La figura de Gerión domina los acontecimientos de los cantos XVI y XVII del «Infierno» (v. Divina Comedia). No hay camino practicable para dirigirse a Malebolge, y Virgilio ordena a Gerión que se detenga junto a la orilla del círculo; poco más allá se encuentran algunos espectros de condenados, los usureros.
Mientras Virgilio va a hablar con Gerión, Dante se acerca a ellos, contempla su miserable suerte y oye lo que uno de aquéllos le dice. Sin embargo, no se entretiene mucho; vuelto junto a su guía, sube con él a la grupa del monstruo, que se aleja de la orilla y va descendiendo lentamente, en amplios círculos, por el tenebroso abismo. Dante tiembla de miedo, hasta que, finalmente, Gerión, una vez franqueado el precipicio, deja a los dos viajeros al pie de la escarpada ribera, donde principia Malebolge.
Gerión, por lo tanto, no es más que un barquero, pero ¡cuán extraordinario! Toda la escena que precede a su prodigiosa aparición se halla predispuesta con un «crescendo» de solemnidad y de espera; luego, asoma el monstruo: llega «nadando por lo alto», a través del aire denso y oscuro, a semejanza del nadador que, tras haberse sumergido para desencallar el áncora, vuelve a subir «extendiendo sus brazos y encogiendo las piernas». Virgilio indica: «He ahí la fiera…»; y se dilata el formidable e irreal poder del monstruo «que traspasa las montañas y rompe los muros y las armas».
Gerión es la imagen del fraude: como éste, es omnipotente y llena el mundo con su hedor; hombre y serpiente al mismo tiempo, «el rostro es el principio de su cuerpo, el busto la mitad, y la cola el final. El fraude empieza inspirando confianza (‘rostro de hombre justo’); a continuación, urde sus engaños (‘busto de astuta serpiente’); y, finalmente, asesta el golpe fatal (‘cola aguda’). Por lo tanto, esta figura presenta casi una historia visible de los orígenes, prosecución y término del Fraude» (Ross.).
El tronco del monstruo lleva pintados, además, lazos y rodelas, símbolo de las intrigas de los defraudadores y de las redes en que éstos prenden a sus víctimas. Gerión, al aparecer, se posa sobre la orilla, pero mantiene la puntiaguda cola escondida en el espacio vacío del abismo infernal: «Agitaba su cola en el vacío, / torciendo hacia arriba la venenosa horca / que, a guisa de escorpión, armaba su punta». El aspecto de esa enigmática figura está sumariamente descrito por Dante con una serie de comparaciones gracias a las cuales Gerión adquiere, por una parte, una consistencia más estable y concreta, análoga a la de las cosas reales, y, por otra, en cambio, acaba por manifestarse todavía más multiforme, más imponente y más fantástico.
En la ribera, medio suspendido en el vacío, se parece a las «barcas de río», varadas mitad en el agua y mitad en tierra; pero, dado que tiene vida y se mueve, es como el castor, que, con la cola sumergida en el agua, trata de atraer a los peces, a los cuales da caza; luego, cuando empieza a moverse, parece una navecilla que se hace a la mar; agita la cola cual una anguila; desciende por el aire como un halcón, y se aleja a la manera de una saeta lanzada por el arco. Toda la escena se halla dominada por intensos y seguros rasgos grabados en una atmósfera negra que da la sensación de una vacía y espantosa inmensidad; sentimos la figura de Gerión sumergida en aquel aire tenebroso en el que se encuentra como en su propio elemento y que es el ambiente en el cual se urde el fraude.
La atmósfera de la insidia rodea a este personaje intermedio entre el ave y el pez. «Campea por doquier — hace notar Momigliano — la grandiosa y fantástica imagen del vuelo sobre el dorso del monstruo taciturno y pesado: la cola de anguila que se agita en el espacio; el lento, sordo y frío viento producido por el aire agitado; y, finalmente, la última descripción de Gerión, que, quieto sobre la roca y siempre encerrado en su ausente e imponente silencio, aguarda que ambos personajes se hayan apeado para desaparecer.
La fuerza vital de aquel monstruo que se eleva por el aire, se mantiene en él, vuelve a descender, espera y se marcha, acaba por imponerse a la fantasía de Dante por encima de todo pasmo y de cualquier intención simbólica; y Gerión, visto a través de la soberana imagen del halcón que ‘desciende… a través de cien círculos, y se posa lejos, / iracundo y desdeñoso hacia su maestro’, permanece, en la estructuración del «Infierno», como la mayor encarnación del poderoso y reflexivo sentido de la fuerza bruta, expresado en todos los monstruos de este canto, desde Minos a Cerbero, Plutón y el Minotauro».
P. Baldelli