Fernando y Diego Trao

[Ferdinando e Diego Trao]. Los dos hermanos Trao no figuran entre los personajes más visibles del juego de habladurías, chismes y me­lindres de la extensa novela burguesa Maese Don Gesualdo (v.), de Giovanni Ver­ga (1840-1922), sino que los hallamos, par­ticularmente, en los episodios menos rui­dosos de la novela.

Con todo, su evidencia es de las más notables, y parece como si en la fantasía y el sentimiento del autor aqué­llos hubieran ocupado un lugar bastante más vistoso del que luego se les asignó en la obra. Sobre ellos se cierne el lado más melancólico y patético de todas las vici­situdes que envanecen a los otros perso­najes de su casta y que a menudo acaban en el ridículo; exponentes convencidos como nadie de tal presunción — de la que llegan a convertirse en víctimas —, se mueven, no obstante, en un ambiente de tragedia.

Son «los vencidos» en la más absoluta acep­ción del calificativo, sumergidos en una lenta catástrofe que se agrava a cada gesto y halla su expresión a través de cualquier imagen. (¿Quién no recuerda su casa, con la «cornisa mellada», el patio con la hierba «alta hasta media pierna», y el «blasón de­teriorado, descantillado, colgado de un gan­cho herrumbroso encima de la puerta»?). Y, verdaderamente, si retrotraemos la novela a la significación que para la mente de Verga encerraba, estas dos figuras adquie­ren entonces un valor que las sitúa en primer término, junto al mismo protago­nista, al que llegan aún a superar por su monotonía más obsesiva.

Son, en realidad, las figuras que se hallan en más íntimo contacto con el destino adverso; el error dé su hermana Blanca, con el que se inicia la obra, es la mortificación de un orgullo que saca su fuerza desesperada precisa­mente de su mezquindad, y sus reacciones son las propias de los resignados; asimismo, la soberbia que les aísla de todo el ambiente es el castigo del que se ve obligado a despabilarse solo en la desgracia.

Su única evasión aparente es el asunto del «pleito», o sea, la grotesca obstinación en la esperanza de poder hacer valer ciertos derechos contra el rey de España, aunque, en el fondo, lo absurdo de este «pleito» constituye también un elemento de la tra­gedia que los subyuga: una obsesión que los encierra más aún tras las resquebraja­das paredes de su caserón.

F. Giannessi