[Yehūdāh], Cuarto hijo del patriarca Jacob (v.). Aunque tomó parte en la maquinación de sus hermanos contra José (v.), no quiso que el pozo a que éste había de ser arrojado fuera su tumba, sino sólo su prisión, y le salvó la vida.
En el Libro del Génesis (v.), toda su vida oscila análogamente entre destellos luminosos y abundantes sombras, y bajo su consanguínea perversión deja adivinar la imagen paterna, el espíritu de Jacob y el calor familiar. Judá fue hombre de instintos y de amor: un amor confuso y «animoso», que a veces pudo llamarse caridad y otras lujuria. Ésta le arrastró hasta la prostituta de junto al camino, en la que no supo reconocer a su nuera Thamar, viuda y olvidada.
Y Judá, que no había querido darle nuevo esposo y le había negado el don de los hijos, ahora, por el precio de un cordero, yace con ella sobre la yerba y engendra a Fares, antepasado del Mesías. El nombre de Thamar nos da la medida de las tinieblas y de la carnalidad que se esparcen sobre su tribu, como los perros al sonido del cuerno. Desde Thamar de Judá a través de los siglos hasta Thamar, la hija de David (v.), de un incesto a otro incesto, las pasiones de Judá habían dado fruto y la sensualidad y la discordia fraternal entre los hijos de Jacob renacían en los hijos de David con aquel nombre fatal: Thamar violada por Ammón, Ammón muerto por Absalón (v.), y Absalón rebelde a su padre hasta la muerte.
Son tres hermanos: el río subterráneo del antiguo Judá vuelve a brotar enturbiando su tribu mesiánica, desde Esaú (v.) a Judá, a Absalón y a las dos Thamar. Pero la carne de Judá es también la de Jacob, José y David, carne circuncisa, pueblo de Dios. La caridad de los padres duerme en Judá, sepultada como un volcán moribundo, pero de vez en cuando ilumina su noche con la ternura temblorosa que nace en los hombres brutales y en los brutos en los momentos de paz. Todas las luces de Israel brillan por primera vez en la historia de José, y el propio Judá tiene su luz. José había detenido a Benjamín: «Pero Judá, acercándosele, dijo animosamente… Déjame que me quede yo como esclavo tuyo, porque fui yo quien tomé a mi cargo a Benjamín y me hice responsable de él diciendo: si no lo devuelvo, seré para siempre reo de pecado contra mi padre.
Yo me quedaré, pues, como esclavo tuyo… en lugar del muchacho. Y a él déjale marchar con sus hermanos. Porque yo no puedo volver a mi padre sin Benjamín; ¡ojalá no vea jamás la aflicción que oprimirá a mi padre!» Palabras llenas de sentido y de profundidad que manan de su alma, como de los labios de un pecador evangélico. Y que tienen también de evangélico un remoto reflejo de redención y de resurrección. Redención de Judá y resurrección de José, hijo de Jacob, de manos del marmóreo virrey de Egipto: «Y entonces alzó la voz llorando… y dijo a sus hermanos: Yo soy José. ¿Vive todavía mi padre?»
P. De Benedetti