Nació en París en 1101 y murió el 16 de mayo de 1164 en el monasterio del Paracleto, situado cerca de Nogent-sur-Seine. Figura en la historia de la literatura universal gracias a unas cuantas cartas (v. Epístolas de Abelardo y Eloísa).
Los orígenes del episodio son ya muy conocidos. Abelardo se abandonó a la pasión, y de la joven de dieciséis años, hermosa y ya célebre en toda Francia por su cultura, tuvo un hijo, Astrolabio. Después de la cruel venganza de Fulberto, tío de Eloísa, no satisfecho con el matrimonio secreto que había reparado la falta, Abelardo se retiró a Saint-Denis, y la muchacha, dócil a su voluntad, vistió el hábito religioso en el monasterio de Argenteuil, adonde se refugiara. Ocurría ello en 1119.
Empezó entonces para Eloísa el drama de una falsa vocación. Aun cuando monja y abadesa, primero en Argenteuil y luego en el Paracleto (fundado por Abelardo y donado a aquélla y a las religiosas por un documento sancionado por una bula de Inocencio III, de 28 de noviembre de 1131), y caritativa, inteligente, piadosa y admirada por todo el mundo, se vio íntimamente afligida por su incapacidad (que ella misma, en una despiadada autocrítica, juzga falta de voluntad) de sumergir y transfigurar en Cristo su único gran amor.
A Abelardo, ya sereno luego de su conversión, pidió auxilio en su vida religiosa. Tras la muerte de éste (1142), acogió su cuerpo en el Paracleto. Cumplió su último deber pidiendo una canonjía para el hijo, a quien jamás demostrara un sentimiento maternal, y en el silencio del claustro guardó celosamente, por espacio aún de veintidós años, su secreto.
F. Minuto