Diógenes Laercio

Escritor griego au­tor de las Vidas de los filósofos (v.) y cono­cido únicamente a través de este libro. Acerca de él no ha llegado hasta nosotros noticia biográfica alguna. Se cree que vivió en los primeros años del siglo III, por cuan­to no cita filósofos posteriores al II.

Aun su mismo nombre ha sido objeto de con­troversias. Normalmente se le denomina Diógenes Laercio, o sea natural de Laertes, en Cilicia; pero, a veces, en los manuscritos aparece invertido el orden de aquellas dos palabras, y algunos (Wilamowitz) han aducido la posibilidad de que Laercio fuera un sobre­nombre, de reminiscencia homérica; con todo, no se ve claro por qué ello habría de explicar su anteposición al nombre.

Escri­tor muy mediocre, sin estilo ni pensamien­to propios, se revela espíritu ávido de cu­riosidad, pero superficial y dominado por la ambición de ofrecer al público una obra fácil y completa de divulgación con la cual dar a conocer a la generalidad de los lec­tores la filosofía griega en sus distintas escuelas.

Más bien que las doctrinas, su­cinta y, a menudo, deficientemente expuestas, le interesan las relaciones personales, las biografías, las anécdotas, las leyendas y las agudezas. Se trata de un compilador que acude a Soción, Favorino, Diocles de Magnesia, Demetrio de Magnesia, Aristóxeno, Hermipo, Antígono de Caristo y aun otros, así como también a documentos originales, y transcribe o compendia los di­versos elementos sin proceder a una refun­dición previa, por lo que frecuentemente repite bajo formas distintas detalles ya di­chos.

Además, acumula una serie de narra­ciones y no trata de comprobar antes su verosimilitud o falsedad. Compuso también versos en metros varios, reunidos con el título general de Pammetro (v.); de esta colección, no llegada hasta nosotros, saca los epigramas citados en las Vidas de los filósofos. Parece considerar la filosofía como ocioso pasatiempo tan sólo.

No obstante, puede vislumbrarse un interés más profun­do en el libro X, dedicado a las teorías filosóficas de Epicuro y en el que figuran las tres famosas cartas del filósofo. La cir­cunstancia de que la obra se cierre con la fiel exposición de esta doctrina, permite pensar en una propensión, aunque sólo in­telectual y de aficionado, del autor hacia el epicureismo.

V. E. Alfieri