[Melibceus]. Personaje de la primera égloga de las Bucólicas (v.) de Virgilio, Melibeo (el que cuida de los bueyes) es una triste figura de pastor desterrado, víctima de las luchas políticas; sin ser un vencido, sufre la misma suerte que si lo fuera, puesto que las ricas tierras de Mantua han sido otorgadas a los veteranos del ejército de los triunviros y él, menos afortunado que el anciano Títiro (v.), a quien un dios (Augusto) ha permitido conservar las tierras paternas, tiene que abandonar su casa y sus campos y, empujando penosamente ante sí a sus rebaños, debe buscarse, fugitivo y doliente, un asilo seguro.
Por profundo que sea el dolor que le causan el destierro y la pérdida de sus tierras, y a pesar de que en sus palabras se adivine su rebelión contra los intrusos que gozarán del fruto de su trabajo («¿un brutal soldado habrá de ser el dueño de estos pastos tan bien cultivados? ¿Para ellos sembramos nuestros campos?»), Melibeo, sin embargo, no envidia al que se queda, sino más ’ bien se admira de que pueda hacerlo. En efecto, en los campos no pacen ya novillos ni ovejas, y ha dejado de resonar el monótono canto del caramillo y la paz está trastornada, porque «por todas partes cunde la zozobra».
En sus palabras a Títiro se encierra toda la alternancia de los sentimientos que se agitan en él en el momento de alejarse de sus tierras: primero, la tristeza profunda, pero resignada, de quien se ve obligado por un destino adverso a irse lejos; luego, una apasionada nostalgia, cada vez más conmovida, por la dulce vida que deja tras sí, la vida sencilla y humilde de los campos, la única en que el hombre, contento con su bien, puede hallar la felicidad y la paz. Pero los sentimientos se hacen cada vez más agitados: rencor contra los «bárbaros» que ocuparán su tierra, amargura por la suerte de la patria e ironía por sí mismo («Injerta tus perales, Melibeo, emparra tus vides»).
Finalmente, predomina la nostalgia, traduciéndose en un sentido lamento del hombre que, inclinado hacia sus rebaños, por los que teme y tiembla, les manifiesta, como su fueran criaturas humanas, la pena que siente por sí mismo y por ellos: «id, id, cabritas, ya no os veré más, tendido ante una verde caverna, pender a lo lejos de un espinoso repecho, no cantaré ya más canciones, ya no roeréis más, bajo mi guía, oh cabritas, la retama en flor, ni las hojas del amargo sauce».
T. Santilli