Protagonista de un relato del segundo Libro de la Jungla (v.) de Rudyard Kipling (1865-1936), titulado con su nombre.
Brahmán de alta casta^ y primer ministro de uno de los pequeños Estados del noroeste de la India, Purun Bhagat, pensando que «lo que es bueno para un inglés es doblemente bueno para un asiático», no tiene durante veinte años otro ideal que el de dar a su país una civilización británica. Bajo su gobierno se abren carreteras, se fundan escuelas y hospitales, se organizan exposiciones, e incluso se publican «libros azules», con gran satisfacción del virrey y del ministerio de Asuntos Exteriores inglés. Tras lo cual Purun Bhagat está maduro para una visita triunfal a Londres, donde le son tributados los máximos honores.
Al llegar a ese punto, Purun Bhagat, en la cumbre de su poder, desaparece. El primer ministro, caballero comendador de la orden del Imperio indio, ya no existe: pero, por los caminos que conducen al Tíbet a través del Himalaya, peregrina un nuevo humilde y silencioso mendigo que no tiene otra riqueza que su alforja vacía y su fe en la Renunciación. Ha transcurrido mucho tiempo, cuando una noche el mendigo, a través de la inquieta fuga de los monos y de los ciervos, tiene la revelación de que la montaña próxima al santuario abandonado donde él vive está desmoronándose. Y entonces resurge de pronto el organizador y el jefe, dispuesto a sacrificar su vida para salvar a la gente del valle.
Ésta, naturalmente, cree en un milagro y venera el cuerpo del «santo», ignorando que aquel milagro es obra de un ex funcionario de la perfectísima cadena imperial. En el juego de las relaciones entre poesía y sátira, entre práctica e idealismo, tan frecuente en la obra de Kipling, la fábula de Purun Bhagat es perfecta, y el parentesco de ese personaje con el lama de Kim (v.) sólo es subrayado para llegar a la conclusión de que, cuando logran tocar de pies en el suelo, esas criaturas de la «nebulosa asiática» nos muestran indudablemente su rostro más feliz.
E. Gara