[Jean des Entommeures]. Es el «Frère Jean» del Gargantúa y Pantagruel (v.), de François Rabelais (1494-1553). Encerrado en un monasterio en el que desahoga sus excesos de energía trabajando afanosamente en el huerto, fray Juan adquiere notoriedad con ocasión de la guerra que el malvado rey Picrochole (v.) declara al dulce y sabio monarca de quien depende el convento, el gigante Gargantúa (v.).
Ante la invasión de los enemigos, el buen religioso empieza por dirigir a éstos varias advertencias; pero luego, al ver que con ello nada consigue y que aquéllos han empezado ya el saqueo, se arma con un crucifijo y los ahuyenta, causándoles graves pérdidas con sus sacrosantos garrotazos. Gargantúa, sabedor del hecho, llama a fray Juan a su lado, como amigo y consejero y, una vez terminada victoriosamente la guerra, funda para él la famosa abadía de Théléme, descrita por Rabelais como un lugar ideal en el que la humanidad, en libertad para hacer cuanto no signifique perjuicio para los demás, puede desarrollar todas sus facultades y energías, trabajar, divertirse honestamente y gozar de la vida, de acuerdo con la única regla allí vigente: «Fay ce que vouldras».
Así aparece fray Juan en el primer libro de la obra: honrado, alegre y valeroso, lleno de popular sentido común y de espontánea generosidad, activo por naturaleza y por tendencia, franco, sensual incluso, y siempre buen compañero. Su religión es, a decir verdad, sumaria; no siente ningún escrúpulo cuando, en determinadas ocasiones, su boca suelta una de aquellas invocaciones a la divinidad que podrían muy bien llamarse blasfemias, y que, cuando le son reprochadas, intenta justificar afirmando que son meros expedientes de «retórica ciceroniana» para dar más fuerza al discurso. Sin embargo, practica siempre, con verdadera humildad de espíritu y bondad de corazón, la religión que consiste en ayudar al prójimo abnegadamente y en cooperar sin temor a toda buena acción.
Tras haberse dado a conocer abundantemente en el primer libro, su figura se echa de menos en el segundo (o sea, en la primera parte de Pantagruel, que precede cronológicamente a la redacción de Gargantúa). No obstante, aparece nuevamente en el tercero, ya que el sabio rey Gargantúa lo da por compañero a su hijo en el viaje de instrucción que éste realiza. La figura de fray Juan se impone aquí más aún, en contraste con el otro compañero, Panurgo (v.), que es erudito y agudo, astuto y fino, pero tímido, en tanto el buen fraile considera la valentía como virtud primordial, y profesa la máxima «ayúdate y Dios te ayudará».
La diferencia entre ambos caracteres da lugar a una de las más geniales y divertidas escenas del libro: la de la tempestad en el mar, en la que Panurgo, más muerto que vivo, se abandona a los más extraños lamentos y a fantásticas divagaciones, mientras fray Juan, a pesar de que ni por un momento deja de luchar contra el mar y el viento, alentando y dirigiendo sin cejar a marinos y compañeros, halla todavía la ocasión de regañar a su compañero con los reproches- más enérgicos y pintorescos.
En realidad, Rabelais ha desahogado en este personaje su alegre capricho de crear un fraile a su gusto, con algunos defectos propios de los demás y todas las virtudes que en éstos faltaban; pero, por encima de todo, fray Juan es hijo de la robusta e impetuosa vitalidad total y de la floración del «naturalismo» alegre y victorioso que tan intensamente personifica el autor, como escritor y como hombre, en el Renacimiento francés.
M. Bonfantini