[Bacal]. Baal camina apenas visible al lado de la Santidad bíblica, como su sombra, que se proyecta sobre los desiertos semitas y se hace cada vez más tenue a medida que la ilumina la luz de Dios.
Al alba de Israel aparece el becerro de oro; ante el Mesías no queda más que un Bel- cebú (Bacal Zebub), o Señor de las moscas. Es la divinidad de los filisteos, fenicios y cananeos, de un monoteísmo mezquino sin espíritu y sin teología, en el que el concepto de santo protector local (Belfegor, o sea, el Baal de Pecor) se mezcla con restos de idolatría fálica (Becerro de oro) y apotropaica (Belcebú).
Más que un Dios supremo, Baal puede, pues, decirse el Señor tradicional de aquellas tribus, surgido del panteón caldeo juntamente con las demás sombras (cAstarot, o sea, Astarté, v., o Istar: de diosa a diablo) y convertido en su rey (Moloch, Milkom, o sea «el rey de ellos»). Muchas veces Israel contrajo pacto idolátrico con Baal. Señor del Pacto, o Baealbérit, pero sólo una vez Dios le encontró en su camino, cuando los filisteos llevaron el Arca de la Alianza al templo del Baal Dagón (Pez o grano).
Ante la majestad de Yahvé, el ídolo se humilló con las manos y la cabeza hechas pedazos, como los demonios ante el Mesías: «Tú eres el Santo de Dios». El carácter diabólico de los «baalim» consiste precisamente en su proximidad al Dios vivo, que viene a ser una especie de sorda oposición religiosa y política del alma cananea a Israel, y en sus constantes insidias contra la ortodoxia.
Baal, mucho más que los «grandes dioses» («rabutu iláni») conquistadores, forma con su sombra una especie de lago de grasa y de sangre alrededor del trono de los Querubines: por eso su culto es diabólico como todo otro que consiga desolar el Templo. Incluso los dioses de Grecia, Apolo y Júpiter olímpico, pierden en Jerusalén su belleza y se convierten en sangrientos «baalim», a causa de la vecindad del Dios verdadero. En el Nuevo Testamento, Belcebú es el príncipe de los demonios: de tal modo parece pasarse a la idea de Satanás (v. Diablo), pero en realidad, el único rasgo que tienen en común éste y aquél es el nombre.
Baal no fue jamás identificado con Satanás, el adversario que desde los antiquísimos días de Job (v.) corroe las almas. Satanás es un puro espíritu salido de las manos del Creador, mientras que, ya en los Salmos y en los Profetas, Baal es materia, piedra y metal, hecho por manos mortales, sin ojos ni habla, en quien sólo se refleja y se proyecta la maldad de las almas.
P. De Benedetti