Protagonista de la novela, de Vicente Blasco Ibáñez (1867- 19.28), La horda (v.), es un personaje representativo del ambiente intelectual español de los primeros años del siglo; por eso hay que situarlo al lado de los que podríamos considerar como héroes novelescos de la generación del 98: Antonio Azorín (v.), Fernando Ossorio (v.), Andrés Hurtado (v. El árbol de la ciencia), Apolodoro (v.), el mismo Pío Cid (v.) y otros.
Como todos los citados, Isidro Maltrana es una víctima de la falta de voluntad, de la abulia, mal que atenazaba a la juventud intelectual de finales del XIX y principios del XX. Ángel Ganivet había escrito: «El no querer es el diagnóstico del padecimiento que los españoles sufrimos». Sus preferencias literarias son idénticas a las de los hombres de su generación: Schopenhauer y Nietzsche. El mismo Blasco Ibáñez muestra de una manera inequívoca el deseo de insertar a su héroe dentro de una determinada generación que no puede ser otra que la del 98; comparemos sus palabras — «él reconocía su gran defecto, el mal de su generación, en la que un estudio desordenado y un exceso de razonamiento habían roto el principal resorte de la vida: la falta de voluntad.
Era impotente para la acción. Estudiaba ávidamente y no sabía sacar consecuencia alguna de sus estudios» — con las que Martínez Ruiz hacía escribir a su héroe, Antonio Azorín, en 1902: «¡Soy un hombre de mi tiempo! La inteligencia se ha desarrollado a expensas de la voluntad». Pero hay una diferencia esencial entre ellos: mientras Azorín, como Ossorio y Apolodoro, ha nacido dentro de la clase burguesa y su posición le permite ser un desocupado, Maltrana es hijo de un albañil y una asistenta; las primeras letras las aprendió en el Hospicio y sólo ha conseguido llegar a la Universidad, para cursar estudios de Filosofía y Letras, gracias al apoyo de una anciana rica y compasiva cuya muerte lo arroja de nuevo a su mundo social originario sin armas para defenderse.
Su tragedia reside en el conflicto entre esas dos clases de que participa: educado como un intelectual burgués no puede vivir como un proletario. El conocimiento de la filosofía revolucionaria y su propia situación económica lo convierten en un rebelde social, pero la falta de energía no le permite pasar de pobre parásito sin importancia de la clase burguesa, aunque siempre se siente más cerca de los necesitados, de la «horda», que de los periodistas y aprendices de genio que frecuenta. El dinero ganado con un libro, escrito para que un grave senador lo publique como suyo, le sirve para unirse a Feliciana, una joven obrera; la vida matrimonial parece, traer a Maltrana, al desaparecer su soledad — «los solitarios como él, sin protectores, sin atractivo social, estaban desarmados para la lucha diaria» —, algo de la energía de que carecía, pero al terminarse el dinero reaparece su impotencia ante la vida, y se hunde cada vez más, y con él la pobre Feli, que muere abandonada en un hospital, dejando a Maltrana un hijo.
La muerte de la esposa, profundamente sentida por Isidro, y sobre todo la paternidad, transforman al joven, víctima de una sociedad que al darle su cultura burguesa le impidió vivir como un trabajador. Y como el Bonifacio Reyes de Su único hijo (v.) encontrará en el hijo la energía y la fortaleza que no había conocido; se sentirá otro y no retrocederá incluso ante la traición a su propia clase: «Ya que el mundo estaba organizado sobre la desigualdad, que figurase su hijo entre los privilegiados, aunque para ello tuviese que aplastar a muchos… Sentíase capaz de robar, de matar, por su hijo. No tenía otra herramienta, otra arma, que la pluma; pero haría de ella un puñal, una palanqueta». A Isidro Maltrana lo volvemos a encontrar en otra obra de V.
Blasco Ibáñez, La maja desnuda; aquí es ya un cínico, un ventajista al que un afamado pintor encarga su discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes. Del antiguo Maltrana queda sólo el apasionado amor hacia su hijo; así nos confiesa: «Yo soñaba con ser algo; pero un rorro no nos deja pensar en nada». Isidro Maltrana es, sin duda alguna, el personaje más complejo salido de la pluma de Blasco Ibáñez, tal vez el único importante dentro de la literatura española que ha comprendido la contradicción fundamental de la sociedad capitalista, pero al que la abulia, resultado de su formación dentro de una clase decadente, ha impedido la acción. Sin embargo para él el problema está claro: «la horda» indefectiblemente triunfará.
Hasta entonces le han faltado conductores; él pudo serlo, pero primero se inhibió, se «enajenó», y después la traicionó por su hijo: «¡Ay, si los que nacían en su seno armados con la potencia del pensamiento no despertasen avergonzados de su origen! ¡Si los siervos de la pobreza, como él, en vez de ofrecerse cobardemente a los poderosos se quedasen entre los suyos, poniendo a su servicio lo que habían aprendido, esforzándose en regimentar a la horda, dándole una bandera, fundiendo sus bravías independencias en una voluntad común!…».
S. Beser