Fernando Ossorio, protagonista de la novela de Pío Baroja (1872-1956) Camino de perfección (v.), es sin duda uno de los personajes esenciales para comprender a Baroja y al grupo generacional del 98.
Su personalidad posee dos notas caracteriza- doras (una tendencia «mística» que se confunde con un erotismo enfermizo y anormal, y la falta de una voluntad fuerte que le produce una gran desgana ante la vida) fácilmente relacionables con tendencias hacia una psiconeurosis de tipo melancólico o «maniacodepresivo», abonada por taras hereditarias: «la hermana de mi madre, loca; un primo, suicida; un hermano de mi madre, imbécil en un manicomio; un tío, alcoholizado». De esas dos notas nos interesa sobre todo la segunda, la abulia, por unirlo a un grupo de personajes (v. Antonio Azorín) que expresan el ideario de una generación.
El mismo Ossorio reconoce («Fuera de mis inquietudes de chico, mi vida se ha deslizado con relativa placidez. Pero tengo el pensamiento amargo») que su abulia no tiene causa concreta alguna; la relaciona con el pensamiento amargo, es decir, con una posición racional y pesimista. Sin embargo, su fondo dinámico le impide aceptar esta situación, le empuja a una huida continua, y a buscar su satisfacción en el cansancio corporal y la contemplación de la naturaleza, pero hasta en ella aparecen expresiones de su estado anímico: «su vida era una cosa tan inconcreta como una de aquellas nubes sin fuerza que se iban esfumando en el resto de la Naturaleza». Pero en Ossorio la voluntad existe aunque apagada, adormecida por el análisis y la reflexión que como intelectual hace de la estructura social en que se halla insertado.
Cree que su salvación está en encontrar un camino que le permita manifestar su personalidad: « ¡Ah, si yo supiera para qué sirvo! Porque yo quisiera hacer algo, ¿sabes?, pero no sé qué». Del querer hacer algo arranca su dinamismo, su agitación, su continua búsqueda. Inicia con entusiasmo la carrera de medicina, la práctica de la pintura, el amor, el erotismo, pero muy pronto se cansa. Cada vez que esto sucede el motivo externo del abandono es distinto, pero la verdadera causa es siempre la misma: su desgana. Harto de cuanto le rodea huye de Madrid, y de sí mismo. Supone que el esfuerzo físico lo purificará, emprende su «camino de perfección». Andando siempre, llega a Segovia y luego baja hasta Toledo. El movimiento, la agitación, encubren su verdadera debilidad. En Toledo le asalta un falso misticismo, pero muy pronto llega de nuevo el aburrimiento.
El recuerdo de una aventura amorosa de sus años de estudiante le arrastra hacia Yécora; pero ya no hay nada a hacer. « ¡Qué imbécil es la vida!», exclama. Siente miedo de caer en el engranaje de la sociedad levítica de Yécora, y la falta de seguridad en sí mismo le obliga a huir: «Era necesario huir de allí, pero sin hablar a nadie, sin consultar a nadie». Viaja en compañía de unos cómicos, y también de ellos, incapaz de enfrentárseles, ha de escapar. En la posada de un pueblo, sin conocer a nadie, pasa unos días de total tranquilidad, pero hasta la misma felicidad llega a producirle cansancio: «Hace dos semanas que estoy aquí y empiezo a cansarme de ser dichoso». Ese cansancio no es más que aburrimiento, tedio; Ossorio ha de enfrentarse con algo aunque sea para huir. Finalmente se enamorará de su prima Dolores.
Ossorio cree haber hallado su voluntad perdida — «Estoy decidido a abandonar mi indolencia y a tener una voluntad de hierro» —, le parece haber triunfado, pero al final de la novela una pequeña anécdota nos muestra su total fracaso con la sumisión a la absurda vulgaridad de la que durante toda su vida había intentado huir: Ossorio se ha propuesto conseguir que su hijo sea lo que él no pudo lograr: un hombre enérgico y fuerte, que crezca sin la tortura de ideas tristes o inútiles. Y mientras piensa esto, «la madre de Dolores cosía en la faja que habían de poner al niño una hoja doblada del Evangelio». Años más tarde un visitante podría hacernos de él la misma descripción que Martínez Ruiz hace de Azorín en las páginas finales de La voluntad (v.). En otra novela anterior de Baroja, Silvestre Paradox (v.), aparece Fernando Ossorio como personaje episódico. Ya encontramos señalada allí su situación de desplazado dentro de la sociedad en que vive; se siente apartado, ajeno a los hombres que le rodean; su mundo no le da ninguna posibilidad de reconocerse.
En ello ha influido la reacción contra su propia familia: «Crea usted que he visto unas cosas en mi familia que han quebrantado de niño mi alma; que he pasado noches muy largas llorando, solo, porque me he avergonzado de ser lo que era, y me he avergonzado de mi padre, y de mi madre y de todos…». Recoge también el desequilibrio sexual que rodea a su familia. Femando Ossorio, tal vez el mismo Baro- ja, no ha sabido engendrar el acto de querer; la vida para él ha bordeado el absurdo: no ha podido hallar una finalidad que justificase su vivir.
S. Beser