Protagonista del drama El judío de Malta (v.) del poeta inglés Christopher Marlowe (1564-1593). Es el primer hebreo que aparece en la escena inglesa representando un papel importante.
Mucho menos humano y patético que el Shylock (v.) shakespeariano — del que, con toda probabilidad, es prototipo —, Barrabás tiene, no obstante, y particularmente en sus primeras apariciones, cierta dignidad que suscita, a fin de cuentas, si no la simpatía, por lo menos el respeto. Su pasión por el omnipotente dinero es enorme y es expresada con el mejor acento poético.
En su doble cualidad de hebreo y de perfecto seguidor de aquel Maquiavelo cuyo solo nombre significaba entonces corrupción e hipocresía entre los honorables súbditos de Isabel de Inglaterra, la figura de Barrabás, forzosamente, debía ofender, o, por lo menos, sorprender y turbar a los espectadores. Sin embargo, tras el prometedor exordio, cuando el judío pone groseramente en práctica sus principios harto ingenuamente «maquiavélicos», tanto él como su pretendido maestro acaban representando un papel muy deslucido.
Aquel Barrabás que sabe encajar con orgullosa e imperturbable calma los primeros reveses de la suerte y es el único que entre sus correligionarios intenta oponerse a la injusta violencia de los cristianos, se enajena las simpatías de todo el mundo cuando, sediento de venganza por haber sido despojado de todos sus bienes, maquina, conspira, mata y traiciona, presa de un feroz egocentrismo.
Después del dinero [«Puesto que mientras vivo, aquí (en la bolsa) vive la única esperanza de mi alma, y, cuando muera, aquí vendrá a vivir mi espíritu»], su único afecto es Abigail, su hija, a pesar de lo cual no vacila en hacer matar al hombre a quien ésta ama, un cristiano, valiéndose de ella como instrumento de su cruel venganza, así como no duda tampoco en hacer morir envenenada a la propia joven junto con todas sus compañeras cuando el deseo que ésta manifiesta, de hacerse monja, ofende su desenfrenado orgullo judaico.
Sus pasos van dejando tras él un rastro de cadáveres, con toda la impetuosa y deformante exageración marlowiana, sin que Barrabás, ni por un instante, vacile o tiemble, tema o se arrepienta. Cuando ve que está perdido recobra una cierta consistencia sobrehumana y encuentra nuevamente la fuerza y el anhelo de gloriarse de sus actos, insolente, maligno y vengativo hasta el último instante. La exposición es un tanto recargada y faltan los contrastes: Barrabás agobia algo, pero sin defraudar del todo.
L. Krasnik