Los elementos fundamentales de esta leyenda son de origen siríaco y remontan a un relato que se divulgó en Edesa en el siglo V, y fue luego ampliado y modificado, juntamente con detalles tomados de las historias de san Juan Calibita, por obra de bizantinos que dieron al protagonista, originariamente llamado Mar Riscia (Hombre de Dios), el nombre de Alejo (protector) santo). Llegada así la leyenda de Oriente a Roma, juntamente con el culto del santo, en el curso del siglo X, el relato quedó consagrado en las Actas de los Santos (v.) y dio origen a un gran número de composiciones populares, inglesas, alemanas, escandinavas y romances: entre estas últimas, las más conocidas son las francesas, porque una de ellas, el breve poema Vie de Saint Alexis (siglo XI), figura entre las más antiguas joyas de la literatura en lengua de o’il.
En Italia, atendiendo sobre todo a la versión de la leyenda recogida por Jacobo de Vorágine en la Leyenda áurea (v.), anónimos compiladores reelaboraron en vulgar este asunto, con finalidades, naturalmente, de edificación religiosa. De las numerosas redacciones manuscritas, dos, poco diferentes una de otra, y ambas sacadas de códices marcianos, fueron impresas una en Venecia, en 1861, y la otra en Imola, en 1882 (Serto di olezzanti fiori dai giardini dell’ antichità). Se refiere en ellas que Alejo fue hijo de un noble y piadoso hombre de Roma, de nombre Eufemiano, el cual lo unió en matrimonio con una princesa de sangre real. Pero, apenas terminadas las bodas, Alejo explicó a su esposa que había prometido a Dios conservar la virginidad y, habiéndola persuadido de hacer por su parte el mismo voto, partió ocultamente hacia Edesa, donde vivió durante dieciocho años como mendigo, bajo el pórtico de la iglesia de la Santísima Virgen, hasta que ésta reveló milagrosamente sus virtudes, señalándolo a la pública veneración. Entonces regresó a Roma, donde, sin que nadie le reconociera, vivió durante diecisiete años en casa de su propio padre, acogido como un mendigo y siendo objeto de los más crueles escarnios de sus criados. A su muerte, una voz milagrosa reclamó sobre él la atención de toda la ciudad. Acudieron el Emperador y el Papa, y sólo éste logró arrancar de las manos del cadáver, que resplandecía como un ángel, el pedazo de papel donde estaba escrito el relato de su vida.
En medio de la desesperación de sus padres y esposa, entre un gentío devoto y multiplicados milagros, el Santo fue sepultado en la iglesia de San Lorenzo Mártir. El relato es sencillo de línea, puro en la exposición y lleno de fe serena y sincera. Así se presenta poco más o menos en las otras versiones dialectales, entre las cuales es importante la lombarda de Bonvesin de la Riva (Vita Beati Alexi), mientras es más artificioso y complicado con detalles novelescos e intervenciones diabólicas, el poemita toscano que, primero en octavas y luego en sextinas, con pocas modificaciones, fue impreso varias veces, desde la mitad del siglo XVI en adelante, en Florencia. En la leyenda de San Alejo se inspiraron también algunas representaciones sagradas, de las que han llegado hasta nosotros, la primera, anónima, que fue impresa en Florencia en 1517.
E. C. Valla
** Son también notables las transcripciones húngaras de esta leyenda, conservadas en varios códices.