Personaje de la comedia Una excursión a Scarborough, de Richard B. Sheridan (1751-1816). Lord Foppington es el prototipo del noble presuntuoso, egoísta, lleno de vanidad, hostil hacia sus subordinados y aficionado a emplear su tiempo en vanos amoríos.
Su mayor orgullo es el de su origen aristocrático: «Ser hombre de alcurnia es un placer inefable», dice. Su vanidad no se limita al título, sino que acaricia toda su persona. Le rodea una larga serie de sastres, joyeros, zapateros y bordadoras que se afanan para adornarle con mil galas, en tanto él, en diversos espejos, trata de comprobar el resultado de su labor. Pocas palabras le bastan para exponer su programa: «Me levanto a mediodía, y no me atrevería a hacerlo antes puesto que nada habría tan desfavorable como ello para mi tez; no es que pretenda ser un petimetre, pero opino que un hombre ha de tener un aspecto suficientemente decente para no hacer mal papel en el teatro ni obligar a las damas a contemplar exclusivamente el espectáculo.
Como he dicho, pues, me levanto a mediodía.’ Si hace buen tiempo, salgo a caballo, regreso, tomo el chocolate y vuelvo a salir en coche; a la vuelta me cambio, y, después de la comida, me llego hasta la ópera…, donde, si no hay ninguna aria famosa para escuchar, puede cortejarse a las damas hermosas; y, finalmente, voy a jugar al club. Los asuntos de importancia los dejo para las personas serias, ya que he resuelto no ser nunca una molestia para conmigo mismo». En el aspecto amoroso, se deja dominar más por sus procedimientos de hombre de alcurnia que por un verdadero amor; considera que su título es un pasaporte que debe abrirle las puertas de todos los corazones femeninos…
Él mismo confiesa no estar nunca enamorado, y su único placer consiste en desviar a una mujer de sus virtudes; tiene todas las pretensiones de un lechuguino, acentuadas por su fatuidad sin par que, en la ilusión de ser irresistible, le convierte en ridículo. Cuando su hermano le acusa de ser el rey de los vanidosos, responde: «Me siento orgulloso de estar al frente de tan poderosa corporación». Da, a menudo, evidentes pruebas de su cinismo hacia cuanto no se refiere directamente a su persona, para la que, en cambio, mantiene ardiente un interés ilimitado.
Efectivamente; mientras contempla las necesidades ajenas con aquella ironía que sólo puede ser hija de la indiferencia, cuando se halla en juego su persona, lord Foppington pierde toda clase de discernimiento, y sabe ampliar de tal suerte la menor justificación que se convierte en una caricatura de fatuo egoísta.
L. Cantini