Personaje de La isla del tesoro (v.), de R. L. Stevenson (1850-1894). Es el solitario de toda isla desierta, la repetición de un motivo famoso, colmado de gloria literaria, apreciado por la épica antigua y la moderna, desde Homero y Virgilio hasta Defoe.
Velludo y horrible, cubierto de pieles de cabra y de fragmentos multicolores de tela de velas, así aparece por vez primera a Jim Hawkins (v.) en el curso de la primera y arriesgada correría de éste a través de la isla. Su parentesco con Robinson Crusoe (v.) se pone claramente de manifiesto. No obstante, en Benn Gunn, pirata convertido a la ley de Cristo, confluyen caracteres deliciosamente originales de grotesca comicidad (sus convulsas contorsiones, su entrecortada elocuencia) no totalmente acordes con la bíblica solemnidad y el ambiente de primitiva soledad que circundan la figura de Robinson.
Su psicología reconoce límites mucho más modestos, más concretamente anecdóticos, y, por esta causa, recuerda a ciertos personajes secundarios volubles y caprichosos que se mueven alrededor de los dramas shakespearianos. Su caso es claramente tragicómico. Abandonado en la isla por sus compañeros que de este modo han querido castigarle por no haberles sabido indicar, a pesar de todas sus promesas, el lugar exacto del tesoro fabuloso, su conversión, fruto de la soledad, se confunde grotescamente con el deseo de evadirse de la isla a cualquier precio, de rehabilitarse ante la sociedad, de volver a disfrutar de una vida cómoda y normal.
Y si se presta a ayudar a Jim y a sus amables amigos a apoderarse del tesoro, si contribuye a «desmontar» aún más a la desmoralizada banda pirata de John Silver (v.), imitando en la espesura del bosque la voz del difunto capitán Flint, el terrible Kidd, primer dueño del tesoro, ello será únicamente a cambio de que se le garantice la promesa de mil libras del botín y se le libre del tormento de la soledad y de la indigencia.
Se manifiesta, pues, su anhelo de rehabilitarse y de asegurarse la vejez; pero también su deseo de vengarse, una vez para siempre, de la piratería, responsable colectivamente de su injusto cautiverio y de sus grandes pecados, y, particularmente, de John Sil- ver, que representa para él todo su pasado, y a quien, no obstante, precisamente a causa de esta pretérita vida común de fechorías, ayudará con perfecta lógica evangélica a huir de la «Hispaniola» apenas la nave haya tocado el primer puerto americano en su viaje de regreso, en un postrero y debido homenaje rendido al lobo por la oveja vuelta al redil.
En cuanto al mismo Benn Gunn, ex pirata reincorporado a las ceremonias dominicales del templo donde había sido bautizado, no le quedará otro remedio, una vez dilapidadas en sólo tres semanas las mil libras del botín, que aceptar a regañadientes un modesto pero cómodo empleo de portero.
G. Bassani