[Frédéric Moreau]. Protagonista de La educación sentimental (v.), de Gustave Flaubert (1821-1880), es, en realidad, una nueva personificación del «bovarismo».
Como en Emma Bovary (v.), también en Federico (en el que puede reconocerse, en parte, una proyección autobiográfica o un autorretrato juvenil de Flaubert) prevalecen y dominan sobre todas las demás las tendencias imaginativas y fantásticas; de ahí su desprecio hacia el mezquino ambiente familiar y su afición a los países exóticos y las grandes y violentas pasiones fomentadas por el influjo de la poesía y la música, cuyo ímpetu provoca un duro contraste con el mundo real.
Hijo de unos burgueses provincianos de Nogent del Sena y destinado a una carrera jurídica o burocrática, Federico, en la escuela, compone versos y aspira a convertirse en «el Walter Scott de Francia». Tras su encuentro con María Amoux (v.) en la barca, todo su espíritu se halla dispuesto al amor, o, más bien, a una pasión desesperada y difícil. A partir de entonces, cualquier acto o deseo suyos derivan de su amor hacia aquélla y del anhelo ideal de ser digno de ella; en adelante, todas las mujeres que encuentra por la calle se parecen a María Arnoux, y con ella reemplaza mentalmente todas las figuras femeninas de los cuadros del Louvre.
La literatura y la cultura le proporcionan incentivos o compensaciones a las peripecias amorosas; empieza a escribir una novela veneciana titulada Silvio y el hijo del pescador y una Historia del Renacimiento. Su imaginación le arrastra siempre fuera de sí mismo y de los lugares donde se halla: en el «Jardín des Plantes», una palmera le sugiere ambientes orientales y una existencia voluptuosa e indolente, y, en el baile de Rosannette (v.), la indumentaria de las bailarinas le suscita en la mente y en los sentidos un caleidoscopio de variados y extraños países. Vacilante, voluble y demasiado ajeno a las circunstancias y a las personas que le rodean, Federico se mueve siempre en pos de sus impresiones.
Incluso de los mismos acontecimientos políticos que ante él se suceden — la expulsión de Luis Felipe y la instauración de la Segunda República —, sólo percibe los reflejos exteriores en cuanto afectan a sus amores, a sus amigos o a su propia carrera. Cuando arrecia en París la revolución, juzga preferible vagar con Rosannette entre los recuerdos históricos de Fontainebleau y adentrarse con ella en el bosque. Enamorado de madame Arnoux, Federico, casi involuntariamente, engaña a la pequeña Luisa Roque, hija de un provinciano vecino suyo; frecuenta a Rosannette hasta convertirse en su amante y tener de ella un hijo, mientras, en cuanto amante de madame Dambreuse, esposa y luego viuda del riquísimo banquero, aspira a casarse con ésta; con Arnoux, esposo infiel de la mujer amada, llega hasta los peores arreglos.
Tantas aventuras y vicisitudes no son, para Federico, más que distracciones de su inextinguible pasión hacia madame Arnoux y una especie de amargo y turbulento desquite: en tanto ella soporta los reveses financieros de su marido, Federico se deja arrastrar por las acciones y ambiciones ajenas, incapaz de dominar los acontecimientos. Perdida casi la mitad de su patrimonio, Federico Moreau debe resignarse a un retiro provinciano de pequeño burgués, sin más consuelo que el recuerdo de un pasado que ahora le parece magnífico e ilusorio.
Pierde también a la pequeña Luisa, la cual, regenerada, se casa con su amigo Deslauriers. Y cuando luego, muchos años después, madame Arnoux aparecerá por un instante ante sus ojos en una cariñosa visita de recuerdo, será solamente el retrato descolorido de la mujer a la que con tanta insistencia amara. Al evocar con Deslauriers el pasado y recordar una jocosa visita de adolescentes a cierta casa prohibida, concluye Federico: « ¡Aquélla fue nuestra mejor época!» Expresión llena de desesperanza, por cuanto se resuelve en una vulgar y prosaica comprobación o en un llanto que, en lugar de lágrimas, sólo manifiesta una resignada piedad hacia las difuntas ilusiones juveniles.
B. Dal Fabbro