[Kátchen von Heilbronn]. Protagonista de un cuento popular alemán en el que, como en muchos otros, aparece una sencilla muchacha del pueblo que ama a un caballero.
Esta antítesis tenía un gran atractivo para los románticos, que gustaban de los contrastes entre las clases extremas: Heinrich von Kleist (1777-1811), en la obra titulada Katchen von Heilbronn (v.), convierte a Catalina en una hechizada que lleva en sí toda la misteriosa magia del amor; considera a su amado como su dueño absoluto, a cuya presencia es incapaz de la menor oposición. Se comprende la aversión de Goethe hacia esta recién llegada, que podía parecerle casi una caricatura de sus Margarita (v.) y Carlota (v.).
En él se observa también una enorme diferencia entre los sexos: masculinidad extrema, con toda su fuerza, vehemencia, actividad, conocimiento y experiencia, en el hombre; sencillez y pasividad, también extremas, en la mujer. Pero su Margarita tiene aún alma propia y un pequeño mundo a ella reservado y en el que reina, mientras que en Kleist la mujer se convierte hasta tal punto en una pertenencia del hombre que ya no es nada por sí misma y no respira ni vive más que a través de él.
Según Goethe, esta figura adolecía de exageración y morbosidad. Pero, ¿acaso su Mignon (v.) no mantiene respecto de Guillermo Meister (v.) una actitud comparable a la de Catalina? Todo el encanto de esta figura de Kleist se halla determinado por su misma psicología irreal. Para comprenderla y amarla hay que situarla en un mundo fantástico, en el que las inverosimilitudes no tienen que pasar por el tamiz de la razón ni la intervención de factores sobrenaturales puede verse desmentida por la lógica, donde se admiten tranquilamente fenómenos de alucinación y sonambulismo como elementos integrantes del desarrollo del cuento, y en el que, finalmente, de buena gana y en pleno abandono de la mente y el espíritu, nos abismamos en un reino extraordinario.
De no ser así, el conde de Strahl sería únicamente un personaje de opereta y Catalina una muñeca parlante que ni siquiera tendría el atractivo de tal por cuanto con demasiada frecuencia habla y actúa juiciosamente. Algunos han creído ver semejanzas esenciales entre la figura de Catalina y la de Juana del drama de Schiller, pero es indudable que tal comparación debe limitarse, en todo caso, a aspectos puramente exteriores, sin que pueda referirse a la vida íntima y a la actuación de ambas muchachas: Juana, figura intensa y humanamente dramática en su pasión y en su tormento externo, y Catalina, figura ideal que se desvanece en un mundo de ensueño.
F. Lion