A través de la obra de Boccaccio, cuyo espíritu se sale casi de la Edad Media, Chaucer retrocede a la fórmula típicamente medieval de Chrétien de Troyes, fusión de habilidad narrativa y doctrina amorosa, así como de psicología, nota que desapareció con posterioridad a este autor.
En Troilo y Criseida (v.) [Troilus and Cresida], Chaucer quiere presentar un Filostrato libre de todos los errores cometidos por Boccaccio contra el código del amor cortesano, por lo cual, de acuerdo con las normas del amor culto del «Frauendienst», no sólo quedan eliminados en el poema inglés los resabios de cínica galantería y desprecio por la mujer característicos del Filostrato, sino que aun la misma conducta de Criseida se halla cuidadosamente justificada.
Ésta no se enamora a su antojo, sino que su caída es inevitablemente provocada por la influencia de los astros, por seductoras canciones y por la apelación a su piedad femenina; en los casos en que las fuentes de su historia son decididamente contrarias a su heroína, Chaucer suspira: « ¡Siempre, ay de mí, hallan éstos ocasión para decir mal de Criseida! ¡Si en realidad mienten, deberían recibir por ello su merecido!» Ni cuando ya no parece posible defender la conducta de Criseida, Chaucer no quiere culparla: «Dice la gente, pero no yo, que dio su corazón a Diomedes»; y busca una última disculpa en la reticencia de las obras antiguas acerca del período de tiempo que se supone transcurre entre la salida de Criseida de Troya y su abandono de Troilo por Diomedes; es posible que éste empezara pronto a cortejarla, pero, no obstante, bastante le iba a costar su conquista.
Muy distinta es la Crésida (v. Troilo y Crésida) de Shakespeare. En el momento en que aquélla abandona la ciudad y a Troilo bajo la escolta de Diomedes, se oye rugir la trompa de Héctor que se dispone al combate; poco antes de la llegada de Crésida al campamento griego es la trompa de Ayax la que suena desafiando a Héctor, mientras Crésida se deja besar y cortejar por todos. El cambio radical de Crésida en el espacio de breves minutos, entre dos toques de trompa, es brusco y sorprendente como un cruel epigrama.
La Crésida de Shakespeare se halla perfectamente descrita en ciertas palabras de Ulises: « ¡Maldita sea! Hablan sus ojos, sus mejillas, sus labios y su pie seguro; todos los repliegues e impulsos de su cuerpo rezuman lascivia. ¡Oh, las impúdicas, de lengua tan desenvuelta que dan una apasionada bienvenida antes de recibirla y manifiestan abiertamente todos sus secretos a cualquier ávido lector, conocidas por su deshonesto oportunismo e hijas de la lujuria!»
M. Praz