Personaje del Baldo (v.), de Merlin Cocaio (Teofilo Folengo, 1491- 1544). Al igual que Cingar (v.), su compañero de aventuras, sufre, en las diversas versiones de la obra — desde la de 1517 hasta la póstuma de 1552 —, ciertas transformaciones por las que su figura cobra nuevo vigor en varios episodios.
Tipo tradicional del gigante, desciende del Morgante (v.) de Pulci, como declara el mismo poeta. Alto de cuarenta brazas, hubiera podido comerse un carnero de un solo bocado; sus orejas habrían dado cuero para ocho botas, y su frente era tan ancha que sobre ella hubiera sido posible jugar a los dados. Gigantescos eran también sus hombros y su espalda, y proporcionado a ello todo lo restante. Un hombretón de este género dejaba hechos una tortilla todos los caballos que montaba, y, agarrándolo por los cuernos, hacía voltear un toro.
Protegido por un yelmo y un escudo, lleva a cabo, en reyertas y combates, los actos más portentosos. Es, realmente, un típico gigante de historieta popular o de cuento caballeresco, digno predecesor, también según la afirmación de un artista, de las figuras de Gargantúa, (v.) y Pantagruel (v.), de Rabelais. En resumen, se trata de un personaje que no ocasiona preocupación alguna al artista, con tanta frecuencia coaccionado entre parodias literarias y las vivas descripciones de la realidad. Gigante situado, más aún que Cingar, por encima del bien y el mal, es un excelente recurso para llevar adelante la narración allí donde hace falta alguna de aquellas acciones sorprendentes que dejan sin aliento.
Folengo supo sacar de él un magnífico partido, y, de versión en versión, fue esforzándose por dar a su fama de hombretón que todo lo destroza un matiz popular y vivo que no comprometiera a nadie.
C. Cordié