En la novela de Víctor Hugo (1802- 1885) El hombre que ríe (v.), Dea es la muchacha ciega encontrada y cuidada por el vagabundo Ursus (v.) y amada por el monstruoso Gwynplaine (v.), cuya alma ella ama a su vez, ya que, por fortuna, no puede ver su rostro contrahecho.
No hubiera sido más que un mero exponente del tipo romántico de la purísima doncella a quien, fatalmente, aguarda un fin miserable de no haberle comunicado su ceguera un carácter nuevo: una fina intuición que la pone en contacto directo con el espíritu del hombre amado y da expresión concreta a la tradicional sublimidad del amor romántico.
Así, cuando Ursus, habilísimo en imitar voces ajenas, trata de hacerse pasar por Gwynplaine para ocultar a Dea la misteriosa desaparición de su amado, no consigue engañarla por cuanto un secreto sentido la ha advertido ya de que Gwynplaine se halla lejos; y la apacible tristeza con que manifiesta al viejo la inutilidad de su treta la convierte, siquiera por un momento, en una figura de relieve real y le comunica un sufrimiento ajeno a todo convencionalismo.
La ceguera, además, permite a Dea recluirse en una existencia interior y ser más un mero motivo lírico que un personaje, por cuya razón el tipo de la angelical doncella romántica encuentra, en ella, un ambiente más apropiado a su etérea inconsistencia, y más verdadero cuanto menos real, constituido por la sombra que la circunda y la luz interior que la ilumina.
U. Déttore