Publicadas en 1815, estas Fábulas van precedidas de un ensayo en que, después de una reseña de los fabulistas, desde Esopo hasta sus contemporáneos, Giuseppe Aurelio Bertola (1753- 1798) declara haber sido inducido a arriesgarse en este género, por haber comprobado que los italianos habían descuidado totalmente hasta entonces la fábula en verso, a la que atribuye como mayores méritos la ingenuidad y la gracia. La primera aseguraba el poeta haberla conseguido en su colección; acerca de la segunda, en cambio, expresaba sus dudas porque sabía que le faltaba esa «vis cómica» que fué propia de los franceses: y, en verdad, las plantas, las florecillas y los animalitos que hace hablar pertenecen demasiado a lo arcádico para poder convencer al lector con sus actitudes graciosas y con sus enseñanzas susurradas en voz baja, como con temor de destruir el encanto que emana del paisaje idílico que les ha sido dado como fondo.
Raramente aparecen las fieras, las aves de rapiña, las cosas feas o terribles; y no sólo alejaba a Bertola de sus modelos clásicos el deseo de lo nuevo, sino que su propia naturaleza le inclinaba a excluir los personajes cuyas pasiones y luchas habían sido las predilectas de Esopo y de Fedro. Sus temas, pues, son nuevos; sólo en una fábula, «El literato y el delfín», se propone repetir como ejercicio el tema de «Le Singe et le Dauphin» de La Fontaine, pero se mostró inferior al original. Su preceptiva es muy cuidada, pero tiene siempre un tono genérico, y no hay en ella sátiras de costumbres; Bertola era hombre de su siglo y no podía captar las faltas de la sociedad a que pertenecía. En «El abanico y los lunares» y en «La flor y la pluma», hay una alusión a la veleidad de la moda; «Los dos perritos», un diálogo sobre el modo de conservar el afecto, parece aludir a la relajación de las costumbres del siglo XVIII, pero, por lo general, la moraleja queda substituida por los consejos que el autor, avezado a la diplomacia de las cortes, da a sus lectores acerca de la manera de conquistar las simpatías de sus semejantes.
M. Vinciguerra