Protagonista de la novela Orgullo y prejuicio (v.), de Jane Austen (1775-1817). Una inteligencia viva es el rasgo principal de esta muchacha de buena familia, llena de agudeza, pero también de una cordura nada pedante, que le hace soportar con ecuanimidad y divertida indulgencia el ambiente provinciano y encogido en que tiene que vivir.
Su temperamento naturalmente alegre le permite tomar las cosas y las situaciones por su lado humorístico o grotesco, sin que ello la lleve, no obstante, a la sarcástica actitud de su padre (v. Bennet) ni a apartarse de los principios ordinarios del sentido común y de la moral burguesa: «Me alabo de no haberme burlado jamás de nada bueno o prudente», exclama. «Claro está que las locuras y las tonterías, los caprichos y las incoherencias me divierten, y me río de ellos siempre que se presenta ocasión».
Pero no se ríe de la estupidez y vulgaridad de su madre (v. Bennet, señora), a pesar de darse perfecta cuenta de ello, y censura a su padre su tono de displicente y maliciosa ironía. Elizabeth no carece de un asomo de orgullo, o mejor de cierto sentido de la dignidad, que le impone defender a sus familiares. Y por ello cuando Darcy (v.), su admirador, considera con desdén los modales de su madre y de sus hermanas, ella comenta: «Fácilmente le perdonaría su orgullo, si no hubiera mortificado el mío».
De aquí nace su prejuicio contra Darcy, que sólo la conducta verdaderamente generosa del joven logrará hacer desaparecer. A veces Elizabeth no logra dominar por completo los impulsos de su carácter. Así la vemos en una recepción, siguiendo con la mirada a Darcy, de quien se ha enamorado, y aguardando un signo de atención de éste: «Envidiaba a todos cuantos hablaban con él, y apenas tenía paciencia para servir el café a los invitados, y luego se irritaba contra sí misma por la necedad de su conducta».
Pero lo que distingue sobre todo a Elizabeth Bennet de las típicas heroínas de novela del siglo XVIII es la franqueza de sus palabras actitudes, que a menudo raya en la impertinencia. Elizabeth es sin duda la figura más viva entre las protagonistas femeninas de las novelas de Jane Austen, y quizá por ello mismo no da aquella impresión de equilibrio y de perfecta mesura que hallamos en Emma Woodhouse (v.), porque a pesar de su coherencia y de su cordura, Elizabeth no corresponde al ideal clásico de feminidad que la autora se proponía.
G. Melchiori