Ralph Waldo Emerson

Nació en Boston el 25 de mayo de 1803 y murió en Concord el 25 de abril de 1882. Descendiente de los primeros colonizadores puritanos y de una larga serie de eclesiásticos para quienes la doctrina cristiana había llegado a ser cada vez más vaga, formóse en la pobreza de­cente, digna, intelectual y culta, nada rara entre las antiguas familias de Nueva Ingla­terra; su instrucción, iniciada bajo la tutela de una tía, quedó completada en el Harvard College.

A los años estudiantiles se remon­tan sus primeros apuntes en los Diarios (v.), a los cuales, para todo el resto de su exis­tencia, habría de confiar la propia y coti­diana comunión consigo mismo y de los que obtendría material para muchos de sus libros. Habitualmente introspectivo y mo­vido (si no torturado) por escrúpulos, incertidumbres y dudas, el joven Emerson ganóse du­rante algún tiempo el sustento como maestro de escuela y después emprendió en Boston la carrera eclesiástica.

Sus dudas intelectua­les quedaban agravadas por un escepticismo innato que una no menos innata honradez le impedía aplacar recurriendo a los dog­mas; a tales vacilaciones añadíase la pesada carga de la miseria, la adversidad y las enfermedades. Casado en 1828, enviudó un año después. El penoso drama de su primera madurez alcanzó la fase crítica en 1832, cuando el joven eclesiástico, obediente a una voz interior, informó a la congregación su incapacidad de seguir celebrando de buena fe el rito, de la Eucaristía.

Resuelto a conquistar a cualquier precio la libertad de pensamiento y rechazando sin compromisos el refugio de la autoridad religiosa en favor de los dictámenes de sus propias intui­ciones personales, Emerson renunció al púlpito. A los treinta años, a la deriva y con la salud y la carrera malogradas, embarcóse hacia Europa en busca de sí mismo.

El Viejo Con­tinente ejerció sobre él saludables efectos; cuando un año después volvió a la patria, su resolución era ya más firme. Establecióse en Concord, localidad fundada por sus ante­pasados no conformistas y que bajo su égida habría de convertirse en el centro del lla­mado «renacimiento americano». Allí levan­tó una casa, contrajo nuevo matrimonio, dio hijos al mundo, acumuló un capital inte­lectual y aprendió a vivir en términos de intimidad y confianza domésticas (posible­mente excesivas) mediante las propias inda­gaciones espirituales.

Envuelta en diversas formas de calor hogareño — atávico, fami­liar e intelectual —, aquella alma suya, un tanto fría, se elevó hacia las más altas cum­bres con la tranquila seguridad con que asciende el rebeco; se encaramó a veces con desenfrenada alegría, pero siempre sin el temor a correr graves riesgos y jamás ape­sadumbrado por el pensamiento de unos po­sibles precipicios en los que despeñarse: por ello se formó de su vecino Hawthorne la impresión de que era un mediocre literato, afligido por una tristeza inexplicable.

Emerson tendía a considerar el universo como uno de los plácidos lagos de Nueva Inglaterra, de los que, durante las frescas mañanas de pri­mavera, surgen cendales de niebla; de ha­ber dejado caer en él una regular piedrecita, una serie de círculos concéntricos se hubieran ensanchado progresivamente hasta llegar a las orillas de la eternidad. Nature, de 1836, constituyó la exposición de sus pri­meros principios filosóficos: la íntima cohe­rencia del universo, la complejidad y la armonía del espíritu individual y la corres­pondencia simbólica entre las leyes natu­rales y las morales.

En una conferencia del año siguiente, El erudito americano [The American Scholar], desarrolló tales concep­tos; fue aquélla, efectivamente, una verda­dera declaración de independencia intelec­tual, no sólo para él mismo, sino también respecto a su país. Con los dos tomos de Ensayos (v.), aparecidos en 1841 y 1844, Emerson llegó a ser la figura más importante de la escena intelectual norteamericana y su obra una síntesis perfecta, fundada en bases puri­tanas, de las necesidades, esperanzas, aspi­raciones e ideas de la América del siglo XIX.

Nuestro autor se convirtió, además, en el corifeo del trascendentalismo; sin embargo, era un yanqui demasiado astuto y realista para perderse en las nebulosas teorías de los apóstoles menores del movimiento. A pesar de todo su «idealismo», Emerson poseía en abundancia el sentido común propio de Nue­va Inglaterra; y así, la doctrina sistemática, aunque idealista, repugnaba a su convic­ción, de acuerdo con la cual afirmaba la necesidad de que el espíritu se viera libre en todo momento para orientarse hacia don­de pudiera vislumbrar por sí mismo un atis­bo de verdad (en ciertos aspectos, el pro­testantismo de Emerson resulta afín al de Gide).

La obra de nuestro autor se basó ampliamen­te sobre tales vislumbres, traducidos en afo­rísticos ímpetus espirituales en el momento de la visión, como ocurre en sus Poesías (v.) o en algunas páginas sueltas llenas de una complicada prosa tendente al aforismo. En dos nuevas ocasiones estuvo en Europa, ya como literato de fama internacional; uno de tales viajes le inspira Rasgos caracterís­ticos ingleses (v.), donde aplica a las ins­tituciones y costumbres de un pueblo una simple e incisiva observación realista, fruto de una larga familiaridad con los fenómenos de la imaginación moral.

El estudio de los valores espirituales susceptibles de ser dis­tinguidos en los diversos tipos de la conduc­ta humana emprendido en Hombres repre­sentativos (v.), quedó elaborado más tarde en los Ensayos, que aparecen posiblemente como el punto culminante de su obra. Otros volúmenes siguieron todavía; pero, con la edad, fueron apareciendo también la fatiga, una disminución de las facultades físicas y la regresión general de su capacidad de pensamiento.

La última obra ideada y que hubiera titulado The Natural History of the Intellect, no pasaba aún de proyecto cuando en 1882, en Concord, entró nuestro autor serenamente en el reino de los inquietos espíritus norteamericanos.

S. Geist