Personaje legendario de un cantar épico español, la Gesta de los Siete Infantes de Lar a (v. Infantes de Lara), de la cual pasó al Romancero (v.) y de allí al teatro nacional que desde Juan de la Cueva (1543-1610) hasta el duque de Rivas (1791-1865) habían de perpetuarla hasta el siglo XIX.
Doña Lambra es el primer encuentro de la leyenda medieval española con el mito de la mujer fatal. Pero tal encuentro se produce en una atmósfera opaca y realista, en la que la crónica ha suplantado a la realidad, ya que, mientras la mujer culpable de la antigüedad, ya sea Elena (v.), ya Fedra (v.), ya Clitemnestra (v.), aparece sometida a los designios de unos dioses supremos, y la pasión, que la empuja a perderse a sí misma y a los demás, se presenta como una ruptura del equilibrio universal, en la fría perversidad de doña Lambra, que instiga al débil Ruiz Velázquez a perder a sus siete sobrinos, late una siniestra sed de venganza que no conoce ansias ni caídas y que está más cerca de la carta anónima que de las torturas de la divina pasión.
Por ello su actitud de Némesis burguesa y doméstica, no redimida por ninguna poesía, nos parece inaccesible a nuestra humanidad, y mientras el grito de Fedra nos conmueve y nos hiere la ironía de Menipo (v.) ante la calavera de Elena, en la llama que quema viva a doña Lambra sólo vemos un acto de aquella justicia poética que premia a los buenos y castiga a los malos.
C. Capasso