Giovanni Boccaccio (1313-1375) dio nueva vida a la Briseida del Román de Troya (v. Relatos sobre Troya) en la protagonista de su Filostrato (v.), cambiando los nombres por motivos no muy claros, quizá por influjo de la tradición ovidiana — muy notable en toda la Edad Media — que contribuyó bastante a la aparición de equívocos de este género.
Su Criseida, según la costumbre característica de la poesía de Boccaccio en el período napolitano, es una figura muy próxima a las circunstancias de la vida privada del poeta, y representación de María de Aquino, que luego, en Fiammetta (v.), tendrá su más alta alegoría. No obstante, el hecho de ser hija de un mundo en el que se mezclan los ideales literarios y las reacciones sentimentales privadas no perturba la claridad poética de esta figura.
Se trata, más bien, de una criatura realzada con cariño, siempre coherente en las situaciones afectivas (reacia al principio al amor de Troilo, v., condescendiente luego, y, finalmente, atraída por su nuevo amor hacia Diomedes), y rigurosa y persuasivamente vinculada a un tipo de feminidad sensual inocente en sus infidelidades. Pero sus más vivos acentos, de una claridad que juzgaríamos maravillosamente moderna, se hallan en ciertos detalles secundarios que nos revelan a Boccaccio como apasionado conocedor de las mujeres, y en los que éste nos confiesa idealmente de qué sutilezas se alimentaban sus pasiones.
Véase el principio y nótese la insistencia en el color de la indumentaria de Criseida: lleva una «parda vestidura», aparece — poco después — «atractiva bajo el blanco velo y su vestido pardo» y viste un «negro manto». Tales descripciones están repletas de una languidez mujeril que anticipa el episodio o, por lo menos, encierra su esencia más humana y artísticamente sensible.
F. Giannessi