Es el nombre de la protagonista de dos novelas de Georges Bernanos (1888-1948): Bajo el sol de Satán (v.) (1926) y Nueva historia de Mouchette [Nonvelle histoire de Mouchette] (1937). «La blasfemia — afirma el párroco de Fenouille en Monsieur Ouine—, la blasfemia… pone al alma en un empeño peligroso, pero la pone en un empeño.
La experiencia misma demuestra que la rebelión del hombre es un acto misterioso, cuyo responsable no es quizás únicamente el diablo». Así Georges Bernanos nos revela el secreto de Mouchette, uno de los personajes sobre los cuales se ha inclinado más amorosamente, no «con aquella compasión que es un mero disfraz del desprecio, sino con una compasión dolorosa y ardiente, por lo mismo que es serena y atenta». Y no es por pura casualidad que Mouchette es en dos obras, por otra parte tan distintas, el nombre de la protagonista femenina. La primera parte de Bajo el sol de Satán empieza con un prólogo: «Historia de Mouchette». Por él nos enteramos de cómo la joven Germaine Malorthy, alias Mouchette, de la aldea de Terninques, en el Artois, se dejó seducir por el marqués de Cadignan, señor del pueblo, y luego djo muerte a su amante.
A continuación, la novela, compuesta como un tríptico, contrapone a ese horrible episodio la figura atormentada del abate Donissan (v.), el «santo de Lumbres», el cual, como Mouchette, sucumbe a la tentación de la desesperación. El encuentro de esos dos seres, excepcionales ambos bajo su humilde apariencia, da lugar a una escena indudablemente poco común. Mouchette, muchacha perdida y medio loca, que esconde su horrible secreto, se ve desenmascarada por el sacerdote, el cual adivina hasta el fondo su odio y su orgullo. «Incluso el infierno tiene sus claustros… Hela aquí bajo nuestros ojos — dice Bernanos —, esa mística, ingenua e insignificante sierva de Satanás, esa santa Brígida de la nada…».
Fuera de sí, después del diálogo con el abate Donissan, con «una fuerza multiplicada, Mouchette desea en su alma, sin darle nombre, la presencia del cruel Señor»: y se degüella. Pero cuando el pobre párroco de aldea, con sus torpes manos, la lleva «ensangrentada y moribunda hasta la iglesia», cabe preguntarse si la moza no ha sido «objeto de una gracia excepcional». Sabemos, sin embargo, que el rebaño de los réprobos y el de los santos no son esencialmente distintos. El abate Donissan y Mouchette «están marcados ambos con el sello de lo absoluto», sus almas «están ligadas una a otra» (Antoine Giacometti). En la Nueva historia de Mouchette, la heroína es todavía más humilde y se halla en una postura más humillada: una muchacha que regresa de la escuela encuentra a un cazador furtivo que, aprovechándose de un temporal, abusa de ella.
De vuelta a su casa, la niña asiste a la miserable muerte de su madre, y una anciana del pueblo, la que vela a los muertos, acaba convenciéndola de que para borrar su mancha y poner fin a su soledad no le queda más que el suicidio: Mouchette se arroja a un estanque. La desgraciada muchacha de feo rostro y cuerpo todavía informe, víctima de una herencia alcohólica, combate durante toda la novela contra la desventura que por todas partes la acecha, sin que ella logre darse netamente cuenta. Incluso en su tragedia hay algo que se le escapa: su amante, a quien ella creía un asesino, es un vulgar ladrón, el huracán una lluvia insignificante, y su propia culpa termina en la vileza y en la mediocridad.
Encerrada en sí misma como su hermana mayor de Bajo el sol de Satán, Mouchette es presa de la vergüenza y del orgullo. Sin saberlo, sufre del Mal supremo que es la ausencia de Dios. «Todo puede servir a la Gracia, incluso el crimen» (Marcel Arland). «Todo es Gracia», dice al morir el Cura de aldea (v.). Y así lo demuestran, a su modo siniestro, los dos personajes de Mouchette, cuya inolvidable fisonomía supo modelar Bernanos.
R. Tavernier