de las Médulas, al oeste de León, fueron la mayor explotación aurífera romana a cielo abierto.  A día de hoy, quien contempla los restos de aquella explotación sin saber lo que ocurrió, aún se pregunta qué extraña maldición pudo caer sobre aquella tierra, o que gigantes la bombardearon.

Porque hubo una maldición, la del oro, y hubo también algo similar a un bombardeo, aunque no fuese como los que hoy invoca esa palabra en nuestras mentes.

Miles, decenas de miles de trabajadores se esforzaban en el terrible proceso de horadar los montes y de remover las tierras tras el portentoso proceso del ruina montium. Los túneles, excavados en diversos niveles y con las dimensiones y forma apropiadas, eran rellenados violentamente por enormes cantidades de agua para que el aire, comprimido por la presión hidráulica, se convirtiese en un explosivo de efectos devastadores.

Montes enteros reventaban desde dentro en pocos minutos: ese era el explosivo de los romanos y esas fueron las armas que dejaron las espectaculares huellas que aún se pueden contemplar en el paraje de las Médulas, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1997.

Pero el mayor desafío de la ingeniería no era la voladura de los montes, sino el modo de obtener las ingentes cantidades de agua necesarias para ello: centenares de kilómetros de canales para recoger el deshielo de los montes. De montes cercanos y de otros a más de cien kilómetros de distancia.  Incluso hoy sería un desafío para la técnica construir un canal que salvase noventa y dos kilómetros de distancia con un desnivel de seiscientos metros. Poco más de cinco milésimas de desnivel, y en medio de una orografía que aún hoy encarece hasta el extremo cualquier infraestructura. Sin rutas para las materias primas. Sin animales de tiro suficientes. Pero los romanos comenzaron desde cero y lo hicieron.

Y lo hicieron a costa de los habitantes de la región, los viejos astures, que se vieron obligados a trabajar hasta la extenuación en aquellas minas, pagando en fuerza humana los tributos que les impuso el Imperio. Lo hicieron a costa de acabar con la cultura, las costumbres y las formas de vida de los astures, obligados a abandonar sus bien defendidos castros en las alturas para residir en los valles, donde les sería mucho más difícil rebelarse. Lo hicieron pasando por encima de todo y de todos, sin dudar un instante ni preguntarse por un momento siquiera si les asistía algún derecho. Para los romanos, el derecho era algo que se conquistaba por las mentes y las armas. ¿Quién podía poner en duda el suyo, capaces por igual de vencer en la batalla y de vencer en la ingeniería?

Pero los astures no estaban dispuestos a dejarse dominar, fuesen cuales fueran las dificultades. De revuelta en revuelta y de derrota en derrota, siguieron resistiendo durante siglos el poder romano. Cuando los desterraron a las Galias como esclavos, se rebelaron en las Galias contra sus amos y volvieron  hasta su tierra con las armas en la mano para enfrentarse de nuevo a los romanos, que entendieron que con aquella gente podrían tener oro, pero nunca paz.

De una de esas revueltas, y de la eterna maldición de los que siguen luchando en las guerras perdidas es de lo que habla LLARA, LA MALDICIÓN DE LAS ÁGUILAS.

Una mujer, poco más que una niña, entregada por su familia al prefecto romano como concubina, se revuelve un día contra su amo, huye al monte y busca a los hombres libres, a los que han tenido que regresar a la caza como actividad de supervivencia para no tener que  morir en las minas. Hay algo en ella que la distingue del resto: quizás el deseo de libertad o quizás el rencor de la que esperaba amor y recibió una burla. Hay algo implacable duro, tal vez siniestro, en su determinación de cobrarse venganza contra el hombre que la despreció y contra el Imperio entero. Quizás el conocimiento de que ya no pertenece a ningún mundo, ni al de los astures, que abandonó demasiado niña, ni al de los romanos, que se niega a asimilar. Y así Llara se convierte en una especie de reina cazadora. ¿A dónde van los desesperados? Van a ti, le dicen.  Y aprende la lección. Y se hace fuerte en ella. Y reúne a su alrededor a todos los que entienden que no importa si la causa es justa o no, si se gana o si se pierde: importa sólo luchar.

Y ahí se divide su mundo, entre los que creen, entre las visiones que producen los brebajes de los druidas y esas otras visiones, las de los ingenieros romanos, que veían el mundo dominado por la inteligencia humana.

Llara no pretende vencer: los astures nunca estuvieron tan locos como para aspirar a derrotar al Imperio. No quiere imponer condiciones, no lucha por mejorar las vidas de los que se extenúan removiendo tierra. Sólo quiere enseñar a los romanos que nada es gratis, que no hay ofensa sin castigo, que no se puede amara a una mujer por ser salvaje y pretender al mismo tiempo convertirla en sumisa y que no se puede hacer esclavo al pueblo que sabe morir.

Pero la lucha es algo más que el enfrentamiento entre la máquina militar de Roma y las guerrillas locales, conocedoras del terreno: es un enfrentamiento entre dos modos de ver el mundo, entre la técnica y el conocimiento de la naturaleza, entre la ingeniería y la confianza en los elementos. Cada cual tiene su fe: unos creen en el poder de la inteligencia y otros en el del corazón, unos en dominar la tierra y otros en vivir como parte de ella.

Oro, sangre, amor, guerra y una auténtica maldición que todos conocemos, se reúnen en la magia de esta novela. Una de las mejores sobre la época romana que he leído.

No se la pierdan.

Julia Manso

Violín negro en orquesta Roja: el miedo es un tigre suelto

Las sociedades que se basan en el miedo no pueden funcionar. Cuando la población vive asustada, por el temor a que pasen a buscarlo por su casa o por el temor de quedarse mañana sin trabajo, deja de pensar con claridad y desaparecen los lazos que unen a los vecinos.

Mientras tanto, el poder, que desata ese miedo, se erosiona también aunque no lo crea, porque a medida que el terror aumenta se vuelve cada día más difícil conocer la realidad, porque todo el mundo le dice al poder sólo que quiere oír.

Desatar el miedo es, por tanto, como desatar un tigre: aterrorizas a tus vecinos, pero quien lo desata nunca puede estar seguro de que conseguirá atarlo de nuevo o de si mantiene o no su control sobre la fiera.

Esa es la idea que recorre permanentemente las páginas de Violín negro en Orquesta Roja, una novela de espías al viejo estilo en la que se trata de desentrañar qué sucedió durante la Gran Purga de Stalin y si de veras, en algún momento, alguien preparó un Golpe de Estado contra Stalin.

Pero eso no sólo es un asunto interno ruso, sino que tiene consecuencias para todo el mundo: para los checos, que deben descuidar de qué lado se ponen, para la izquierda francesa, que ha llegado al poder aupada por la gran ola obrera, para la alemania nazi, que podría estar detrás del asunto, para los viejos zaristas derrotados, que buscan en París su redención o su regreso a la patria, y sobre todo para los españoles, que en medio de su guerra civil  esperan que Europa decida a quién apoya.

Pero Europa sólo decide que la guerra española debe ser larga, muy larga. Los alemanes quieren ganar tiempo, los rusos quieren ganar tiempo, y mientras los españoles se matan, todo el mundo está contento, o al menos, sigue con sus verdaderos problemas sin miedo a que todo salte repentinamente por los aires.

Aunque la novela aborde hecho políticos de primera magnitud, la trama de la novela es profundamente humana, un poco al estilo de Graham Greene.

Y ahí tenemos que volver al tigre: Cuando surgen las primeras sospechas de que algo raro se mueve en las filas del ejército ruso y del NKVD (el servicio secreto) , los dirigentes soviéticos involucrados dejan de confiar en loa órganos del partido y se buscan, cada cual, un modo de averiguar qué está sucediendo.

A uno de ellos, Molotov, se le ocurre sacar de Siberia a un viejo comisario del zar, un hombre cansado y roto, y devolverle sus poderes de comisario para que averigüe qué diablos está sucediendo.

Y ahí comienza la epopeya del viejo comisario, que por una parte no quiere regresar a Siberia y por otra conserva el rencor a quienes lo han tenido tanto años encerrado. Conserva a veces la agudeza, y otras se ve atrapado por el miedo que todo lo domina, pero a medida que profundiza en la nueva sociedad rusa se da cuenta de que ya nada es como él lo recordaba o que, quizás, todo sigue en el fondo igual que con los zares….

Es el momento de decidir si se trata de recuperar la vida perdida o de buscar algún tipo de revancha, el que sea…

Insisto: una grandiosa novela de espías llenas de datos de una época poco conocida. Me encantó.

Julia Manso.

LA PUBERTAD DE LOS PADRES

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Michele Serra, Els escarxofats.
Traducción de Anna Casassas, La Campana, Barcelona, 2014, 132 págs.
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por Anna Rossell

Una lectura ligera, amena, fresca, este libro de Michele Serra (Roma, 1954), periodista, prolífico escritor, autor televisivo y humorista italiano, que aborda en esta novela el espinoso tema de las relaciones paterno-filiales en el siglo XXI. No es una temática fácil, y ningún mejor registro que el que Serra domina: la sátira, la fina ironía, el humor, para asumir en primera persona, desde la empatía, el rol del padre sin naufragar en la travesía. Sale bastante airoso.

Els escarxofats –Los cansados (Algaguara, 2014)-, título engañoso que prepara al/la lector/a para visualizar el alma de la generación joven, no es únicamente el retrato del hijo y de aquellos a los que éste representa, sino también -y sobre todo- el de los padres. Porque el texto, concebido como un largo monólogo de un padre dirigiéndose a un hijo en plena efervescencia adolescente -que monopoliza obsesivamente su pensamiento- viene a ser como la crónica de una gran frustración del progenitor: la frustración de una relación que el padre -cualquier padre de nuestro entorno y de nuestra actualidad- desearía fervientemente que fuera otra, cálida y cercana. Conocemos, pues, al hijo únicamente a través de la mirada paterna y, más aún que al hijo, conoceremos al padre, también él representante de toda una generación de “postpadres”: es él quien se manifiesta, es él el decepcionado y es él, en definitiva, quien nos hace testigos de su desencuentro, de sus momentáneas dudas educacionales. Consciente de que lo que le hiere y lo enoja puede ser precisamente el fruto de una educación conscientemente aplicada por principio, antiautoritaria, permisiva y liberal, la voz narradora reflexiona en su impotencia: «¿A quién preferirías encontrarte delante, a alguien que habla una lengua clara pero que no es la suya, o bien a alguien que habla su lengua pero que no entiende qué diablos dice? […]. Si no ejerzo el poder no es únicamente por pereza […]. Es sobre todo porque en el poder, tal como está estructurado desde antes de ti y de mí, ya no puedo creer. De modo que no puedo engañarme a mí y así engañarte a ti».
A modo de colofón de los largos monólogos que conforman los capítulos, ejerciendo de interludio entre ellos, recorre todo el libro un leitmotiv: el deseo del padre de hacer con el hijo una excursión al Cerro de la Nasca, una empresa que el primero tiene por el hito significativo de acercamiento entre los dos y que se propone como objetivo de su vida. El logro final de este hito otorga el premio deseado a los esfuerzos de un padre que no renuncia a su modelo educativo, a pesar de los conflictos que éste conlleva.

Formalmente el texto rezuma la frescura de una voz narradora que se expresa con la dosis de humor necesaria para contemplar su problema con la distancia suficiente para no desesperar y mantener viva la ilusión de que un día el entendimiento generacional, la comunicación, será posible. El obstinado soliloquio del narrador -sustituto de la añorada conversación con el hijo- se interrumpe en algunos momentos con la intercalación de la narración de la «Gran Guerra Final» -la que libra en la imaginación del padre el ejército de los Viejos contra el ejército de los Jóvenes-, un ingenioso recurso del autor para romper la uniformidad estilística. A menudo reproduciendo con intención crítica el lenguaje del hijo, otras veces por un gesto de propensión cariñosa hacia el criticado, el yo narrador se deja contaminar por el registro lingüístico del hijo consiguiendo un resultado simpático que hace del libro una lectura atractiva tanto para hijos como para padres.

© Anna Rossell

MUCHO MÁS QUE UNA BIOGRAFÍA

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Frances Stonor Saunders, La mujer que disparó a Mussolini
Traducción de J. Manuel Méndez,
Capitán Swing, Madrid, 2014, 428 págs.

Stonor Saunders (1966), historiadora y periodista británica, colaboradora en The Guardian, New Statesman y en Radio 3-BBC, ejerce periodismo de investigación, aquél que exige trabajo pormenorizado e inteligente para sacar a la luz cuestiones que han quedado ocultas u olvidadas y la verdad reclama. Ello la ha llevado a sumergirse en la vida de Violet Gibson (1876-1956) -la mujer que atentó contra Mussolini-, quien, habiendo podido cambiar el curso de los acontecimientos, pasó por la historia sin pena ni gloria y murió abandonada en el manicomio de St. Andrew –Northampton- treinta años después.

Pero pasa con frecuencia que las pesquisas de los investigadores acaban arrojando menos luz sobre el tema estudiado que sobre lo que encuentran a su paso. Es lo que sucede en este ensayo, escrupulosamente escrito y documentado, cuyo propósito es trazar la biografía de Gibson y que, sin errar su objetivo, resulta más informativo en aspectos colaterales –aunque no menos importantes- que en lo que concierne a su primera intención: desvelar los motivos que movieron a Gibson a su acción.

Stonor Saunders dibuja el recorrido vital de su protagonista estudiando el entorno sociopolítico y religioso en el que creció. Nacida en el seno de una honorable familia unionista protestante –hija de lady y lord Ashbourne, procurador general de Irlanda-, Violet, que se perfilaba como una mujer autónoma, simpatizó con el nacionalismo irlandés. Espiritualmente inquieta, frecuentó la Ciencia Cristiana, de la que se distanció para acercarse a la teosofía –movimiento filosófico-religioso-esotérico, proclive al feminismo y al socialismo- hasta convertirse al catolicismo a los veintiséis años. Se estableció en Roma y practicó devotamente el catolicismo hasta su muerte con episodios de radicalidad. Este dato y el hecho de que Violet declarara haber simulado locura tras el atentado para escapar a la prisión, dificultan la respuesta de Stonor Saunders a la cuestión que plantea: ¿actuó Gibson por su cuenta o fue el instrumento de una conspiración internacional contra el fascismo? Lejos de aclararlo, los indicios abren otro gran interrogante, que la autora tampoco logra despejar: ¿sufría Violet ofuscación mental momentánea? Los hechos, sus declaraciones y los informes médicos no facilitan las cosas: antes de su frustrado atentado contra Il Duce el 7 de abril de 1926 en la Piazza del Campidoglio de Roma, ella había intentado suicidarse disparándose en el pecho, para encontrar la muerte “glorificando a Dios” y declaró varias veces que al disparar contra Mussolini “seguía órdenes divinas” y que hubiera atentado gustosa contra el Papa por considerarlo igualmente autoritario y antisocial.

En su intento de hacer justicia a Gibson y ante la imposibilidad de obtener más luz, Stonor Saunders arropa documentalmente su figura. Así se adentra en la historia de Irlanda desde los tiempos de la Home Rule, el Acta de Unión y la Liga Gaélica con la intención de transmitir el ambiente en el que Violet pudo haber desarrollado su conciencia social y se acerca pericialmente a aquellos (individuos e instituciones) que en su misma época eran considerados cuerdos y hasta guardianes de la salud mental de otros. Ello la lleva a comparar rasgos de la personalidad de Mussolini con los de Violet, y a estudiar el funcionamiento de las instituciones psiquiátricas británicas, lo que arroja uno de los capítulos más interesantes del libro: “Estigma”.

Más allá de constituir la necesaria biografía de Gibson, a la que la autora rinde homenaje, este ensayo resulta altamente ilustrativo por su ambientación. No sólo nos recuerda hasta qué punto el gobierno británico admiró a Benito Mussolini y apoyó el fascismo sino que aporta datos sobre el carácter del dictador y el ambiente político-social de la época, buscando su información tanto en los archivos históricos como en la literatura de ficción de corte realista.
Cabe destacar la acreditada documentación de las fuentes –desglosada al final siguiendo los capítulos-, que la autora pormenoriza a menudo innecesariamente. Sin embargo se echa en falta una relación, aparte, de los documentos consultados, que si bien coinciden con los aportados en la bibliografía de los capítulos, facilitaría la consulta al interesado.

En España se ha publicado de la autora La CIA y la guerra fría cultural (Debate, 2001, 2013, trad. Ricardo García).

© Anna Rossell

A través de las mirillas

Cuando te acercas a un libro de Claudia Bürk te puedes esperar un torrente de imaginación hilado por una gran mente preparando historias exclamantes, sorprendentes y desde luego conmovedoras. En esta ocasión, la autora toma un camino diferente, se aleja de lo puramente metafísico y se adentra en relatos arriesgados, duros, sexuales e incluso repulsivos.

Nada que ver, en realidad, con la vida recatada, sana y altruista que dice llevar la autora. Sin embargo, se trata de un libro de relatos de historias muy elaboradas, muy descriptivas, al límite de lo humano. ¿Cómo escribir así cuando no lo has vivido? Ese, así lo creo firmemente, es el veradero talento literario.

Llama la atención que la autora iba para monja católica en su pasado.

Conociendola en persona, la tengo por muy recta y ante todo pudorosa, nada de lo que escribe parece identificarla y a su vez, muchas cosas lo hacen. Es un arte cómo mezcla cosas propias con cosas totalmente ajenas al vivir propio. Cuando leí «La sonrisa del payaso» casi salto del sillón: puro sexo, casi pornográfía. Según comenta la autora, lo ha escrito como rebeldía ante las constantes críticas por escribir de manera demasiado noña y angelical.

¡Pues vaya valentía al escribir tal relato!

Resulta del todo inquietante el hecho de que nunca se nos desvele la realidad al completo a pesar de que el narrador parezca ser omnisciente. Esto se debe a que la autora utiliza en todo momento la perspectiva de sus personajes, narrando en primera persona. Es ésto tan propio de Claudia Bürk: hace creer al lector que capta sus secretos, cuando en realidad jamás habla de sí. Un hábil juego del despiste, como ya lo demostró en «Las nueve ventanas de Jeanne Bardèot» en 2011.

Por tanto, en todo lo que leemos percibimos siempre una verdad oculta, sesgada y parcial. El lector debe deducir, suponer y nunca dejar de leer entre líneas…Es algo que vengo observando, como quedó dicho, en todos los trabajos literarios de Claudia Bürk.

El libro en sí critica con sus historias los juicios que nos hacemos sobre los otros. La autora pretende advertir y escandalizar, (si, ésto último como elemento clave y protesta).

Escandalizar, tal y como logra en “La sonrisa del payaso” -se que insisto mucho en este escrito- . Claudia Bürk acaba por darle a ése relato un profundo giro psicológico que duele y descoloca por completo. Somos testigos de las miserias ajenas, de lo que juzgaríamos en la vida real, de lo feo y sucio.

Para concluir, diré que lo que me ha llamado más la atención en  A través de las mirillas es la habilidad con la que la autora utiliza el cambio de la perspectiva narrativa y lo que esto provoca en el lector: cambia el tono, el estilo, y la forma de narrar con cada relato. También destacaré esa naturalidad con la que ha escrito “La sonrisa del payaso”, ¿qué pensará su familia al leerlo? Imagino que hasta eso es propósito. Pues alguien que fuera monjita en su pasado y escribe tales barbaridades consigue chocar y dejarme perplejo.

Me gustó como el personaje en “El escritor frustrado” reflexiona sobre la propia creación literaria. Con Detrás de las mirillas I  he de decir que me confundí bastante y fue necesario una segunda lectura para comprender la ocultación de una verdad. Y finalmente diré que, como he venido observando en los demás libros y novelas de Claudia Bürk, en ningún momento descuida el argumento que, en definitiva, es lo que mantiene atento al lector y hace que éste continúe leyendo.

Recomiendo, pues, este libro a todo aquel aficionado a la literatura que busque, además de deleitarse con la lectura, que es lo fundamental, contribuir con la compra de ésta obra a que muchas personas puedan volver a sonreír. Pues cabe mencionar,  que el libro está íntegramente dedicado a personas en exclusiones sociales y afectadas por la crisis, además de que la autora destina el 100% de los beneficios a tal fin, así como a la ayuda de animales a través de donaciones. Recientemente hizo una donación de esos beneficios a Cáritas y así la autora pretende seguir adelante. Es notable, en estos tiempos que corren que alguien renuncie a todas las ganancias para donarlas íntegramente a otros.

 

Librito