Tío Sam

[Uncle Sam]. Figura imagina­ria que personifica el Gobierno o el pueblo de los Estados Unidos. El origen preciso de su nombre, en el que se juega con las iniciales que designan al país (U.S.Am.), es desconocido, pero se han sugerido nu­merosas teorías más o menos apócrifas.

En 1812 el término Uncle Sam empezó a ser de uso corriente, y en 1813 apareció oficial­mente en la prensa; finalmente, en 1816, fue, por así decirlo, canonizado por un libro que llevaba precisamente el título de Aventuras del Tío Sam. La primera ima­gen pictórica que de él se recuerda es una caricatura política de 1834, en la que apa­rece bajo el aspecto de caballero bien afei­tado, más bien grueso y pacífico, vestido con una bata a rayas. Otro dibujo de la misma época le representa como un vene­rable indio con gorro frigio, mocasines y una chaqueta con las estrellas y las barras de la bandera federal. En un tercer dibujo de 1846 viste como un joven elegante. Pero la imagen que ha acabado por imponerse — anguloso yanqui con barba en punta, chistera y frac adornado con las estrellas y las barras nacionales — no se estabilizó hasta algunos años más tarde.

La incertidumbre inicial acerca de su carácter y apariencia se resolvió adoptando un traje ya creado por algunos caricaturistas ame­ricanos para el filósofo yanqui Jack Downing y una figura que circulaba ya anterior­mente bajo el nombre de «Hermano Jonatán» y «Jonatán». La validez poética de aquella decisión subsistió mientras Amé­rica no tomó parte en los asuntos inter­nacionales, por cuanto con ello el Tío Sam, sin dejar de personificar a los ojos del mundo (americanos incluidos) la nueva nación, se convirtió en una arcaica super­vivencia, como Apolo en las obras medi­evales de teología. Tío Sam tenía la rígida testarudez de su original de Nueva Ingla­terra; sólo se sentía cómodo en su propia provincia puritana y dentro del espíritu de ésta, y se alababa de su absoluta im­permeabilidad a todo influjo extranjero.

Frente a toda experiencia exterior, tomó y mantuvo una actitud de obstinado «aisla­cionismo», pues las premisas de su carác­ter le hacían incapaz de desarrollo interno y por consiguiente enemigo de toda com­plicación. Pero con el tiempo, la personi­ficación del pueblo de los Estados Unidos en el Tío Sam se ha ido haciendo cada vez menos congruente con la realidad histórica y cultural, y hoy el Tío Sam es una de las numerosas convenciones (v. Evangelina y Natty Bumppo) que flotan sueltas a través del paisaje espiritual americano y se pro­ponen como «significados» de actos y acon­tecimientos que nada tienen que ver con ella.

Los críticos, ya sean extranjeros ya nacionales, apenas logran establecer nin­guna relación entre el país y este personaje; porque no hay en el mundo rasgo de pluma capaz de convertir al Tío Sam, el alto y flaco campesino de Nueva Inglaterra ridículamente vestido, en nada semejante a un millonario de Wall Street, o un im­perialista, o un barrigudo explotador de las masas, o un astuto libertino, o un tira­no; del mismo modo que no hay manipu­lación que pueda transformar los elementos de su carácter provinciano en una inclina­ción a la fatua generosidad y a la benevolencia irresponsable.

S. Geist