[Chaperon rouge]. Personaje del cuento de este nombre (v.) de los Cuentos (v. Historias y relatos de antaño) de Charles Perrault (1628-1703) y de otro del mismo título de los hermanos Jacob (1785-1863) y Wilhelm (1786-1859) Grimm.
Es la niña que, por encargo de su madre, debe llevar una «galette» y un «petit pot de beurre» a su abuelita enferma. Por el camino, encuentra a «compère le Loup», que le pregunta adónde va: va a llevar «une galette et ce petit pot de beurre» a la abuelita. El lobo irá también, pero por el camino más corto, y devorará a la vieja mientras la niña se entretiene «s’amusant à cueillir des noisettes, à courir après des papillons, et à faire des bouquets des petites fleurs qu’elle rencontrait».
Luego llega a casa de la abuelita: el lobo está en cama, disfrazado con las ropas de la vieja, e invita a Caperucita a que se acueste a su lado. «¡Qué grandes brazos tienes!», dice la niña. «Son para mejor abrazarte», responde compadre Lobo. «Y, además, grandes piernas, y orejas, y ojos; y grandes dientes, también». «Son para comerte mejor». Y la devora. Triste suerte la de Caperucita: a pesar de los consejos maternos, ha escuchado al lobo y se ha detenido a hablarle. El cuento no dice tanto como la elegante moraleja que, en Perrault, le sirve de codicilo y despedida.
En ésta, Caperucita Roja es símbolo de la codiciada inocencia: de todas las «jeunes filles» «belles, bien faites et gentilles» que desgraciadamente hacen caso de «toute sorte de gens». Singularmente peligrosos son los lobos melifluos : los «doucereux» que, de entre todos, son los más «dangereux». En realidad, si el cuento es para niños, la moraleja es para adolescentes y adultos.
Caperucita Roja, prototipo del candor en su estado elemental, de la ausencia de toda malicia, desconocedora de astucias y engaños, se encuentra siempre entre nosotros, aunque a veces no pertenezca al sexo femenino ni el atentado vaya necesariamente contra las buenas costumbres. En ciertas ocasiones se deja cazar en las calles de la ciudad (el moderno bosque) por el estafador, y suelta el dinero; en otras, por el elocuente demagogo, al que concede su voto de buena gana… Caperucita Roja, pues, ¿está condenada a representar siempre el papel de víctima? Puede que sí; aunque, ¿acaso su perenne infantilismo y su credulidad no son, según como se mire, casi un privilegio?
G. Falco