[De constantia sapientis]. Es el segundo de los doce diálogos de Lucio Anneo Séneca (4 a. de C.- 65 d. de C.), escrito, posiblemente, entre los años 52 y 53. Está dedicado a aquel Anneo Sereno, comandante de la guardia de los bomberos, con el cual, a pesar de su gran diferencia de edad, Séneca tenía una gran amistad y al que dedicó también otras obras, como La tranquilidad del espíritu (v.) y La vida contemplativa (v.). El contenido del diálogo se indica ya en el subtítulo «nec iniuriam nec contumeliam accipere sapientem»: el sabio no puede recibir ni «ofensa grave» ni «ofensa leve». El sabio, dice el filósofo, es como esos cuerpos que el fuego no logra encender o como aquellos metales sobre los cuales rebotan los golpes: evidentemente los hombres, que son naturalmente malos, intentarán inferirle ofensa grave o leve, pero los golpes no le tocarán, ni los de la «iniuria» ni los de la «contumelia», que, aunque más leve, suele ser para el vanidoso más dolorosa que la primera. El sabio guarda en sí mismo las razones y las garantías de su serenidad, no en las cosas exteriores, que la naturaleza le ha dado, pero puede también quitarle fácilmente y de improviso: y en prueba de esta afirmación Séneca cita los ejemplos de Catón de útica y del filósofo griego Estilpón, el cual, habiendo perdido en la destrucción de Megara, bienes, casa e hijos, declaró que el enemigo no le había quitado nada, desde el momento que no le había sido arrebatado aquello que era su don sacrosanto, es decir, su imperturbable serenidad. Por lo tanto, si el sabio, el que verdaderamente lo es, sabe hacer frente a las vicisitudes más dolorosas e inmerecidas, no podremos dudar de que sabrá mantenerse inalterablemente sereno frente a las pequeñas ofensas de la maldad o de la mezquindad humana.
Esta imperturbabilidad del sabio ha sido admitida también por el filósofo que más alejado parece de los principios del estoicismo, o sea, precisamente aquel Epicuro que los más ostentan como escudo de su molicie. Efectivamente, Epicuro dice que la fortuna no puede hacer presa sobre el paciente; no entra en su casa porque sabe que en ella no encontraría nada suyo. Pero entre Epicuro y los estoicos existe esta diferencia substancial: Epicuro dice que las ofensas son tolerables para el sabio; mientras, según los estoicos, ni siquiera existen. El diálogo termina con una cálida exhortación a soportarlo todo serenamente: hay que mantenerse lejos de las provocaciones y no dejarse conmover por las alabanzas; hay que aprender a contar únicamente con uno mismo y a cuidarse tan sólo del propio perfeccionamiento moral; así se conquistará la perfecta libertad, que consiste en no turbarse por las ofensas y en tolerarlas con serenidad, sin irritación ni amargura. En la Firmeza del sabio aparecen con mayor amplitud varios temas ya indicados en la Providencia (v.); pero en esta última el concepto de la imperturbabilidad del sabio está considerado más bien frente a los inevitables choques de la convivencia social. Felices ejemplos sacados de la vida cotidiana y del intercambio de relaciones con el prójimo de todos los grados y clases sociales, dan mayor viveza a la tesis estoica y contribuyen a hacer de este diálogo una de las más vivas obras de Séneca.
A. Mattioli