En Resurrección, Nechliudov se distingue del protagonista de La mañana de un propietario como el Tolstoi de la época en que Resurrección fue escrita (1899) se distingue del Tolstoi de hacia 1850.
Nechliudov es un joven noble y rico, que se halla formando parte del jurado en un proceso por envenenamiento, en el que la acusada es Katiucha Maslova (v.), muchacha a quien él sedujo y abandonó algunos años antes y que a consecuencia de ello hubo de entregarse a la prostitución. La aparición de Katiucha ante el tribunal en que Nechliudov actúa como juez respetado y estimado, es para éste una viviente condenación de la vida ligera y egoísta que hasta entonces ha llevado: a partir de aquí arranca su «resurrección».
Ante aquella imagen de inocencia ultrajada, Nechliudov comprende que el verdadero culpable es él y con él toda la clase social a que pertenece. No era la primera vez que en su vida se producía ese fenómeno, por él llamado «purificación del alma»; pero ahora su vago sentimiento halla pábulo en la injusticia del tribunal, que, contra toda evidencia, condena a la inocente. Al ver fracasados todos sus intentos por salvar a su antigua amante, Nechliudov decide casarse con Katiucha, más para expiar su culpa que para socorrer a aquélla; y cuando ella le rechaza, la sigue hasta Siberia, para compartir sus sufrimientos.
Mientras tanto conocerá a otros condenados, procurará interceder por ellos e irá orientándose cada vez más hacia las ideologías socialistas humanitarias y hacia aquel rigorismo moralista tan típicos de Tolstoi en su última época. Naturalmente, en su convicción de que la tierra no debe ser propiedad de nadie, Nechliudov dará sus posesiones a los campesinos. Los problemas sociales se suman al problema moral, y la figura de Nechliudov se hace algo abstracta y didascálica. En realidad, la mayor parte del relato es una especie de viaje instructivo entre los diversos ejemplos de injusticia social, desde los campesinos explotados hasta los condenados políticos y las víctimas de la opresión religiosa, con la monótona conclusión de que la culpa no es de los individuos, sino de la Sociedad.
No puede haber justicia mientras los tribunales no tengan otra misión que mantener el orden existente en favor de los privilegiados. Incluso los funcionarios de esa sociedad tan cruel son víctimas de tal situación, que les obliga a mostrarse inhumanos. El amor entre todos los seres humanos debería ser la base fundamental de la vida, pero casi todo el mundo lo olvida. Es evidente que Tolstoi se proponía escribir una acta de acusación contra la sociedad, y particularmente contra la administración maquinal y burocrática de la justicia, al par que creaba la historia de la redención de los dos personajes. Ahora bien; el resultado artístico mejor es precisamente el análisis de aquel «profundo y doloroso sufrimiento» que se produce en el alma de Nechliudov, de aquella alternancia de sueños de pureza, y de aquellas ilusiones con incomodidades, vacilaciones y flaquezas…
Por mecánica y fría que nos parezca en muchos momentos la figura de Nechliudov, su concepción se aleja mucho de la de un héroe monótono, ya que su nostalgia por el brillo de la vida antigua y las tentaciones que le ofrece aquella sociedad que él reconoce ociosa, frívola y de intereses mezquinos, está excelentemente observada. La mano feliz del novelista se revela en algunas anotaciones de su primer estilo, en la caracterización de personajes secundarios, en algunos episodios, como el de la tentación de que Nechliudov es objeto por parte de una gran dama, y en la observación de los sentimientos que en él despierta, por ejemplo, el matrimonio de su hermana. Pero la insistencia en el sentido de gozo que resulta de la regeneración moral imprime a la obra un tono doctrinario algo pesado. Más que los sentimientos del protagonista parecen contar las ideologías, que por lo demás se sienten a su vez como motivos pasionales conceptualmente identificados.
Así el afecto de Dmitri por Katiucha, mezcla de compasión y de ternura, cede ante el sentido religioso de purificación moral. Tolstoi quiso crear en Dmitri una especie de autorretrato ideal: «Como en casi todos los hombres, en Nechliudov se oponían dos individualidades: una espiritual, que sólo buscaba para sí un bien que pudiera ser también favorable a los demás, y otra brutal y egoísta, que buscaba el bien sólo para sí, aunque fuera a trueque de sacrificar por él a toda la humanidad». Los gérmenes de la redención existían, pues, ya antes; Dmitri no fue nunca salvaje; y de su culpa, o mejor de su ligereza, hay que hacer responsable a todo un sistema social.
La «resurrección» de Nechliudov no está concebida aisladamente, ni tendría todo su valor moral y religioso si no estuviera acompañada por la renovación de Katiucha. Es algo más que una simple expiación: conquista de nuevos horizontes, participación real en el sufrimiento de los oprimidos y ejercicio activo de los principios que se afirman.
A. K. Villa