De «Christophoro Gnophoso, natural de la ínsula de Eutrapelia, una de las ínsulas Fortunadas», pseudónimo de un autor desconocido, tras el que, sin demasiado fundamento, se ha tratado de ver a Cristóbal de Villalón.
Todo lo que con relativa seguridad puede afirmarse es que la obra fue escrita hacia 1553 en Valladolid. Consta de veinte «cantos» en prosa, en los que Pitágoras, en forma de gallo, dialoga con su amo, el zapatero Micilo, y le cuenta aventuras del más diverso carácter que le acaecieron en sus sucesivas reencarnaciones, ya que además de filósofo fue Heliogábalo, Sardanápalo, clérigo sin vocación, falso profeta, abad ambicioso, ramera, monja charlatana y frívola, amigo fiel, el griego Ícaro Menipo, que subió al cielo y visitó el infierno… Los relatos del gallo, extraordinariamente variados y sin relación alguna entre sí, constituyen a menudo un pretexto para exponer una serie de puntos de vista típicos del Renacimiento, en particular los de Erasmo, en su doble aspecto de sátira anticlerical y de defensa de la moral evangélica.
La obra, a pesar de los juicios adversos de ciertos críticos, es una de las producciones más sugestivas del reinado del emperador Carlos V; así lo acreditan el color, la vivacidad, la fuerza plástica e imaginativa de su estilo y la variedad de su prosa, que se adapta en cada caso a la índole del tema expuesto. Uno de sus rasgos más característicos es la inteligente ironía de su sátira; circunstancia que sitúa la obra en la línea marcada por el Lazarillo, Cervantes, Cadalso, Larra… Aunque, como hemos señalado, el Crotalón revela un fuerte influjo del pensamiento erasmista, la fuente más directa la constituyen las obras de Luciano — el Sueño, Icaromenipo, Alejandro —, a las que habría que añadir el Asno de Oro de Apuleyo, la Batracomiomaquia, los Ragionamenti del Aretino, el Orlando Furioso… De ahí el tono diverso de las narraciones — fantásticas, históricas, caballerescas, alegóricas, sentimentales, etc. —, entre las que, según observa Bataillon, sólo falta la pastoril para que representen todas las formas novelescas del siglo XVI.
J. García López