[The Seasons]. Poema inglés en verso blanco publicado entre 1726 y 1730, compuesto de cuatro libros o cantos, uno para cada estación, y de un «Himno» final a la Naturaleza.
«El invierno» [«Winter», 1726] describe la lluvia, el viento y la nieve, la visita del pardillo, un hombre que muere en una tormenta de nieve mientras su familia le aguarda ansiosamente, los lobos que bajan de los montes, la velada de un estudiante en una aldea y una ciudad, el hielo y el patinaje, el aspecto de las regiones del Círculo Polar Ártico.
«El verano» [«Summer», 1727] describe un día de verano con escenas de siega, esquileo de ovejas, baños; contiene además una descripción de la zona tórrida (con el episodio de una caravana sepultada bajo una tormenta de arena) y dos fragmentos narrativos: el de un amante cuya amada es alcanzada por un rayo, y el de otro que observa a su amada mientras se baña. El canto contiene también un elogio de Gran Bretaña.
«La primavera» [«Spring», 1728] describe la influencia de la estación sobre las cosas inanimadas, las plantas, los animales y el hombre, con un himno al amor conyugal; notable es la delicada representación de un pescador.
«El otoño» [«Autumn», 1730] ofrece una viva pintura de la caza, que el poeta condena por su barbarie; describe la maduración de los frutos de la tierra, las primeras neblinas, las emigraciones de los pájaros y la alegría de los campos tras la cosecha. Se incluye en este canto el episodio de Palemón que se enamora de Lavinia, una espigadora de su campo, episodio que repite el de Booz (v. Rut).
El primer aspecto de los cuatro poemas es el de un descriptivismo didáctico desarrollado según el ejemplo de las Geórgicas (v.). La obra brotó de dos distintas tendencias: el naturalismo, que, de una forma más o menos dominante, está siempre presente e instintivo en la literatura inglesa (y ésta es la tendencia que, por regla general, hay que enlazar con la tradición clásica), y una tendencia religiosa, moral y sentimental. El paisaje que Thomson describe es el que mejor conoce, de la Escocia meridional y de los alrededores de Londres (en las descripciones de paisajes exóticos se nota el esfuerzo). Sin embargo el escenario está compuesto con datos genéricos, construido con el pensamiento; los hechos naturales descritos o los episodios narrados tienen un valor típico para cada estación. Este elemento intelectual, junto con la lengua culta y rica en latinismos, da inevitablemente a los poemas una fisonomía clásica, y su tipismo recuerda de un modo igualmente inevitable 1$ atmósfera virgiliana.
Sin embargo la sensibilidad de Thomson para la naturaleza ya está entreverada de un matiz religioso y nacional, de manera que la fusión de las dos tendencias desemboca en un vivo sentido del mundo físico y en una rica percepción de la naturaleza, con la tendencia hacia las emociones puras y tranquilas de una vida idílica. Es justamente de esta precisión descriptiva que, en los momentos más vivos, brota la poesía de Thomson: cuando se han olvidado los episodios, anécdotas y reflexiones morales, permanece en la memoria como sustancia poética una serie de visiones de gran frescor y de un duradero poder de sugestión. Por estos caracteres, Las estaciones se apartan de la poesía de la naturaleza de tipo netamente clásico, como la de Pope, y apuntan hacia el romanticismo. En efecto, estos poemas ejercieron una influencia muy profunda e importante en la literatura inglesa e hicieron posible, entre otras cosas, la poesía de Gray que llevó la lírica hasta el umbral de la gran época romántica. [Trad. de Benito Gómez Romero (Madrid, 1801)].
S. Rosati
Mira la Naturaleza y la Vida con ojos que la Naturaleza sólo concede a los poetas — el ojo que descubre los puntos donde a la imaginación le gusta detenerse — y con una mente que inmediatamente percibe las cosas en su conjunto, sin que tampoco le escape el detalle. El lector de las Estaciones se extraña comprobando que nunca anteriormente había visto lo que Thomson le enseña, ni sentido lo que él suscita en su interior… Sus descripciones de escenas amplias e impresiones generales nos ponen frente a toda la belleza de la naturaleza, tanto benigna como tremenda. La alegría de la primavera, el esplendor del verano, la dulzura del otoño y el horror del invierno sobrecogen lentamente nuestro espíritu. (Johnson)
* Siguiendo el ejemplo del poema de Thomson compuso Giuseppe Barbieri (1774- 1852) su poema descriptivo Las Estaciones. El autor, que gozó de una gran fama en su tiempo, empezó la composición de esta obra con ambiciosos propósitos, declarándose «contento, además de afortunadísimo» con que Italia no tuviera ya que envidiar a Francia su Saint-Lambert y a Inglaterra Thomson. En realidad el poema tiene poca calidad, mejor dicho es, poéticamente, del todo fraseológico, careciendo de un motivo inspirador efectivo y sentido, y combinando artificiosamente ciertas rebuscadas asperezas del Cesarotti con la cortés aunque ya manoseada fraseología que Barbieri sacó de la tradición del poema didascálico del Renacimiento. El poema se divide en cuatro libros, uno para cada estación, y va seguido de una serie de composiciones relativas a las cuatro estaciones: «Las Plantas y las Flores», «Las recogedoras ,de flores», «La Fiesta de Mayo», etc., más bien crudas y a menudo arcádicas, ya que había quedado muy apegado a la Arcadia* Sin embargo el poema fue muy elogiado y tuvo cuatro ediciones en pocos años: la primera es de 1806 y la última de 1827.
D. Mattalia
* Derivado de las Estaciones de Thomson, compuso Franz-Joseph Haydn (1732-1809), según libreto de van Swieten, el oratorio Las Estaciones [Die Jahreszeiten]. Se estrenó en Viena el año 1801. Dividido en cuatro partes, el oratorio consta de 44 tiempos, entre recitativos secos y acompañamientos, arias, duetos, tercetos y coros. «La primavera» se inicia con una «ouverture», como la llamó Haydn. Según el comentario, la introducción «representa el paso del invierno a la primavera». Después que la orquesta ha evocado sinfónicamente un tiempo agitado y tempestuoso y se ha aplacado un poco, para volver a estremecerse, elévase la voz de Simón (barítono) entre fugaces destellos instrumentales, y en un breve recitativo anuncia el fin de la estación de las nieves. Un melódico adagio apoyado en los instrumentos de madera nos describe la llegada de la primavera. Sigue uno de los más bellos coros de Haydn, lleno de ternura y suavidad: «Ven oh gentil primavera, don del cielo». Apunta el día.
El aria de Simón «Ya se apresura el campesino hacia el trabajo en los campos» tiene carácter popular y resalta por la nobleza de la frase y la elegancia del desarrollo: «El verano» empieza con un recitativo de Lucas y Simón, que anuncia el amanecer. El aria de Simón, «El pastor va recogiendo su rebaño», es una animada pastoral, rebosante a veces de filigranas. El sentimiento o por lo menos la sensibilidad de la naturaleza se ponen de manifiesto en las piezas que siguen: en el recitativo de Ana (soprano) que canta la salida del sol; en la cavatina de Lucas (tenor) que describe la naturaleza oprimida por el calor; en el recitativo y aria en los que Ana, como en contraste con el dramatismo del fragmento precedente, se recrea contemplando el boscaje a orillas del arroyo y escucha los delicados acentos de un caramillo, página evocadora de la felicidad en el seno de la naturaleza; en la tempestad, donde la orquesta se hermana con el coro para pintar la angustia y el pavor de los campesinos; en el terceto con coro, poética evocación de la tranquilidad que renace tras la tempestad, y de la gran quietud de las noches de verano.
«La introducción» al otoño, dice el comentario, «tiene por argumento el alegre sentimiento del campesino por su abundante cosecha». Tal sentimiento se magnifica como en un himno en el trío de solistas, más tarde en el coro, y se levanta férvido y religioso, bendiciendo el «noble trabajo, fuente de bienes». A un delicioso dueto de Ana y Lucas, enamorados, siguen arias y coros de cazadores y un coro báquico, excitado y trepidante. El sombrío comienzo de la última parte nos habla de «las primeras nieblas del invierno». En este pasaje alcanza Haydn una de las cumbres sentimentales de su arte. La nostalgia del sol, de la vida al aire libre y de las alegrías naturales se insinúa románticamente, encontrando poéticos y conmovedores acentos. Destacaremos el preludio orquestal, y muy especialmente, el recitativo de Simón y la cavatina de Ana. Parece que la tristeza se va difundiendo y crece por momentos, nublando la visión de las cosas y abatiendo los ánimos: El último coro, en compleja «fuga», tiene claras alusiones a la humanidad y la universalidad, en el sentido «ilustrado» y masónico de fines del siglo XVIII austríaco.
A. Della Corte
Una fertilidad de invención, una riqueza en colores prodigiosos, y ciertos efectos cuya invención nuestros aficionados atribuyen a Mendelssohn y Schumann, existen ya en esta obra magnífica. (Saint-Saéns) Hay ciertas arias y concertantes más bien largos y pesados, y algunos efectos descriptivos algo infantiles. Pero junto a éstos, la obra cuenta con páginas encantadoras, ricas en una frescura y una gracia que el tiempo no ha corrompido, preludios orquestales de un color delicioso y una ingeniosidad de escritura que aún hoy se revela original después de todas las refinadas audacias de los modernos, y por fin coros de un vigor y una vivacidad incomparables. (Dukas)
Son una especie de Geórgicas laicizadas, sin la secreta melancolía del poeta antiguo y el «mortalibus aegris» de Virgilio. (Combarieu)