Vittorio Alfieri (1749-1803), al refundir en la tragedia Saúl (v.) el relato bíblico, vio en el personaje uno de aquellos seres superiores que tanto amaba, de voluntad más que humana, tensa hacia aquello que parece ser su meta por excelencia: el poder; y le retrató en el momento en que aquella voluntad empieza a perder su antigua firmeza y se siente como dividida por opuestas tendencias, sumida en continuas y contrarias veleidades, como si una maldición misteriosa pesara sobre ella.
Y cuando vencido y muertos sus hijos, Saúl oye de los labios de su ministro Abner la noticia de su propia perdición, vuelve su firmeza de otro tiempo y el anciano recobra su regia grandeza. Al darse muerte ante los enemigos que llegan, es más grande que el vencedor y más de lo que él mismo había sido nunca.