Diomedes

Hijo de Tideo, es uno de los guerreros principales de la Ilíada (v.). Entre todos los griegos es el único que apenas se preocupa de la ausen­cia de Aquiles (v.), pues sabe hacer frente a toda situación y a todo enemigo. A él está dedicado un canto entero, el V, que es el más largo de todo el poema.

En la mitología homérica, la capacidad de cada héroe viene indicada por la medida en que entra en relación con los dioses. A cada divinidad corresponde una determinada po­tencia humana, y el contacto de un mortal con un dios significa el despliegue de sus fuerzas hasta el máximo límite, cuando la acción alcanza una tensión tal que parece justificado pensar en la intervención divi­na. La religión de la Riada es una religión sin milagros, ya que en ella se supone que sólo el poeta y los privilegiados ven a los dioses, de modo que jamás el peso de la mano celeste llega a ser suficiente para desviar las leyes de la vida normal y presentarse a los ojos de todos como una extraordinaria revelación del cielo.

Cuando los dioses comparecen junto a un mortal, ello sólo significa que éste posee unas do­tes extraordinarias, que en algún momento llegan a poder considerarse sobrehumanas. Aparte de Aquiles, que tiene con el Olim­po vínculos de sangre, Diomedes es, entre todos los guerreros, quien más fácilmente entra en relación directa con los dioses. Al principio del canto V, Atena le ayuda, no para servirse de él como instrumento en un episodio de la batalla, sino porque «se distingue entre todos los aqueos y para que adquiera una noble gloria». Diomedes resulta herido, pero Atena acude a curarle y le da un nuevo e ilimitado vigor.

Los troyanos, aterrorizados y desconcertados, deben de suponer que un dios le acompa­ña. Diomedes sigue dominando, y se en­furece tanto, en todos los momentos de la batalla, que el lector acaba por no saber a favor de quién combate ni cuáles son las tropas que están a su lado. Diomedes elige adversarios dignos de él: todos de noble estirpe y por consiguiente los más fuertes y los más hábiles en el manejo de las armas. Incluso Eneas (v.) moriría a sus manos si Afrodita, su madre, no le alejase del peligro.

Para cualquier otro el duelo habría terminado, pero no así para Dio­medes, que no para hasta herir a la propia diosa. Entonces Apolo en persona defiende a Eneas, pero no por ello cede Diomedes, que está dispuesto a combatir «aunque sea con Zeus padre». Más tarde, cuando los demás dioses han bajado también al cam­po, Diomedes está cansado, por haber so­portado el mayor peso de la batalla, pero nada menos que Ares, el dios de la guerra, interviene y Diomedes tiene que recha­zarle: el dios y el mortal marchan directa­mente el uno contra el otro y una vez más Diomedes vence y Ares, herido, profiere su famoso grito, semejante al de nueve o diez mil hombres en guerra.

En el canto VII el campo de batalla ha sido abandonado por los dioses, pero las proporciones entre las fuerzas de los guerreros no han cambiado y Diomedes sigue dominando y su superiori­dad justifica la digresión que nos lleva al famoso episodio de Héctor (v.) y Andrómaca (v.) y luego al duelo entre Héctor y Ayax (v.). Antes de que se interrumpa la narración de los combates, un troyano, Heleno, pronuncia el último elogio de Dio­medes: «Os digo que es el más fuerte de los aqueos; ni siquiera hemos temido tanto a Aquiles, a quien dicen hijo de una dio­sa. Pero éste es más feroz que ninguno, y nadie es capaz de oponerse a su ímpetu».

En el campo griego está Ayax, que en rigor puede compararse a Aquiles, pero sus fuer­zas son demasiado inhumanas. Homero pre­fiere a los guerreros que saben mantener el equilibrio entre sus capacidades huma­nas, todas ellas igualmente desarrolladas. A los efectos de la guerra como mero hecho militar, interesan las fuerzas en acto y, por así decirlo, su peso específico. Pero la idea de la Ilíada es otra, y su significado se con­fía a los personajes que poseen un desarro­llo más vivo y completo de su personali­dad. Por ello se dedica a Diomedes un epi­sodio de cortesía caballeresca, que sería in­concebible atribuir a Ayax: el frustrado duelo con Glauco (v.) y el intercambio de las armas (canto VII).

Diomedes es ade­más el defensor de prudentes proposicio­nes en la asamblea. En el campo sabe sus­tituir a Aquiles, pero en el consejo de gue­rra no desdice de Néstor. Es uno de aque­llos héroes, los mejores a quienes la Ilíada está dedicada, que no tienen en considera­ción los planes ni las intenciones de los jefes. Cuando Agamenón quiere renunciar a la continuación de la guerra, Diomedes contesta que él no se detiene y que conti­nuará aunque sea solo. Cuando Aquiles anuncia que no volverá al combate y todo el mundo se desespera, Diomedes afirma que a él no le importa Aquiles: quédese en bue­na hora meditando su orgullo, pero prosiga la guerra. En realidad, Diomedes y Aqui­les tienen muchos rasgos en común, ya que ambos son ejemplos de personalidades totalmente desarrolladas y en choque con la autoridad suprema.

Ante esta autoridad, que gobierna a base de inseguros derechos y de arbitrariedades la sociedad homérica, los mejores reaccionan individualmente, de­jando que siga su camino su drama perso­nal de rebeldes, en la contradicción entre sus pasiones y la conducta que la alianza de guerra impone a todos. Esta solución individual de las contradicciones comunes opone entre sí a aquellos campeones de la rebelión que mayores analogías guardan: no es por casualidad que Diomedes habla ásperamente de Aquiles, y sobre todo no es por casualidad que Diomedes y Aquiles en toda la Ilíada no aparecen jamás juntos ni intercambian una sola palabra. Menor interés tienen las leyendas posteriores re­lativas a Diomedes, aunque son en gran número, todas ellas derivadas de los poe­mas del Ciclo épico griego (v.).

En tales leyendas era frecuente ver a Diomedes com­partiendo sus aventuras con Ulises: la apro­ximación entre ambos se mantuvo acen­tuando en Ulises la prudencia, y aun la astucia, y en Diomedes el valor. Pero tal especialización no se halla en Homero, quien por el contrario había insistido en el equilibrio entre las dotes de Diomedes, tan apto para las artes del ingenio como para las de la guerra. La especialización de Dio­medes en el sentido de la fuerza guerrera, sin embargo, se mantuvo en las obras pos­teriores, hasta el punto de que ningún poe­ta llegó a dedicarle una obra entera (sólo tenemos noticia de una Diomedea, de un tal Julio Antonio, contemporáneo de Ho­racio). La figura de Diomedes, tan universalmente humana en el poema homérico, fue pues deformada por los mitos hasta quedar reducida a caracteres unilaterales, que le imposibilitaban erigirse en argu­mento central de un drama.

F. Codino