Protagonista de la novela El demonio mezquino (v.) del escritor ruso Fëdor Kuzmič Sologub (1863-1927). Es, entre las figuras monstruosas de la literatura mundial, una de las más monstruosas, y, en la literatura rusa, está muy próxima a la de Juduska de La familia Golovlév (v.), de Saltykov-Schedrin, y a las del anciano Karamazov y de Smerdiakov (v.), de Los hermanos Karamazov (v.), de Dostoievski.
En la literatura alemana moderna cabe ver un equivalente de Peredonov en el Profesor Unrat, de Heinrich Mann, aunque no hay que pensar que exista entre ambas ninguna influencia. Sea como fuere, Peredonov es una figura aún más mezquina y repugnante que la de Unrat, por cuanto llega, por así decirlo, al colmo de la simbólica tragicidad de lo mezquino y de lo vulgar. Peredonov es la extrema degeneración de la burguesía: incapaz de redimirse, quisiera ver aniquilados a los demás. La esperanza de una mejora de situación es su idea fija y su egoísmo va haciéndose cada vez más denso a su alrededor, hasta encerrarle en un círculo tentacular de sentimientos primarios y brutales. «Sus sentimientos — dice de él el autor — eran obtusos, y su conciencia, como un aparato que corroe y mata. Todo cuanto llegaba a ella se transformaba en turpitud y fango.
En los objetos, lo que primero veía y lo que más le alegraba eran los defectos. Cuando pasaba ante un palo recto y pulido, sólo se le ocurría la idea de torcerlo y ensuciarlo. Cuando ante él se manchaba algo, reía de contento». Llega un momento en que, frente a su oscura satisfacción de sí mismo y a su medrosa bellaquería, frente a su insistente y al mismo tiempo flaca sensualidad, la vida de los demás se le antoja una continua amenaza: su estúpido egoísmo se convierte entonces en manía persecutoria y su instintivo cinismo se transforma en superstición y en locura. En ese gradual embrutecimiento que convierte al hombre en bestia y, cosa más grave aún, le pone en contacto con aquello que parece ser el fondo ciego y maligno de la existencia, hay algo de shakespeariano.
Pero en cambio es decididamente ruso el sentido de desolación sin esperanza que de ello resulta y que parece convertir a Peredonov en el trágico símbolo del mal que anida en el alma de todo su pueblo. Tal vez por ello, en el lenguaje común ruso se ha formado la expresión «peredonovismo» comparable al «oblomovismo» de Oblomov (v.) y al «saninismo» de Sanin (v.), como confirmando la dramática universalidad de esa aparente excepción.
E. Lo Gatto