[Catherine]. Protagonista de Cumbres Borrascosas (v.), conocida novela de Emily Bronté (1818-1848). Bastante más consistente que su enamorado, Heathcliff (v.), Catalina, caprichosa, nerviosa, indómita e indomable, es una de las más vivas y profundas heroínas románticas.
Presa enteramente en su pasión por Heathcliff y, como él, incapaz de imponerse un freno o de reconocer la necesidad de éste, vive en sí misma las inquietantes alternativas, las contradicciones, alegrías y dolores de un amor que únicamente la muerte consigue interrumpir pero no quebrar, exento de sensualidad como la atracción de la luna sobre la marea y del imán sobre el hierro, no más tierno que el odio y al que podría darse perfectamente el nombre de «ira» con que nuestros antepasados denominaban el ardor del deseo.
Esposa de otro, no puede resistir el dolor del alejamiento de su querido compañero de infancia y languidece al lado del hombre bueno y honrado que la adora. La alegría por el inesperado regreso del amado le devolverá cierto bienestar físico, pero el tormento continuo que le ha causado la separación t y el odio que separa a Linton de Heathclíff la consume y la lleva a la muerte, sin que ni la sombra del pecado haya rozado a la infeliz pareja. «Mis grandes dolores en este mundo — dice Catalina — han sido los de Heathcliff; los he adivinado y sentido todos desde el principio. Mi gran pensamiento, en la vida, es él.
Si todo lo demás pereciera y «él» permaneciese, «yo» podría continuar existiendo; pero si todo lo restante durase y él fuera aniquilado, el mundo, para mí, se convertiría en algo inmensamente extraño; me parecería que he dejado de formar parte de él. Mi amor hacia Linton es como el follaje de los bosques: estoy segura de que el tiempo lo transformará, como el invierno transforma las plantas. Pero mi amor por Heathcliff se parece a las rocas ocultas e inmutables; no produce una gran alegría aparente, pero es necesario. ¡Yo «soy» Heathcliff! Él ha estado siempre, siempre, en mi espíritu: y no como un placer, pues yo no soy siempre un placer para mí misma, sino como mi propio ser».
L. Krasnik