Hermann

[Arminius]. La figura del príncipe germánico que derrotó a las le­giones de Varo en la selva de Teutoburgo pasó a la leyenda como símbolo de la conciencia nacional germánica, y vino así a constituir un personaje. Como tal po­demos decir que aparece por primera vez en los Anales (v.) de Tácito, donde es ya una figura que se yergue por encima de la realidad histórica, liberador de Germania celebrado en los cantos de su pueblo.

En la época de la Reforma (v.), con el des­pertar de la conciencia nacional, era na­tural que la figura de Hermann resucitara. Y en efecto le hallamos como principal personaje de un célebre diálogo latino que lleva su nombre (v.) cuyo autor es el po­lemista alemán Ulrich von Hutten (1488- 1523), el cual, imitando la forma dialogada de los escritos teóricos y polémicos de los humanistas italianos y remontándose al modelo de Luciano, introdujo ese género en alemania. El objeto del diálogo en cuestión era incitar la conciencia alemana a afirmar su independencia frente a Roma: Hermann (Arminius) aparece, pues, como el héroe nacional germánico que por prime­ra vez combate por la independencia contra la odiada tiranía de Roma y logra vencer al soberbio ejército imperial.

La significa­ción de la figura de Hermann, preferido a los demás héroes germánicos, consiste pre­cisamente en haber combatido contra Ro­ma, de la cual Hutten, que era luterano, quería libertar a alemania no sólo desde el punto de vista político, sino también reli­gioso. Sobre la vida de Hermann escribió más tarde una novela, titulada con su nombre (v.) y publicada incompleta en 1698, el poeta alemán barroco Kaspar von Lohenstein (1635-1683), el cual insiste espe­cialmente en dos temas: los amores entre Hermann y Tusnelda (v.) y la lucha de Her­mann por la independencia. Esta vez, sin embargo, el propósito del poeta alemán al narrar la antigua lucha por la independen­cia era animar a sus compatriotas a libe­rarse no de Roma, sino de la influencia francesa de Luis XIV.

La novela de Lohenstein está tan recargada de episodios y aventuras que la figura de Hermann es en ella más bien un símbolo ideal que un personaje vivo netamente caracterizado, y sus acciones son siempre más o menos for­tuitas y azarosas. Él no es el único que combate contra los romanos; en la misma lucha están empeñados todos los príncipes germánicos, de los que Hermann no es ni siquiera el jefe. Por un discurso del duque de los marsos nos enteramos de que, con la figura de Hermann, el autor intenta alu­dir al emperador Leopoldo I. Hermann apa­rece dibujado con gran sencillez en el dra­ma que lleva su nombre (v.) de Johann Elias Schlegel (1718-1749), publicado en 1743.

En contraste con otros personajes que se mueven a su alrededor, el vencedor de Teutoburgo no presenta ninguna complica­ción de carácter. Es el guerrero cuya única misión consiste en combatir en nombre del pueblo alemán que le atribuye los símbolos de la autoridad conquistada, o sea los haces pretorianos y las águilas arrebata­das a las legiones romanas. En la trilogía La batalla de Hermann, Hermann y los príncipes y La muerte de Hermann (v. Her­mann), de Friedrich Gottlieb Klopstock (1724-1803), el carácter del protagonista sólo tiene relieve en el segundo y tercer dramas, o sea por sus relaciones con los príncipes alemanes y por la propia con­ciencia de su misión. En el segundo drama Hermann no es únicamente el jefe de los ejércitos, sino también un caudillo político que quiere organizar con prudente habilidad la guerra contra Roma.

Precisamente de esta cualidad suya surge el conflicto con los demás príncipes, que se dan cuenta de su superioridad y temen con razón que al­gún día vuelva contra ellos sus aptitudes políticas, y para evitarlo le obligan a li­brar intempestivamente batalla contra los romanos, provocando así su derrota. Her­mann cae herido en el combate; y al ha­llarse ante la muerte — y éste es el asunto del tercer drama — hablando en sueños re­vela sus proyectos de grandeza, que culmi­nan en un ataque a la propia Roma: « ¡Ade­lante! ¡Adelante! ¡Pasemos las montañas, escalemos las cumbres!» Pero ahora todo se ha perdido: a su mujer Tusnelda, que regresa de su prisión en Roma, dirige el héroe sus últimas palabras de saludo; luego ella se presenta espontáneamente ante el tribunal de sus acusadores y enemigos.

Sus postreros gestos transcurren ya en una at­mósfera trascendental: la del fatalismo ger­mánico, cuya fuerza le abruma; ante la urna que contiene las cenizas de Breno, sólo dice: «Polvo» y luego, señalando a lo lejos, «Walhalla». En estos últimos rasgos se revela como típico héroe germánico. No puede decirse lo mismo de él según se nos presenta en el drama La batalla de Her­mann, de Heinrich von Kleist (1777-1811), que le da un carácter complejo en el cual asoman la imprudencia, la astucia, la des­lealtad y un vano orgullo. Varo puede de­cir de él que es «un vulgar bandido» y que se puede muy bien tener «el cabello rubio y los ojos azules» y ser falso como un carta­ginés; contra los romanos no emplea si­quiera el medio leal de las armas, sino que utiliza como instrumento de seducción y engaño a su propia prometida Tusnelda, cuyo ánimo quiere doblegar con pequeñas estratagemas, ora a favor, ora contra los romanos.

Por otra parte, no le falta el or­gullo que le impulsa a disputar en duelo el honor de dar muerte a Varo. Kleist quería elevarlo a personificación de Prusia contra Napoleón, pero en realidad sólo logró crear una figura desdichada que se halla muy por debajo de la esbozada por el romano Tácito. No más afortunada pue­de considerarse la versión que de Hermann nos da Christian Dietrich Grabbe (1801- 1836) en su drama La batalla de Hermann, 1836. También aquí Hermann es astuto y desleal; el móvil de su odio contra los ro­manos es sólo un afán de venganza per­sonal y dinástica sin el menor asomo de carácter nacional. Es el hidalgüelo alemán que se disfraza de caballero romano para mejor engañar a su adversario; como él mismo dice «los germanos son engañosos como sus voces». Y en todo el resto de la acción no es más que un vencedor puro y simple con los medios que sea y para los fines que sea.

En realidad, entre los poe­tas mayores, sólo Klopstock logró dar a Hermann unos rasgos de nobleza ideal que le convierten en un héroe digno de su pa­tria. Los demás fracasaron. Y su figura adquiere mayor nobleza en algunas obras menos importantes, pero su deficiente valor artístico las hace ineptas para hacer de él aquella figura inmortal que Tácito creó y que la poesía alemana pretendió forjar de nuevo por cuenta propia.

M. Pensa