Atila

[Atli, Atla, Etzel]. En el curso de la gran invasión que los llevó hasta el co­razón de las Galias, los hunos, bajo el mando de Atila, destruyeron en el año 437 el reino de los burgundios, junto al Rin, y dieron muerte a su rey Gundicario.

En 453, Atila moría a su vez sin dejar here­deros, de noche y según parece al lado de una concubina que llevaba el nombre ger­mánico de Ildico. La leyenda no tardó en adueñarse de estos datos independientes, ligándolos y transformándolos. La más an­tigua elaboración poética que ha llegado hasta nosotros de la figura legendaria de Atila es la de una de las más arcaicas com­posiciones de los Edda (v.): el «Atlakvidha» o «Canción de Atila».

Atila (Atli) tiene por esposa a una germana, Gudrun, hermana de Gudnnar (Gundicario), rey de los bur­gundios. Ansioso de adueñarse del tesoro de éstos, el rey huno invita a Gudnnar y al hermano de éste, Hógni, con falsas promesas de hospitalidad. A pesar de las advertencias de Hógni, que ha sabido in­terpretar el aviso enviado por su hermana en forma de anillo envuelto en pelos de lobo, los burgundios aceptan la invitación.

Una vez junto a Atila, Gudrun les revela la trampa en que han caído. No les queda otro recurso que combatir. Después de ha­berse defendido valientemente, Gudnnar y Hógni son capturados y cargados de cade­nas. Cuando piden a Gudnnar que rescate su vida a precio de oro, él contesta que no lo hará si antes no tiene en sus manos el corazón de Hogni.

Le llevan el corazón del vil Hjalli, pero Gudnnar descubre el en­gaño: todavía está temblando. Entonces arrancan el corazón, en plena vida, a Hogni, que se encara sonriente y sin una queja con la muerte, y se lo llevan todavía sangrando a Gudnnar. Muerto Hogni, Gud­nnar es el único que sabe dónde está es­condido el tesoro de los Nibelungos: éste no caerá jamás en manos de los hunos. La suerte de Gudnnar está decidida: arrojado al patio de las serpientes, el fiero burgundio, desdeñando la muerte, toca el arpa.

Cuando regresa Atila, Gudrun sale a su encuentro y le da a beber la sangre de los dos hijos de ambos, Erp y Eitil, dándole después a comer de su carne. En me­dio de las lamentaciones generales, Gud­run es la única que no llora, pero después de haber distribuido ricos dones entre los guerreros, da muerte en su lecho a Atila ebrio y pega fuego a la sala, quemando vivos a todos cuantos se hallan dentro de ella.

Finalmente se suicida: sus hermanos están vengados. En este antiguo poema nór­dico, que en esencia refleja la forma anti­gua de la leyenda, Atila, como se ha visto, está presentado como un hombre codicio­so, cruel y fácil de engañar, lo cual in­dica probablemente el origen franco de aquélla. Contra esta imagen del conquista­dor huno, surgió más tarde, entre Baviera y Austria, otra, fundada en la tradición ostrogoda, que hace de Atila un príncipe bondadoso, paternal y hospitalario.

Como resultado de ello la leyenda se transformó por completo: ahora, quien codicia el te­soro de los reyes burgundios (que en la segunda parte del Cantar de los Nibelungos, v., son llamados también nibelungos) es nada menos que su propia hermana. Ella es quien se venga de sus hermanos, que dieron muerte a su primer esposo Sigfrido (v.), a quien ella tanto amaba.

La más conocida elaboración literaria de esta be­névola leyenda de Atila es la del Cantar de los Nibelungos, en el cual Atila (Etzel) aparece como un hombre tolerante, liberal y benigno, de gran fama e inmensas rique­zas, que domina no a un solo pueblo, sino a las más variadas gentes: daneses y grie­gos, rusos, polacos, valacos y alemanes. Atila ha invitado a su corte a los príncipes burgundios para complacer a su esposa y sin tener la menor sospecha de los tenebrosos propósitos de ésta. Los burgundios, a su vez, saben que él es un huésped leal y amistoso.

Incluso cuando ya ha estallado el combate entre hunos y burgundios, Atila abandona la sala; sólo después de la muer­te de su hijo y de sus guerreros se decide a tomar las armas contra sus invitados. La iconografía de Atila tal como quedó fijada en el Cantar de los Nibelungos sirvió de modelo a las más tardías y literariamente bastante mediocres composiciones alemanas del siglo XIII.

V. Santoli