[Evangeline]. Heroína del poema de su nombre (v.) del escritor americano Henry Wadsworth Longfellow (1807- 1882). En esta narración histórica ambientada en Nueva Escocia y la frontera americana del siglo XVIII, los «novios» Evangeline Beliefontaine y Gabriel Lajeunesse se ven separados por una invasión inglesa; Evangeline va en busca de Gabriel a través de las vastas estepas continentales de la América del Norte, y le encuentra, años después, moribundo en un hospital de pobres.
Pocas obras de la literatura americana del siglo pasado fueron tan leídas como ésta, que forma parte aún de los «clásicos» comentados en las escuelas americanas. Más que un personaje, la heroína es un compendio de las virtudes propias, en teoría, de los distintos períodos de la vida de una burguesa americana protestante, unidas a las prescripciones de una comedida fantasía erótica.
La provocadora y fugaz visión de su cuerpo mientras está erguida con los pies desnudos sobre el reluciente pavimento de su habitación se halla compensada por el juicioso decoro de la estancia, en la que un contacto sexual sería inconcebible, y por la «belleza más que etérea» que resplandece en un rostro «celestial» enmarcado por bronceadas «trenzas» y adornado con unos ojos negros. Como muchacha, Evangeline es dulce, casta y piadosa; sobre sus ménsulas hay «telas de hilo y lana cuidadosamente plegadas, tejidas por las manos de Evangeline».
Como mujer, habría de llevar a la casa de su esposo, además de «el precioso dote… de su habilidad como buena administradora», «alegría y abundancia, y llenarla de amor y de sonrosadas caras infantiles». La búsqueda del enamorado perdido le permite poner de manifiesto su fidelidad, valor y resistencia, así como una firmeza moral digna de una santa. Una «vida de adversidad y dolor» une a todo ello la «paciencia y negación de sí y el amor a los demás». La facilidad con que en nuestros días Evangeline puede ser ridiculizada como caricatura de un moralista sentimental en nada disminuye su importancia en la vida y en la literatura de los Estados Unidos.
La incongruencia del ideal femenino americano por ella encarnado respecto de la vida de la moderna América hace aún más absoluta su pureza convencional; se trata, en efecto, de una de tantas convenciones semejantes (v. Tío Sam) que se interponen entre el ojo y su objeto, y a través de las cuales la verdadera naturaleza del objeto aparece, siquiera; en grado mínimo, como una aberración accidental. El conjunto de estas convenciones constituye en América una mágica posesión de espíritu y un segundo mundo cuya realidad es, para el alma, superior a la del mundo de los hechos palpables.
Este último comparte con el otro el ambiente moral americano y se halla en actividad continua como «interpretación» estable de actos y acontecimientos que para un extranjero tienen un significado totalmente distinto. Los extranjeros no iniciados en esta operación espiritual la juzgan hipocresía. Reducidas a su «pathos» esencial, las situaciones de Evangeline pasan a ser las típicas de una amplia literatura popular; el vocabulario con que la heroína está descrita se ha convertido en el de la publicidad nacional para objetos domésticos y de uso corriente, utensilios, muebles, cosméticos, dentífricos y artículos de higiene femenina.
El pseudo-inocente erotismo que permite ver (brevemente), aunque no tocar, el cuerpo de Evangelina y que aleja de éste toda sombra de sensualidad, persiste en el código de convenciones morales que regula la censura de los libros y films americanos.
S. Geist