Tusnelda

[Thusnelda]. Es la prometi­da o esposa de Hermann (v.), vencedor de Varo en los bosques de Teutoburgo, y aparece constantemente en la literatura ale­mana al lado de aquél, ya que tuvo una activa participación en su victoria. El pri­mero que se ocupó ampliamente de Tusnelda, tejiendo alrededor de su figura una complicada novela de amor, es el escritor barroco Daniel C. Lohenstein (1635-1683), en su novela Hermann (v.).

En ella refiere que el emperador Tiberio, enfermo de amor por Tusnelda, prepara un filtro amoroso que debe someter la doncella a su voluntad; por otra parte, aquélla recibe como presen­te de Marbod el anillo de Policrates, que Marbod había recibido del propio Augusto; en un período de paz, vemos a Tusnelda junto a la emperatriz Agripina, bebiendo en una fuente el agua milagrosa cuyas vir­tudes nos explica un bardo. Después de la traición de los príncipes germanos, entre los cuales se halla Flavio, Tusnelda y su hijo Tumelich, durante la represión, son capturados por los romanos y conducidos a Roma. Pero Tusnelda no figura en el cortejo de Germánico, sino otra mujer cualquiera que ocupa su lugar, ya que Tus­nelda, junto con otras princesas prisione­ras, ha logrado huir. Ello le permite volver a abrazar a su marido que, tras haber pa­sado por muerto, reaparece sano y salvo entre los suyos. La figura de Tusnelda no recibe, pues, en la novela de Lohenstein ningún rasgo personal, antes al contrario, su individualidad queda sofocada bajo una serie de complicadas aventuras.

Johann Elias Schlegel, en su drama Hermann (v.), se esfuerza en presentarnos a Tusnelda como esposa fiel y guerrera valerosa; por ello supone que de ella está enamorado, no un emperador romano, sino el propio her­mano de Hermann, o sea Flavio, que al ver rechazado su amor traiciona a los germa­nos y es causa de su derrota. Tusnelda se precipita en el combate y todos creen que ha perecido en él hasta que Sigmundo, hijo de Segeste, la devuelve sana y salva a su esposo. Al poner de relieve la lealtad amo­rosa y el valor físico de Tusnelda, el autor pretendió convertirla en el tipo ideal de la mujer germánica. F. G. Klopstock (1724- 1803), en sus dos dramas Hermann y los príncipes y La muerte de Hermann (v. Hermann), hace de ella, en cambio, una mujer más madura en su misión de madre y de compañera de destino del marido.

Klopstock supone que Tusnelda está ya ca­sada con Hermann, de quien ha tenido un hijo, Teude. Tras la derrota de los ger­manos por la traición de los príncipes, sólo ella es capturada por los romanos y tras­ladada a Roma. Sin embargo, logrará vol­ver a su esposo, pero llegará en un mo­mento trágico: cuando Hermann, herido y derrotado, ve irreparablemente destruidos sus sueños de grandeza y está a punto de morir. Teude sale al encuentro de su madre y la lleva junto a Hermann, a quien puede así abrazar por última vez. Hermann es juzgado por sus compatriotas del par­tido adverso, ante los cuales Tusnelda debe inclinarse no menos humildemente que co­mo lo hizo en Roma; entre estos adversa­rios se hallan un tío suyo, Ingomar, y su propio padre, Segeste. Al final, Teude es muerto por Ingomar; en aquel mismo mo­mento llega la noticia de que Hermann ha muerto también y Tusnelda se desploma para seguir la suerte de su marido y de su hijo.

Klopstock ennobleció la femineidad de Tusnelda elevándola a la maternidad, y humanizó su entusiasmo patriótico herma­nándolo con el amor conyugal: así su Tus­nelda es una figura pía, en la que brilla un poco la luz del martirio. Muy distinta apa­rece en el drama Hermann (v.), de H. von Kleist (1777-1811). En él Tusnelda es una enamorada caprichosa, a la vez lánguida y cruel, sentimental y vengativa; toca el laúd como una pequeña burguesa contemporá­nea del joven Werther, se deja seducir por los halagos de la corte del romano Ventidio, a quien le gusta tener enamorado, odia a los romanos sólo porque Hermann, astu­tamente, le ha dicho que en Roma andan muy buscados los dientes blancos y los rizos rubios de las germanas, y hace que una osa aplaste la cabeza de Ventidio sólo porque éste ha escrito una carta a la em­peratriz hablando de sus cabellos rubios. De la mente de Kleist no podía surgir más que una criatura femenina morbosa y feroz como ésta, en la que evidentemente no es posible reconocer a la Tusnelda de la vieja tradición.

En el drama Hermann (v.), de Christian D. Grabbe (1801-1836), nuestra heroína aparece bajo otra luz: casada con Hermann, sus rasgos son los de una ruda y maciza aldeana; en lugar de coquetear con Varo o con Ventidio, se cuida de su hijo Humélico y de la administración do­méstica, hasta confundirse con las sirvien­tas, pero también toma parte en la batalla combatiendo, como una walkyria, sobre un carro tirado por fuertes caballos. Evidentemente Grabbe exageró los aspectos de leal­tad amorosa y de valor físico, hasta caer en la grosería. Poco valor tienen otras figuraciones de Tusnelda en obras secun­darias sobre Hermann. Como puede verse, la figura de Tusnelda no tuvo gran fortuna en la literatura alemana, si se exceptúa la obra de Klopstock.

Pero aun así, puede tomársela como el tipo de la mujer ger­mánica en la época histórica de las guerras contra Roma, cuando la mujer seguía al hombre a la guerra, combatía a su lado, se exponía con él a la muerte o la esclavitud y si era necesario empleaba contra el ene­migo sus astucias femeninas, sin rehusar empero el compartir la suerte de su ma­rido. Y en definitiva, sus distintas encar­naciones en la literatura alemana apenas valen tanto como las escasas palabras que Tácito dedica a su silencioso llanto de vencida.

M. Pensa