Fábulas, Claris de Florian

[Fables]. En la lí­nea tradicional que culmina con la obra maestra de La Fontaine, conservan su gra­cia y su sonriente vivacidad las Fábulas del escritor francés Jean Pierre Claris de Florian (1755-1794). El mundo variado y com­plejo, de un ingenio instintivo y bucólico, se compenetra ágilmente con un estilo pro­pio en estas deliciosas narraciones: simples, benévolas, inspiradas en una moral de mo­deración, ligeramente burlonas ante lo que de extraño e irregular, imposible de siste­matizar, tiene siempre la vida. Muy ala­badas y famosas son algunas de ellas, que participan de un tono de vida armónico y gentil; hasta cuando la risa aflora de la propia situación en la que la virtud queda a veces en contraposición al vicio y a la pereza. En «El ciego y el paralítico» [«L’aveugle et le paralytique» ] expresa la ala­banza más patética de la solidaridad huma­na, según muestra el ejemplo de los dos pobres que, ayudándose mutuamente, llegan a suplir las deficiencias de sus respectivas enfermedades. «La mona que muestra la linterna mágica» [«Le singe qui montre la lanterne magique»] va contra la oscuri­dad artificiosa de los «bellos espíritus» e incita a la claridad en los razonamientos, sin los cuales nada puede ir bien en la sociedad; una mona, habituada a atraer a la gente a los espectáculos de su dueño, en ausencia de éste trata de maniobrar la linterna mágica, en presencia de los ani­males reunidos al efecto, pero ante sus explicaciones charlatanescas sobre los astros, sobre el origen del mundo y sobre varias otras cosas, los. animales sólo comprenden «que se había olvidado de lo principal: de encender la linterna».

Más maliciosa es la moraleja del «charlatán» que canta a voz en grito los milagros de una receta suya que abre todos los caminos de la vida, cura los males y lo consigue todo, como una «gran enciclopedia»: ¡es el polvo de oro! «El papagayo» [«Le perroquet»] muestra al locuaz animal que, huyendo de la jaula, se va a un bosquecillo, donde critica el canto de todos los demás pájaros; pero in­vitado a dejar oír su voz, se ve obligado a declarar que él critica, pero que no sabe cantar. La agudeza de un autor que bromea sobre la veleidad y las arbitrariedades de los críticos, se dirige aquí, como en otros apólogos, contra las costumbres sociales, que, so pretexto de discutir sobre los pro­blemas generales, se olvida de la propia participación en la vida diaria. Florian, des­cendiente de Voltaire, sabe templar con la aguda observación de la realidad su con­cepción idílica y casi pastoril de la vida: en tono menor se entrecruzan diversos motivos de la sociedad nobiliaria, para la que, con la Revolución, debían pronto llegar los días dolorosos. El fin del autor, tras la prisión, parece iluminado por una de las fábulas más melancólicas y sinceras: «El viaje» [«Le voyage»]. Hay que dejar la vida cuando suena la hora, después de mu­chos dolores siempre inevitables. Sainte- Beuve dijo que esta fábula podía servir con justicia como epitafio de Florian, ya que también para él, tras una existencia espléndida y fácil, llegó la amargura.

C. Cordié

El carácter de Florian se transparenta por completo con su naturaleza graciosa, su dicción fácil y aguda, con una moral amable y benévola, pero que, sin embargo, no excluye la burla ni la malicia. (Sainte-Beuve)