Seudónimo de Eugène Grindel, que nació en Saint-Denis (Seine) el 14 de diciembre de 1895 y murió en Charenton-le-Pont (en el mismo departamento) el 18 de noviembre de 1952. Hijo de un agente de bienes inmuebles que se ocupaba en la venta de solares situados en la periferia de París y, por tanto, perteneciente a la pequeña burguesía de los negocios, ingresó en el Liceo Colbert, donde, según él mismo, fue un mal alumno.
Enfermó gravemente en 1911 y hubo de marchar a Suiza (Davos) ; allí permaneció durante dieciocho meses. De nuevo en la capital de Francia, ajeno a las preocupaciones materiales y con un espíritu completamente inclinado a la poesía, empezó, sin más preámbulos, a producir sus primeros versos.
Llamado a quintas en 1914, puso a mal tiempo buena cara, hasta que, víctima de una gangrena pulmonar, pudo abandonar las armas sin demasiado remordimiento. En 1917 publicó su primera colección poética, Le devoir et V inquiétudie. Apenas acabada la guerra, conoció a Breton, Aragón, Soupault y Picabia, y, superado el movimiento dadaísta, dio vida con ellos al surrealismo. En 1921 sale de las prensas un tomito titulado Les nécessités de la vie et les conséquences des rêves.
Aun cuando fuera uno de los surrealistas más destacados y, precisamente por ello, evitara la adopción de una postura propia y determinada, presentaba, sin embargo, ciertos aspectos patéticos que le distinguían de sus amigos; era ya entonces lo que habría de seguir siendo en adelante: el poeta por excelencia. En 1924 lo abandona todo y realiza la vuelta al mundo.
Al regresar a París publicó una serie de libros de impresionantes acentos: Mourir de ne pas mourir (1924), Capitale de la douleur (1926), L’amour, La poésie (1929), La vie inmédiate (1932), La rose publique (1934), Les yeux fertiles (1936), Les hommes et leurs animaux, les animaux et leurs hommes (1937), Chanson complète (1939), Donner à voir (1939) y Choix de poèmes (1941).
Cabe citar, además, L’Immaculée Conception (1930), obra escrita en colaboración con Breton. De regreso de un viaje realizado por España poco antes de la guerra civil, adoptó una posición concreta en la poesía política, aun cuando sin abandonar su inspiración personal. Durante la ocupación alemana permaneció en París; en 1942 se afilió al partido comunista y publicó varios textos poéticos destinados a ensalzar el espíritu de la resistencia, uno de los cuales alcanzó incluso el carácter de canto nacional.
De esta poesía clandestina derivan sus obras sucesivas: Poésie et vérité (1942), Dignes de vivre (1944), Au rendez-vous allemand (1944). Terminada la guerra, su producción tendió cada vez más al ámbito social; en tal aspecto cabe citar Poémes politiques (1948) y Une legón de mor ale (1949). Este paso del claroscuro al pleno sol no dejó de sorprender a algunos de sus admiradores. Sin embargo, en realidad se trata no tanto de una ruptura como de una lenta evolución que indujo al poeta a dar mayor relieve a cierta disposición natural: su soledad, efectivamente, había ocultado siempre, en esencia, un afán de comunión.
En una de sus primeras colecciones destaca ya este acuerdo del hombre con el universo: «una mirada vinculada a la tierra». A impulsos de las circunstancias, experimentó una solidaridad cada vez mayor con el resto de los hombres y en ello fundó toda su rebelión contra la condición humana. Aun cuando, indudablemente, deba al surrealismo tanto su oscura concisión como cierto lenguaje poético idóneo para violentar las cosas con el expediente de la metafísica, es necesario reconocer que utiliza tal instrumento con un tacto incomparable.
Su experiencia lírica resulta un milagro de equilibrio; de uno a otro confín, el amor se opone a la desesperación y le sirve de contrapeso. Además, la palabra de Éluard suprime la noción del tiempo, desafía las leyes de la gravedad y pulveriza los objetos; únicamente el hombre permanece en pie para iluminar todo este vacío.
Ninguna voz como la suya es tan susceptible de identificación: tenue, pero siempre cristalina, incluso cuando resulta un tanto pomposa, sabe encontrar certeramente el camino hacia nuestra memoria. Éluard es considerado el maestro de la poesía surrealista; algo más, empero, cabe afirmar de él: en adelante, pertenece ya a la gran lírica francesa (v. Poesías).
R. Purnal