La leyenda, vivió la Fornarina (la panaderita); era una panadería cuatrocentista, de dos pisos; en la planta baja, se decía haber estado el horno y la tienda del padre de la muchacha romana que gustó a Rafael, de quien fue modelo y que el pintor amó hasta la muerte. Derruida luego la casa, queda sólo de ella el recuerdo, junto con algún dibujo o grabado antiguo; otro rudo golpe, diríase, para la vitalidad de la leyenda de la Fornarina.
Pero, quizá, cuantas menos «piezas de convicción» queden para demostrar, con documentos y restos probatorios, la verdad y los detalles de su existencia, tanto más viva sea la Fornarina y tanto más apreciada su leyenda. No está al alcance de la crítica histórica precisar quién fuera esta mujer, ni cuáles fueron su nombre, su vida y sus relaciones con el pintor de Urbino, ni la verdad acerca de la opinión que atribuye a la proximidad de una mujer de tan cálida belleza la precoz debilitación que había de llevar al pintor a la tumba, guiado, desgraciadamente, por brazos demasiado voluptuosos.
A pesar de todo, la Fomarina existió, toda vez que existe, además de su retrato, el tipo de mujer rafaelesca, fiel a sí mismo a través de tantos cuadros y concretado tan pronto como Rafael, libre de la influencia de la escuela de Umbría y trasplantado a Roma desde sus Marcas nativas, halla en su vivo modelo el espejo en que se refleja todo el clasicismo de la Roma antigua que las excavaciones van desenterrando y manifestando gradualmente, y la emoción que sus proporciones clásicas suscitan en el gentil espíritu del artista.
La Fornarina era la romanidad viva, no sólo marmórea sino de ardiente juventud, lozana de carnes y soberbia, aunque no inhumana, en la dignidad de su porte. Paulatinamente, de acuerdo con los diversos temas, la modelo, que parece personificar todo el elocuente, fecundo, mórbido e intenso eterno femenino romano, va cambiando sus expresiones, aun cuando nunca cambien, esencialmente, su semblante, su plasticidad ni su mirada. ¿Quién va a confundir los brazos y la curva de los hombros de la Fornarina con los de otra mujer? ¿Y quién podrá decir que no se trata de una romana? Así como la Primavera y la Venus de Botticelli son inconfundiblemente toscanas, la Fornarina, ya representada en un retrato, ya bajo la figura de una Virgen, es siempre romana, y siempre la muy femenina Fornarina; y ello tanto si lleva al Niño en brazos, cual en la Virgen de la silla, como si* en la Transfiguración, ya marcada por el influjo de Miguel Ángel, señala el cielo.
Reina de las modelos y modelo reina, la hija del panadero del Trastevere se ha convertido en una criatura y un personaje sin tiempo.
O. Vergani